Ídolo de doble cara. De día, el Dr. Jekyl; de noche, Mr. Hyde. Buen padre, buen marido. Mujeriego, irascible, violador en serie. ¡Llora payaso, llora! En el ocaso de sus días la patina de su nombre se partió como una copa de cristal barato.
Como el rey del cuento, Bill Cosby anda desnudo; “senza fama, senza gloria” o en vernáculo: se le cayeron las medallas.
El encantador Dr. Cliff Huxtable, profesional sin mácula, esposo ejemplar, dulce padre de cinco hijos medio descocados, en la exitosa comedia ochentera El show de Bill Cosby era en realidad, según las acusaciones, un encantador, pero de serpientes.
A sus 77 años estaba a punto de salir de la vida en hombros y en olor de santidad con ayuda de una egomaníaca biografía escrita por Mark Whitaker . En Cosby: His Life and Times , el autor relata las andanzas del beato Bill desde sus modestos orígenes hasta la construcción de un archimillonario imperio mediático, alrededor de sus comedias televisivas y stand-up .
Pero aún el sol tiene manchas. Una cadena de acusaciones por supuestos abusos sexuales, fundados o no, llenó de estiércol su blanca negritud. Ante la avalancha mediática la estrella televisiva comentó, previo a una presentación en el Centro King para Artes Escénicas en Melbourne, Australia: “Se que las personas están cansadas de que no diga nada, pero un hombre no tiene que responder a insinuaciones. Las personas deben revisar los hechos. Las personas no tienen que pasar por eso”.
Una gavilla de mujeres presentó el lado oscuro del dueño de un emporio millonario que forjó a pura lengua, desde los años 60, cuando actuaba en un stand-up comedy en clubes de mala muerte.
De piedra en piedra Bill cruzó hasta la otra orilla del estrellato y pasó de actuar con su stand up comedy ante dos camareras y un gato, a poseer una fortuna estimada en $500 millones, basada en su buen ojo tuerto para las inversiones en arte y en bienes raíces.
Como buen hijo de un americano pobre, él saltó de una barriada miserable en Filadelfia, Estados Unidos, donde nació el 12 de julio de 1937, a una mansión de medio millón de dólares en Beverly Hills, que para más señas los envidiosos bautizaron The Cosby Hilton.
Detengámonos aquí, para babear un rato con los excesos del modesto Bill. Poseía un batallón de criados para atender a la horda de amigotes que se hospedaban en las 31 habitaciones.
En el descomunal garaje guardaba su colección de Ferraris, Cadillacs, un Mercedes Benz 600 descapotable y un Aston Martin –año 34–, pequeños consuelos que solía darse para olvidar una infancia rodeada de drogas y delincuentes.
William Henry “Bill” Cosby, Jr. vivió una niñez difícil. Su padre –del mismo nombre– fue cocinero en un barco de la marina, donde pasó más tiempo que con su familia. La madre, Anna Pearl, era ama de casa y debió sacar sola a sus dos hijos. Uno –Russell– murió a los siete años.
Pésimo estudiante. A duras penas obtuvo un título universitario a distancia y, salvo pequeños chistes que memoriza para enlazar un diálogo con otro, el resto lo improvisa de acuerdo con un sabio consejo del comediante Jonathan Winters, quien fuera su amigo.
Gracias a su habilidad natural para el humor, Bill Cosby no terminó alcoholizado como su padre, o como carne de cañón en un correccional juvenil.
Padre de América
Puede ser que a Cosby le cobren dos cosas, o mejor tres: éxito, fortuna y ser negro. La pobreza, en que nació y creció, no es problema en una sociedad donde el dinero es el mejor detergente contra el pasado.
Bill compensó sus escasas luces intelectuales con una capacidad genética para hacer reír a los demás; él mismo cuenta en sus shows que en la escuela y en el colegio era el payaso del aula. Ya saben, ese compañerito necio que hace bromas, bromas y bromas, porque solo sabe hacerse el gracioso.
Para llevar pan a la casa desempeñó varios empleos: vendedor callejero, zapatero remendón y gondolero en un supermercado. Aparte de medio estudiar y trabajar, era bueno para el deporte, en especial el atletismo y el béisbol.
Igual que su padre se enroló en la marina; por cuatro años se encargó de la farmacia y daba terapia física a los marineros heridos en la guerra de Corea.
En el ejército continuó con sus gracejadas; en el cuartel descubrió su vocación de comediante, la cual afinó con algunas clases de actuación y practicó con la clientela de un bar de mala muerte, donde trabajó cuando saltó a tierra de nuevo.
Para su buena fortuna encontró a Carl Reiner, el santón del stand up comedy , quien se convirtió en su mentor. Bob, el hijo de Carl, le consiguió una presentación en televisión que lo llevó a los altares catódicos.
El público conoció a Cosby gracias a la serie Yo soy espía , junto a Robert Culp. Fue el primer negro en ganar tres premios Emmy, por esa teleserie que se transmitió de 1965 a 1968. A pesar de las exitosas ocho temporadas –1984 a 1992– del Show de Bill Cosby jamás ganó un premio por eso. Igual vendió miles de discos con sus presentaciones, obtuvo nueve grammys y llegó a cobrar –en 1996– un millón de dólares por episodio del show.
