El 9 de octubre de 2012, una tragedia sacudió a Pakistán y al mundo: Malala Yousafzai, de 15 años, fue baleada por los talibanes en el bus que regresaba de la escuela. Querían matarla, callarla, castigarla por alzar su voz y exigir educación para las mujeres. Sobrevivió y sus palabras adquirieron una resonancia y una fuerza, que solo el Premio Nobel de la Paz 2014 pudo impulsar más.
Malala es la voz de millones. Ella lo reconoció cuando volvió a ofrecer sus discursos tras recuperarse del intento de asesinato. Las balas le dejaron heridas de gravedad en la cabeza y en el cuello. Tras operaciones, cambios de hospitales, el cuidado de muchos doctores enfermeras, una esmerada rehabilitación, la compañía de su familia y la atención mundial, Malala volvió sin rencor, comprometida con acabar con el silencio y dispuesta a dedicar su vida a esta lucha.
“Nada cambió, excepto esto: murieron la debilidad, el miedo y la desesperanza. Nacieron la fuerza, el poder y el valor. Soy la misma Malala. Mis ambiciones son las mismas. Mis esperanzas son las mismas. Y mis sueños son los mismos… Nos damos cuenta de la importancia de la luz cuando vemos la oscuridad. Nos damos cuenta de la importancia de nuestra voz, cuando nos obligan a guardar silencio. Creemos en el poder y la fuerza de nuestras palabras. (...) Tomemos nuestros libros y lapiceros; son nuestras armas más poderosas. Un niño, un profesor, un libro, un lapicero pueden cambiar el mundo”, aseguró al cumplir sus 16 años, en julio del 2013, en la asamblea de jóvenes en las Naciones Unidas, en Nueva York.
Desde Inglaterra, adonde se mudó con su familia y sin dejar de extrañar su hogar en el valle de Swat, Malala se convierte en un ícono en la pelea por el derecho a la educación; en ese país, se afinca y estudia.
Durante 18 meses, el cineasta Davis Guggenheim (ganador de un premio Óscar por La verdad incómoda ) comparte con la joven y su familia en Inglaterra, así como en viajes a Nigeria, Kenia, Abu Dabi y Jordania.
El resultado es Él me nombró Malala , documental de hora y 28 minutos, estrenado en octubre del 2015, en que se acerca a la intimidad de esta activista y de su círculo cercano y cuenta su historia –por su supuesto, se aborda el intento de asesinado– , para lo cual recurre también a entrevistas, animaciones y fotos.
Este trabajo de Guggenheim , que Nat Geo estrenará en cable para Latinoamérica este domingo 6 de marzo a las 7 p. m., le pone especial atención a la relación entre padre e hija.
Además de justificar el título del filme, se debe a que el culto profesor Ziauddin le puso a la niña el nombre de una luchadora afgana que inspiró a las tropas de su tierra en la lucha contra los británicos en el siglo XIX y murió en el campo de batalla. Cuando al hombre le sugirieron cambiarle ese nombre por ser triste, Ziauddin se lo dejó porque era valiente, cuenta en la película.
Aunque hay voces que sugieren que el padre hizo a la adolescente seguir sus pasos, la inteligente joven responde así en esta producción audiovisual: “Mi padre solo me dio el nombre, no me convirtió en Malala… Escogí esta vida, nadie me obligó y debo continuar”.
La cinta no conquistó a la crítica, aunque tampoco la masacraron. Transita entre quienes agradecen el homenaje a una joven increíble y valiente, así como la cercanía e intimidad que aporta, y quienes le reprochan ser una apología panfletaria del personaje, con importantes problemas de narración.
Él me nombro Malala muestra dos caras de a pakistaní. Está el retrato de la joven consciente de su historia y responsabilidad, la sobreviviente a un intento de asesinato que aún sufre algunas secuelas físicas del ataque e incluso unos ataques de pánico esporádicos, una activista que cree en el poder de las palabras, inspira a otros jóvenes en diferentes partes del mundo, da discursos y ha obtenido grandes reconocimientos.
Se presenta también a la adolescente común que molesta a sus hermanos, debe hacer sus tareas y se esfuerza por buenas calificaciones, le gustan los astros del criquet y el tenis, se preocupa por saberse diferente en un centro educativo británico y le enseña a su papá –su gran influencia y acompañante perenne– a usar Twitter. Su mundo lo completan su madre, Toor Pekai; y sus hermanos, Khusal y Atal, así como sus amigas.
A esta familia, que confiesa que quiere volver a Pakistán, se le ha acusado de ambición; no obstante, el padre defiende que su interés es social. Por ejemplo, cuando Malala fue nominada al Nobel de la Paz en el 2013 y no lo obtuvo en ese momento, el patriarca aseguró que lo importante es el cambio que su hija pueda provocar.
