Aunque la televisión y la radio han sido su segunda casa prácticamente durante toda su vida, Maureen Salguero no usó ninguno de esos medios para hablar de un secreto que ocultó durante 34 años y que eclipsó su vida desde la adolescencia.
El perfil en Instagram de la popular presentadora de televisión, locutora y futura abogada fue la vitrina que ella usó para hablar de la agresión sexual de la que fue víctima a sus 16 años, cuando caminaba de su casa al colegio.
En el marco de la conmemoración del Día Internacional de la No Violencia Contra la Mujer, la Tía –como popularmente se le conoce– habló, con la voz entrecortada, de ese episodio que la marcó para siempre: fue violada a los 16 años.
Días después de compartir su historia en esa red social, Salguero conversó con Viva del tema, del cual recientemente se enteraron sus hijas y del que no ha hablado aún con su padre; eso sí, antes de continuar, advirtió de que su historia podría herir la susceptibilidad de alguna gente.
“Creo que todas las mujeres hemos sido víctimas de algún tipo de violencia por lo menos una vez en la vida porque formas de violencia hay muchas: física, psicológica, sexual, patrimonial, simbólica, etc. En otras palabras, si has sido golpeada, insultada, celada, humillada, obligada a tener relaciones sexuales cuando habías dicho que no, se ha publicado una foto o video tuyo, desnuda, sin autorización, se te arrebata tu salario, necesitás pedir permiso para hacer algunas compras, has sido blanco de bromas o chistes con respecto a falta de inteligencia o capacidades, si caminando por la calle te han intimidado con gestos, señas o palabras y muchas otras, tu realidad no es diferente a la mía”, comentó Maureen.
Agregó: “Mis videos hablan de los tipos de violencia que yo sufrí: abuso infantil, específicamente tocamientos por parte de un tío político y un vecino que, por suerte, no veo desde hace años. Soy sobreviviente de una violación en mi adolescencia por parte de un desconocido; me involucré en relaciones de pareja donde recibí amenazas y señalamientos enfermizos e, incluso, una de ellas terminó en agresión física. Fui sexualizada en ambientes de trabajo, hostigada a nivel sexual, tocada en la calle, etc”.
–¿Qué la llevó a querer contar esa experiencia?
–Al día de hoy mi papá no se ha enterado, ya que se encuentra fuera del país. No dudo que al saberlo resulte lastimado por el dolor que eso pudo causar en mí, pero ya me las ingeniaré para hacerle entender que no lo culpo. Ahora, entiendo que la causa es más grande que él, que yo y cualquier otra individualidad, porque la violación es un tema personal pero también colectivo. Cuando decimos que ‘si tocan a una, nos tocan a todas’ se trata de una frase llena de contenido y sororidad. Sacar a la luz mi testimonio no busca tener atención sobre mí de una manera egocéntrica ni autocompasiva, es un acto de solidaridad en el marco de una fecha que visibiliza una brutal realidad.
–¿Por qué hablar de esto ahora?
–Soy parte de las cifras negras, los casos sin denuncia, el silencio de muchas mujeres que como yo sanaron su herida a punta de resiliencia o se mantienen sangrantes y con dolor escondidas debajo de la ropa. Por esto, es un mensaje para que las que se sienten solas encuentren eco en mi historia. Es un abrazo para la que no conozco pero con cuyo miedo y dolor me identifico. Es una invitación para encontrar el camino a la libertad de cada sentimiento que te mantiene atada al agresor.
–¿Cómo se sobrepuso a esa agresión sexual? ¿Qué le dice a las mujeres que han vivido algo similar?
–Quiero hacer énfasis en que lo que me ocurrió, no le debería ocurrir a nadie. No solo mi cuerpo fue violado, sino que también mi autonomía, mi humanidad, mi sentido de identidad. Decidí que la violación no me iba a determinar; era una chica inteligente, con sueños, ilusiones y aspiraciones. Enterré el episodio, sé que mi mente bloqueó algunos detalles como mecanismo de defensa y seguí avanzando. Sin embargo, muchos años después, tuve la posibilidad de hablarlo con un psicólogo de mi absoluta confianza y comprendí que, aunque “enterrado”, ese episodio había aflorado en varios aspectos de mi vida sin reconocer que ahí estaba su origen.
