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Página Negra Audie Murphy: La roja insignia del valor

Ganó todas las condecoraciones militares y volvió del infierno de la guerra, pero las secuelas mentales lo afectaron el resto de sus días y arruinaron su vida.

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Imagen sin titulo - GN

El cobarde muere mil veces, el valiente solo una. En la Segunda Guerra Mundial mató nazis como hormigas, los agujereaba con su fusil; pasaba como magma ardiente por los campos de batalla y arrasaba nidos de ametralladoras, tanques, camiones y casamatas.

Fue un héroe homérico que volvió del infierno y cayó en otro peor, el de Hollywood, donde los enemigos matan con la pluma y con la lengua. Tal vez por eso cargaba siempre una Colt Army 45, aunque no fuera de gatillo fácil.

El niño bueno que le llevaba galletitas a la maestra o recogía la limosna en la Iglesia; de rostro aniñado, flacucho y con aspecto de serafín era incapaz de quebrar un plato, pero una vez enfundado en su uniforme de infantería se convirtió en una máquina de matar; él solito despachó 240 “fritzes o hanses” en los campos de Francia, Italia, Alemania y África, japoneses no por que llegó tarde a la escabechina.

Millones de personas llegan al Cementerio Nacional de Arlington para visitar la tumba de Murphy, el soldado más condecorado de la II Guerra Mundial. | LATINSTOCK

En los tres años que estuvo en el ejército norteamericano ganó todas las medallas al valor del gobierno de los Estados Unidos de América, cinco francesas y una belga. Fue el soldado más condecorado de la Segunda Guerra y eso que apenas medía 1,65 m y pesaba 135 libras.

Pero aunque un guerrero peleé en mil batallas y se enfrente mil veces a mil enemigos; basta una brizna de hierba para acabar con su vida, cuando le llega la hora.

Durante un viaje de negocios –el 28 de mayo de 1971– el avión en que viajaba chocó contra una montaña cubierta de niebla, cerca de Roanoke, Virginia. Tenía 46 años y fue sepultado con honores militares en el Cementerio Nacional de Arlington; solo la tumba de John F. Kennedy recibe más visitas.

Un hospital de veteranos, una escuela, una autopista, una estatua de bronce de una tonelada y un sitial en el Salón de la Fama del Cowboy, honran su memoria.

En la sección 46, sitio 366-11 del panteón, se levanta una lápida simple y discreta, como la de un soldado raso, sin monolitos ni figuras ecuestres, sin más epitafio que sus datos elementales y su nombre: Audie León Murphy.

Corazón valiente

Aunque cazaba perdices, no vivían felices. Audie ganó notoriedad en su pueblito natal, Kingston Hunt County –Texas–, por su proverbial puntería al matar perdices y venderlas para ayudar a su madre Josie Bell, y a sus 11 hermanitos.

Cuando Audie cumplió 12 años, en 1936, su padre Emmett Berry Murphy, abandonó a toda la prole; razón por la cual el pequeño dejó la escuela y asumió la responsabilidad familiar.

Su miserable físico apenas le valió para conseguir empleo en una plantación de algodón; ahí le pagaban un dólar diario como recolector, según contó en su autobiografía Regreso del Infierno .

Las desgracias nunca vienen solas y a los 16 años murió Josie Bell; Audie quedó a cargo de los seis hermanos menores, y él bajo la tutela de su hermana mayor Corinne.

Justo ese año, 1941, el mundo estaba en plena conflagración mundial y los japoneses cometieron la estupidez de atacar Pearl Harbor, en Estados Unidos, y despertaron un gigante dormido que entró a la contienda con su maquinaria industrial y arrasó a los nipones con sendas bombas atómicas.

Los vientos guerreros exaltaron el ánimo de Audie; por eso internó a su parentela en un orfanato, con la idea de enlistarse en la infantería o en los paracaidistas.

Debido a su cuerpo escuálido y peor aún, ser menor de edad, lo rechazaron de inmediato y lo mandaron a la casa al son de las cajas destempladas.

Pero el jovencito utilizó su ingenio y con ayuda de Corinne, falsificó su acta de nacimiento y logró enrolarse dentro de la milicia estadounidense. Lo mandaron al Campo Wolters, en Texas; más tarde lo remitieron al Fuerte George G. Meade y le ofrecieron un puesto fijo en el campamento, con tal de evitar enviarlo al frente de batalla.

