Vivió la vida con mucha rapidez. A los dos años su madre la matriculó en clases de ballet; a los seis salió en un anuncio de cereales; a los ocho era una estrella de televisión; a los 18 un cadáver.
El forense afirmó que jamás había visto un atracón de drogas tan brutal: cocaína; metacualona –un sedante–; secobarbital –un barbitúrico–; PCP –polvo de ángeles– y cantidades industriales de alcohol.
Los abuelos eran libaneses y sus padres, John Paul Jones y Mary Paula Tweel, la llamaron Anissa, que en árabe significa “pequeño amigo”.
Para los televidentes siempre será “Buffy”, la pizpireta niña pelirrubia de ojos azules que protagonizó Mis adorables sobrinos ; un batazo televisivo de la cadena CBS.
La serie narraba las aventuras de un acaudalado ingeniero, Brian Keith, que vivía en un lujoso apartamento neoyorquino en compañía de su envarado mayordomo inglés, Sebastian Cabot. Todo cambia para el solterón cuando debe encargarse de sus tres sobrinos huérfanos.
Tras un gustazo un trancazo. Después de ese personaje Anissa concursó, pero fracasó, por el de Regan MacNeil –la mocosa diabólica de El Exorcista –. El director William Friedkin la descartó porque pensó que el público seguía viendo en ella una cara inocente, y eso afectaría la credibilidad demoníaca del filme. Nunca más volvió a actuar.
A los 14 años Anissa era una actriz acabada y envuelta en una “melánge” de problemas familiares, a causa del divorcio de sus padres y de la férrea disputa legal que sostenían por la custodia de ella y su hermanito Paul.
Dejemos un momento a la abatida Anissa y regresemos al principio. Anissa Jones nació el 11 de marzo de 1958 en West Lafayette, Indiana; donde su papá John Paul –un ingeniero– conoció a Mary Paula, una estudiante de zoología.
La madre estaba obsesionada con hacer de su hijita una luminaria. Apenas nació el otro niño –John– arrió con la familia hacia California, pues para su dicha el marido encontró trabajo en una empresa aeronáutica.
Mientras probaba papeles aquí y allá, Anissa cursó la primaria en la Escuela Paseo del Rey y en la secundaria en Orville Wrigth.
En 1966 la pegó con el personaje de Elizabeth “Buffy” Patterson-Davis que la disparó al estrellato, al punto que la recibió en audiencia especial el Presidente de Estados Unidos, Lyndon B. Johnson, uno de sus inclaudicables fans.
Ese papel la encumbró a la fama, pero la despeñó. Hollywood es un gigante devora niños y Anissa fue un bocadillo especial; la encasilló en el papel de chiquita ingenua y chistosa, del que jamás pudo librarse para crecer como actriz.
Luz y sombra
De pronto, Anissa creció sin vivir la niñez. Los productores la esclavizaron; filmaba todos los días; debía visitar los “ talk shows ” promocionales y atender a los miles de admiradores.
La maquinaria comercial la engulló. La muñeca con que jugaba en la serie –la Sra. Beasley– se convirtió en un fetiche infantil. La fábrica de juguetes Mattel vendió un modelo en varios tamaños con ocho frases grabadas por Anissa.
Igual fabricaron loncheras, ropa, libros para colorear, un recetario con la foto de la pequeña “Buffy” y cualquier objeto que generara dividendos. De ese banquete la actriz solo recibió las sobras.
Pese al ritmo ajetreado sacó tiempo para filmar, con Elvis Presley, Mis problemas con las mujeres , con apenas once años.
Tras cinco temporadas de éxito y 158 episodios la CBS canceló el programa, porque las series familiares estaban en decadencia. El público exigía producciones de acción, en ambientes urbanos y modernos. Por eso filmaron Kojak , Cannon , MASH o Medical Center .
Igual Anissa ya estaba hasta el cogote de interpretar a una chiquilla babosa y quería saltar al cine con propuestas serias, así que tomó el despido con deportivismo.
Lo malo fue que nadie la contrató y decidió terminar sus estudios en la secundaria de Westchester, alejada de la industria del entretenimiento.
Volvamos donde quedó la triste Anissa. Mientras actuaba y corría de un lado a otro para satisfacer a los depredadores del espectáculo, sus papás se divorciaron.
A los 15 años se fue a vivir con su padre, pero este murió de un ataque cardíaco y un juez la regresó donde su madre, a la cual detestaba.
Su vida se vino al piso y se salió del canasto. Dejó los estudios, se fugó con un amiguito y Paula la denunció a la policía; la capturaron y pasó varios meses en un reformatorio juvenil.
Regresó a la casa pero peor que antes. Pasó de fiesta en fiesta, consumió drogas y licor; robó chucherías en las tiendas.
Cuando cumplió 18 años recuperó el dinero que ganó en su niñez, unos $75 mil. Con esa plata alquiló un departamento, compró un carro y se llevó a Paula a vivir con ella.
Por esos días conoció a un vividor, Allan Kovan, que la metió en el mundo de las drogas duras y la dejó sin un centavo.
De nuevo al charco. Buscó trabajo y por un tiempo atendió una venta de donas, pero la dejó porque estaba harta de que los clientes le pidieran autógrafos.
Al fin encontró lo que buscaba. El 28 de agosto de 1976 montó una fiesta espectacular en casa de una amiga. Se fue a la habitación y se atipó de una sopa de drogas, cuando su noviecito fue a buscarla la encontró desplomada en la cama…muerta.
Si alguien merecía un final feliz… esa era Buffy.