–¿Cómo cuáles?
–Toda mi vida he sido atormentada por pesadillas donde, por diferentes causas, me falta el aire y estoy en riesgo de morir asfixiada, pude recordar que ese día me colocaron un pedazo de tela en la cara y sentía que no podía respirar. Las pesadillas no han cesado nunca (quizá el silencio también me asfixiaba). En la batería de exámenes psicológicos a los que fui sometida cuando ingresé a la Facultad de Psicología, aparecieron indicadores paranoides que marcaban mi personalidad.
“En resumen, creo que no hay tal cosa como sobreponerse; sin embargo, creo también que se puede llevar una vida más allá de un acto de violencia de este tipo. Pero eso no ocurre de manera espontánea; aquí viene lo que le puedo decir a otras mujeres: no tengo una fórmula ni una respuesta que aplique para todas, cada historia de violencia es diferente y con consecuencias diversas; se pueden encontrar respuestas hablando con profesionales, si te es posible denunciá, buscá ayuda en las diferentes redes de apoyo de la comunidad y no esperés a superar el miedo para hacerlo, hacelo incluso con miedo, la paz después llegará”.
–Usted siempre ha hablado de feminismo, ¿cuáles cree que son las luchas más importantes en este momento para las mujeres?
–Esto me da una oportunidad para desmitificar el feminismo y que se deje de considerar una mala palabra. Empiezo por subrayar que el feminismo es la contraparte del machismo porque se opone a él, no es la otra cara de la moneda. El feminismo busca la igualdad (en materia de oportunidades y derechos, no existe tal cosa como querer ser como un hombre u odiarlos); por otro lado, el machismo apunta a la superioridad, la idea de que los roles de género heteronormativos (o sea, que no admiten otras expresiones más allá de lo heterosexual) son válidos y justificados por esa superioridad.
"Esos roles que determinan lo que socialmente es propio de hombres, por un lado, y de mujeres, por otro, no solo es nocivo para nosotras, sino también para aquellos hombres de quienes se espera que siempre sean fuertes, que no expresen sus sentimientos, que tengan la iniciativa en todo, que resuelvan, que protejan, que respondan económicamente, entre muchas otras expectativas.
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“Hay trincheras de lucha, como formas de violencia existen. El feminismo asume diferentes campos de acción y algunas de las formas en que se expresa es a partir de su lucha contra el racismo, la transfobia, la violencia a las mujeres indígenas, inmigrantes, los femicidios, las presas políticas, la mutilación genital, etc”.
–Usted es madre de dos muchachas. ¿Qué ha procurado durante la crianza de sus hijas?
–Estoy lejos de ser una madre perfecta; estoy consciente de que aunque me cuestioné mi propia crianza y me rebelé ante algunas cosas establecidas, también reproduje micromachismos que interioricé como normales y que tuvieron alguna incidencia en la crianza de mis hijas. Por dicha, el tiempo y el estudio nos ha permitido crecer en conocimiento y librarnos de esas marcas, aunque hay que estarse autoexaminando con frecuencia. La crianza de mis hijas fue sin golpes, con canales de comunicación abiertos, resolución de conflictos a partir del diálogo, con educación sexoafectiva, aprendiendo el valor de pedir perdón y ofrecerlo, respetando a cada una en su unicidad, con sus decisiones y vocaciones.
–¿En qué tipo de voz quiere convertirse ahora?
–Quiero unirme a la colectividad de mujeres que luchamos contra la cultura machista y que juntas seamos la voz que grita y clama por una Latinoamérica justa y libre de cualquier forma de violencia. Por las niñas, las adolescentes, las adultas y las adultas mayores sin ningún tipo de discriminación por etnia, religión, orientación sexual e identidad de género. Por las que ya no están, porque nunca sean olvidadas y que sus asesinatos resuenen y no queden impunes. Por las desaparecidas, secuestradas, apresadas y silenciadas.
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