Como Murphy era un necio y solo molestaba al comandante con su majadería de entrar en combate, decidieron trasladarlo al norte de África a reforzar la reserva de la Compañía B, Primer Batallón del 15º Regimiento de la Tercera División de Infantería, estacionado en Casablanca, Marruecos.

Los lectores podrán imaginar la tristeza que embargó al capitán cuando vio al famélico soldado, que apenas se aguantaba el fusil, y era aplastado por la mochila.

El oficial intentó disuadirlo y lo nombró mensajero, pero el “cabezón” se ofrecía de voluntario en cada misión de patrullaje; así logró apuntarse en la invasión a Sicilia, el 10 de julio de 1943.

Días antes del desembarco se contagió de malaria y en plena refriega comenzó a vomitar y uno de los oficiales trató de ayudarlo pero este le respondió: “No se moleste Mayor, echo sangre por puro gusto”.

A partir de ese día, Audie se transformó en Marte; sembró el terror y el espanto entre la soldadesca alemana, acumuló medallas como si fueran postalitas y demostró que a falta de tamaño y peso, le sobraba bravura y coraje.

Una vez concluida la guerra en Europa, y ser dado de baja con honores, decidió probar suerte en otro campo de batalla, donde los enemigos esperan en la sombra y matan a puñaladas por la espalda.

Su amigo James Cagney lo invitó a darse una vuelta por Hollywood y ahí se quedó el resto de sus días, descollando como actor de cintas del oeste.

Protagonizó 33 de sus 44 películas, la mayoría de vaqueros, tanto que en 1955 la Motion Pictures Exhibitors lo nombró “Actor más popular de westerns en Estados Unidos”.

Ese año filmó su ópera prima – Regreso del Infierno – basada en su autobiografía y fue la más taquillera para Universal Pictures hasta que la desplazó, en 1975, Tiburón .

También hizo carrera como compositor y escribió las letras de 17 canciones country ; la más conocida fue Shutters and Boards , interpretada por decenas de cantantes.

Boy face

Audie Murphy era, como su segundo nombre, un león en la batalla. Ni la malaria, ni los francotiradores, ni medio ejército alemán pudo liquidarlo y parecía que él solo podía ganar la guerra. Temerario, suicida, el olor de la sangre lo enervaba.

Entre sus muchas hazañas bélicas sobresale la batalla de Holtzwihr, el 26 de enero de 1945, que le valió la Medalla de Honor del Congreso y culminó una fulgurante carrera militar en la cual obtuvo 33 condecoraciones; entre ellas: dos Estrellas de Bronce, la Cruz al Servicio Distinguido, dos Estrellas de Plata, tres Corazones Púrpura y la Legión al Mérito.

Ese día Murphy comandó una diezmada compañía que se enfrentó a 250 nazis armados hasta las orejas. En el fragor de la batalla, bajo una nube de balas y fuego, Audie cargó una ametralladora y en una frenética carrera, en la que la suerte y la audacia lo acompañaron, barrió a balazos a cuanto “boche” se le enfrentó, los mató en las trincheras como ratas, destruyó varios carros blindados y se detuvo cuando solo él quedó de pie.

Lo que desató la furia de Audie fue el certero balazo que mató a su amigo del alma Lattie Lipton; poseído por una ira justiciera aniquiló a casi toda la guarnición alemana que defendía una colina.

Cuando acabó de llorar a su amigo la guerra se volvió un asunto personal; los muertos quedaron donde cayeron y los vivos siguieron peleando.

La paz no le sentó nada bien. Los fantasmas de la guerra lo acosaron; padeció de insomnio, depresión, arranques de irritabilidad, amnesia y ansiedad, definido por los especialistas como “trastorno de estrés postraumático” o “Fatiga de guerra”.

Para atenuar los efectos de esa enfermedad tomó pastillas de Placidyl. En una ocasión decidió encerrarse en una habitación sin ese fármaco y tratar de vencer su adicción.

Otros veteranos de Corea y Vietnam padecieron esa enfermedad y él los apoyó; también exigió al gobierno que tuviera mejores instalaciones de salud para atenderlos.

Los desórdenes mentales afectaron su matrimonio con la actriz Wanda Hendrix, con la que vivió apenas un año; tras su divorcio se casó con Pamela Archer y tuvo dos hijos Terrance Michael y James Shannon.

Aunque en vida recibió los máximos honores, fue sepultado de manera sencilla, como un soldado raso, sin fanfarrias ni discursos, porque el verdadero héroe es quien se vence a sí mismo.

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