Durante un concierto en Washington conoció a Camille Hanks , su futura esposa y madre prolífica de cinco hijos: Erika, Erinn, Ennis, Ensa y Evin.
Cosby la acosó desde el arranque y a las dos semanas le propuso matrimonio; incluso aceptó viajar una vez a la semana, durante varios meses, a Nueva York para realizar un cursillo de catolicismo con tal de complacer a sus suegros y obtener el beneplácito para la boda.
Su vida real la transportó a la pantalla y se mimetizó con el Dr. Huxtable, quien fue su alter ego . Con sus infaltables suetas el médico repartía consejos paternales cada noche, almibarados con su prudencia, bondad y amor por su bella esposa Claire y sus cinco e inquietos niños.
El Padre de América, como solían llamarlo, pronto se daría cuenta que la vida es un valle de lágrimas. Erinn, a los 14 años, enfrentó problemas de drogadicción; en 1997, Ennis, fue asesinado de un disparo mientras cambiaba una llanta en una autopista de Los Ángeles. Ofreció $100 mil de recompensa por los criminales, pero el caso nunca se resolvió.
Además de esas tragedias familiares Cosby dilapidaba fortunas en estruendosas fiestas junto a Hugh Hefner. En la mansión del “rosquete” la pasaba de maravilla con las conejitas y las “tomatingas”. Mientras tanto, su adorada Camille vivía en el remanso de la ignorancia –como fiel Penélope–, al cuidado del hogar y ajena a los excesos del ejemplar marido.
En una de esas parrandas conoció a Shawn Berkes, una impresionante belleza blanca que andaba de paso por Las Vegas, la ciudad del pecado. Tras de renco lo empujan y Cosby la convirtió en su amante.
La sangre llegó al río cuando Bill quiso romper con Shawn; esta quiso extorsionarlo y exigió $24 millones con tal de mantener en secreto el desliz. Cosby no toleró el abuso; fueron a un juicio, finalmente no pagó nada y Autumm Jackson, presunto fruto de ese amor prohibido, quiso una parte del queque y terminó en prisión por cómplice de su madre.
Años después Cosby admitió su amorío con Berkes, pero una prueba de ADN demostró que Autumm no era su hija. “¡A buena hora!”.
La caída
Algo tiene el agua porque la bendicen. Los moralistas perdonan lo que sea, menos un escándalo sexual y Bill Cosby está en el centro de un huracán, por ahora en calma, pero a punto de arrasar con toda su carrera.
El pobre Bill tiene una candela de dinamita encendida por los dos cabos. Uno de ellos lo prendió la exactriz y publicista Joan Tarshis, que en la revista Hollywood Elsewhere lo acusó de agredirla sexualmente cuando tenía 19 años, en 1969.
Barbara Bowman, es la otra punta; ella, en una entrevista en The Daily Mail y más tarde en The Washington Post , confesó que Cosby la drogó y la violó, allá por los años 80.
“Me tiró en la cama mientras trataba de desabrochar su cinturón. Nunca olvidaré el sonido del tintineo de la hebilla. Con el brazo me presionaba el cuello, no podía escapar de él. Yo no dejaba de gritar y al no conseguir quitarse el cinturón, decidió parar porque era demasiado problema y no quería correr el riesgo”, aseguró Bowman.
La llama terminó de soplarla, para convertirla en incendio, el comediante Hannibal Buress quien, en un monólogo en Filadelfia, lo tildó de violador en serie y pidió al público presionar para reactivar el caso.
People consideró, en un artículo sobre el showman , que: “Él intenta continuar sus espectáculos pero el daño podría ser irreversible”. La publicación aclaró que Cosby superó con éxito la denuncia civil presentada por 13 mujeres, pero que ahora hay otro grupo que lo acusa de abusos sexuales.
Todas las denuncias siguen un mismo patrón: las víctimas fueron drogadas, manoseadas, atacadas, violadas, despertaron en la cama del actor, vomitaban y regresaban a su casa en un taxi sin saber nada de lo que hicieron.
La modelo Janice Dickinson se unió al grupo de ultrajadas y aseguró a Entertainment Tonight que Cosby la invitó a cenar en Lake Tahoe, disolvió una píldora en una copa de vino tinto, se desmayó y este la abusó sexualmente.
Lo extraño es que pasaron más de 20 años, en unos casos hasta 40, para las denuncias. Algunos señalan que el destape ocurrió a causa de las redes sociales, que exigen transparencia absoluta –como norma y no como excepción– en la vida privada y pública.
Otros piensan que la denuncia de Bowman, la de Andrea Constand y los testimonios de otras mujeres reabrieron el caso.
Finalmente, la biografía de Witaker describió la locura que ocasiona el actor en sus apariciones públicas; cómo la gente se arremolina para tomarse selfies con él y la manera en que altera la rutina en los lugares adonde asiste.
Medio ciego, con 77 años, a punto de retirarse como un venerado paradigma paternal, el comediante ve como decenas de mujeres lo acosan a dentelladas.
Bill Cosby aprendió que hay leyes en la vida que son inviolables. Una de ellas es que nadie escapa a su pasado.