Advertencia: A continuación encontrará múltiples detalles del primer episodio de la serie ‘El peor inquilino del mundo’, de Netflix. Si aún no lo ha visto y no quiere que le adelanten su contenido, quizás le convendría abandonar esta lectura.
Alojar a las víctimas en su casa, envenenarlas con estupefacientes hasta matarlas y luego enterrarlas en el jardín podría ser fácilmente parte de la trama de una película de terror, más aún si ponemos como protagonista (y responsable de los macabros asesinatos) a una abuelita con un rostro dulce y fama de cuidadora.
Aunque lo anterior podrá parecer una trama sacada de la ficción más perversa, la historia es real y ocurrió en una casa de tres plantas y 16 habitaciones, ubicaba en la calle 2100 F, en Sacramento, California, Estados Unidos, a finales de la década de 1980.
El costarricense Álvaro González Montoya fue una de las víctimas que murió a manos de Dorothea Puente, una mujer quien se hacía pasar por una anciana noble y benévola para matar a los inquilinos de su pensión, envenenándolos poco a poco.
Su desaparición fue la que impulsó a que las autoridades investigaran y descubrieran lo que había detrás de la inocente fachada de la mujer. Así lo muestra Netflix en su nueva serie documental El peor inquilino del mundo.
Álvaro González, quien era conocido como Bert Montoya, nació en Costa Rica, en 1936, y cuando era un adolescente emigró a una ciudad en el sur de Estados Unidos con su familia. Según explica la serie, a los 16 años fue diagnosticado con esquizofrenia, por lo que su familia decidió internarlo en una clínica de salud mental, donde recibió terapia de choques.
Bert escapó y llegó a Sacramento, donde vivió en las calles. Tiempo después fue internado en una clínica de desintoxicación, pese a que no era alcohólico, y así conoció a Judy, trabajadora social de la asociación Volunteers of America, la cual tiene por objetivo sacar personas de la calle, ofrecerles tratamientos de salud mental y buscarles un lugar para vivir.
En el documental, disponible en la plataforma de streaming, Judy cuenta que al ver a Bert en una clínica de desintoxicación, se dio cuenta que aquel no era el lugar para él y decidió buscar un sitio que le proporcionara mejor calidad de vida y favoreciera su salud mental. Fue ella quien encontró en la pensión de Dorothea Puente un alojamiento al tico: sus habitantes parecían felices, el sitio se veía cálido, los vecinos querían a la mujer, los políticos locales la reconocían como donante y ella regalaba comida.
La mujer mantenía la pensión mensualmente con lo que le pagaban del Seguro Social sus inquilinos, que en el caso de Bert eran $60, dinero que le garantizaría comida y una habitación digna. Al principio todo parecía ir bien, hasta que Judy llamó para hablar con el costarricense y la mujer le dijo que él se había ido de viaje.
Desde entonces, Judy no volvió a saber nada de Ber. Días después le dijeron que la familia se lo había llevado a casa.
Como los hechos no calzaban, la trabajadora social dio aviso a las autoridades, que se dispusieron a interrogar a los inquilinos de Dorothea. Un mensaje escrito por uno de ellos en un sobre y que decía “ella quiere que le mienta” fue la clave para que la policía sospechara que algo no andaba bien. Ese mismo hombre había dicho que había visto a la mujer cavar hoyos en el jardín, por lo que se emitió una orden de allanamiento.
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Con pala en mano, el detective John Cabrera, del departamento policial de Sacramento comenzó a cavar buscando el cuerpo del tico, pero para su sorpresa encontró múltiples pedazos de tela, carne humana y huesos.
Dorothea insistía en su inocencia, mientras su rostro ya estaba en las portadas de los periódicos y su nombre era frecuentemente mencionado en los noticiarios.
La policía encontró nueve cuerpos enterrados en la propiedad. El tercero, hallado el 12 de noviembre de 1988, fue el de Bert, quien para aquel momento ya tenía tres meses de desaparecido.
La policía encontró en la habitación del costarricense, de 52 años, restos del tranquilizante Dalmane, así como Diazepam y otros medicamentos recetados a personas con problemas para conciliar el sueño y que le suministraba la mujer.
Los restos de Bert fueron sepultados en el cementerio Saint Mary’s Catholic Cemetery and Mausoleum.
Asesina en libertad condicional
Dorothea Puente fue sentenciada a cadena perpetua en 1992 y falleció en prisión en el 2011, por causas naturales.
Su expediente delictivo era amplio y, de hecho, cuando asesinó a Bert y a las otras ocho personas se encontraba en libertad condicional.
Puente nació el 9 de enero de 1929 en Redlands, Estados Unidos y la primera vez que estuvo en la cárcel fue en 1948, a los 19 años, por falsificación. Sin embargo, al poco tiempo quedó en libertad.
En la década de 1950 fue prostituta y dirigía un burdel, por lo que fue arrestada y llevada a prisión por un tiempo. Dos décadas más tarde, en 1982, volvió a la cárcel por cinco cargos de los que se le declaró culpable, entre ellos hurto, falsificación y administración de estupefacientes.
Salió de la cárcel en 1987 y se encontraba bajo libertad condicional cuando mató a sus inquilinos. La mujer mentía sobre su paradero para seguir cobrando los cheques de Seguro Social de ellos después de muertos.
Aunque se encontraron nueve cadáveres y tenía cargos por homicidio en primer grado contra todas sus víctimas, Puente fue hallada culpable y sentenciada a cadena solamente por tres de ellos. Dorothea no fue condenada por el homicidio de Bert.
De acuerdo con el detective John Cabrera, del departamento policial de Sacramento, no había una confesión o pruebas de que ella los había asesinado a todos.
La casa que tanto dolor llevó a múltiples familias y en donde ocurrieron los asesinatos permanece en pie. Es una estructura construida en 1890 que nunca fue derribada.
La serie documental de Netflix El peor inquilino del mundo cuenta con un total de cinco capítulos de una hora cada uno. El caso de Dorothea y el costarricense que encontró la muerte por confiar en ella se desarrolla en el primer episodio.