¿Qué opina Malala del documental? Se sintió feliz por la visión que el director le dio a la historia. “Estoy complacida por la forma en Davis ha combinado el arte con nuestra historia; me pareció muy interesante”, detalla una entrevista que hizo Nat Geo y le proporcionó a La Nación.
Heroína del siglo XXI
Malala es heroína. Esta hija de un educador fue transformada en heroína por los medios. Y no sobran razones: desde los 10 años, impulsada por el activismo de su progenitor, empezó a exigir su derecho al conocimiento, a aspirar a un futuro diferente.
La niña que prefería pensar en que sería doctora y no política –como le sugería su padre– empezó a escribir en el 2009 un blog, con el pseudónimo de Gul Makai, para la BBC en el servicio urdu. En ese espacio, denunciaba los abusos cometidos por los talibanes, hablaba de la destrucción de escuelas y de su miedo y de la cotidianidad en aquel contexto.
Para el 2010, su identidad era conocida; daba entrevistas, se hizo un documental sobre ella y ganó premios por su valentía. Su voz era clara y desafiante, pero su círculo cercano creía que no era un blanco talibán debido a su edad.
Fueron años en que temían por la vida de Ziauddin Yousafzai. El miedo no era infundado pues los talibanes mataban a quienes los desafiaban. La madre dormía con un cuchillo en la cama y había una escalera colocada estratégicamente para emprender la huida si era necesario. Tiempos difíciles.
Debido a que Malala ya era conocida, su madre le pidió no caminar. Aquel 9 de octubre de 2012, el autobús escolar fue detenido por dos talibanes jóvenes, uno de ellos preguntó por Malala y después disparó; además, hirió a dos de sus amigas.
Las lesiones eran tales que nadie creyó que sobreviviría. Fue atendida en un hospital militar, donde se le operó de emergencia, y luego fue trasladada a Inglaterra. Mientras el mundo reclamaba por aquel ataque, los talibanes se lo atribuyeron y el portavoz del grupo, Ehsanullah Ehsan , afirmó: “No es nuestra política matar a mujeres; pero cualquiera que dirige una campaña contra el Islam y la sharía [ley islámica] debe morir”. La condena internacional fue enorme y la pérdida de apoyo en Pakistán importante.
“La bala entró por debajo del ojo izquierdo y salió por el hombro. Le destrozó los huesos de media cara, cortó el nervio y rozó el cerebro, que se inflamó tanto que tuvieron que quitarle toda la tapa de la cabeza. Durante meses estuvo con el cerebro al aire y con el pedazo de cráneo metido, para su conservación, bajo la piel del abdomen (al final tiraron el hueso y le pusieron una pieza de titanio). También estuvo meses con medio rostro desplomado: no podía reír, apenas podía hablar, no podía parpadear con el ojo izquierdo y los dolores eran terribles”, contó la escritora Rosa Montero en una entrevista que publicó el diario español El País en el 2013.
Fue precisamente en octubre de ese 2013 cuando la joven publica su autobiografía Yo soy Malala , escrita por la periodista británica Christina Lamb. Es el relato de su vida antes y después del ataque, habla de sus aspiraciones y también de sus gustos. Un bestseller .
Al año siguiente, a sus 17 años, se convirtió en la premio Nobel de la Paz más joven de la historia. “Cuento mi historia no porque sea única, sino porque no lo es; es la historia de muchas chicas. No soy una voz, soy muchas. Nuestras voces se han hecho más fuertes y más fuertes”, expresa Malala y recuerda el documental.
Es una heroína y una joven normal, combinación que implica celebridad y también pérdidas. Y Rosa Montero lo escribió claramente: “Es una niña atrapada entre las ruedas de una responsabilidad colosal. Imaginen la situación: una realidad de violencia y abuso insoportables, un padre heroico que señala el camino y una niña inteligentísima, evidentemente superdotada, consciente de su propia dignidad y con una gran capacidad de compasión. Todo se conjuró en la vida de Malala para encerrarla en su destino de Juana de Arco (...). Malala, enardecida por haber sobrevivido y todavía muy joven, pese a su madurez, tiene ensueños grandiosos para el futuro de su pueblo. Ensueños inocentes y difíciles de alcanzar pero que quizá ella logre poner en marcha, porque esta pizca de mujer es poderosa. Tanto el padre como la hija tienen algo limpio, el corazón en la boca, una luz que encandila. Pero la luz de Malala está llena de sombras, es una estrella oscura llena de dolor y de determinación . A los dieciséis años [en el 2013] está dispuesta a sacrificar toda su vida por su proyecto ”.
Malala continúa su camino. En Inglaterra se esfuerza por obtener buenas calificaciones pues quiere entrar a la prestigiosa Universidad de Oxford. Su lucha sigue; sus sueños y su leyenda crecen.
Véalo. Domingo 6 de marzo. NatGeo. 7:00 P.M.