En el principio era Brian y dijo: ¡Háganse sus Satánicas Majestades! Del caos melódico primordial surgió una banda salvaje. Ahora nadie se acuerda de aquel viejo titán, que nombró, compuso las primeras letras y fue el alma de The Rolling Stones.
Allá por 1960 Mick Jagger y Keith Richards eran un par de atorrantes que no valían ni medio penique, pero deben su existencia actual –y sus obesas cuentas bancarias– a un rubio demiurgo, que abandonó su puesto de burócrata municipal para crear música.
En la licuadora farandulera surgió el rumor de que ese par estaba verde de envidia por el carisma y liderazgo de Brian Jones, que los superaba en talento y era el motor que colocó en órbita a The Rolling con su versión de Not Fade Away , de 1964.
Lo cierto es que Richards le quitó la mujer a Jones, Anita Pallemberg, y Jagger se apropió del grupo, lo cual molestó al artista que apareció ahogado en su piscina. Valga aclarar que Brian era un consumado nadador.
Como el negocio es el negocio, dos días después la banda actuó en Hyde Park ante 500.000 endiablados fanáticos; en homenaje al cadáver insepulto de Jones liberaron 3.000 mariposas –la mayoría muertas dentro de las cajas de importación–.
Jagger leyó Adonais , un poema de Percy Shelley y abrieron con I’m Yours, I’ am Hers , la pieza favorita de Brian, que siete días después yacía cuatro metros bajo tierra, en un féretro de plata y bronce pagado por Bob Dylan. Mick no fue al entierro porque se marchó a Australia a filmar una película; Keith, menos. El muerto al hoyo y el vivo al pollo.
La caída de Jones la apuntaló el mánager de The Rolling, Andrew Oldham, que lo tenía entre ojos y prefería a Mick como líder de la banda; entre los tres se encargaron de marginar al rubio rebelde.
Si los malos modos no fueron suficientes, le patearon el trasero con un cartel promocional en el cual se anunciaba: ¡Mick Jagger y The Rolling Stones! Así paga el diablo, llevándose a quien bien le sirve.
Mientras la banda subía en popularidad, Brian entró en picada. “Dejó que su salud se deteriorara bebiendo mucho, probando nuevas drogas, saliendo de noche, acostándose tarde y no se centraba en lo que hacía. Empezó a perder su talento”, explicó Jagger.
Algo tenía de razón porque a finales de agosto de 1963 Jones abandonó varios conciertos afectado por el asma, los excesos con el licor y ataques de ansiedad.
Pasó las de Judas y un día Keith profetizó: “Así no vas a llegar a los 30”. “Ya lo sé”, respondió el desgraciado. El 3 de julio de 1969, el padre de Los Rolling Stones murió de manera extraña a los 27 años.
El original
Brian Jones era un niño, como decía Baudelaire, extraviado en una selva de símbolos incomprensibles. Así que no pudo ver por dónde venía la procesión en su contra, porque tenía ideas que iban más allá de un grupo roquero.
La sangre de Brian era galesa por parte de sus padres, Lewis Blount y Louise, que lo trajeron a este planeta el 28 de febrero de 1942 en Cheltenham, Inglaterra. Después tendrían dos niñas, Pamela, quien murió de leucemia a los dos años, y Barbara.
Enfermó de asma a los tres años y su espíritu libérrimo tuvo excusa para evadir los deberes escolares, en especial los deportes –aunque era un nadador eximio–. Aborrecía el fútbol, el criquet y fingía ataques de tos y hasta renqueaba con tal de zafar el bulto.
No hubo manera de que siguiera en el colegio y encontró trabajo en el ayuntamiento local. Como carecía de alma de empleado se marchó a Londres, donde Alexis Korner –en 1961– lo integró a la banda Blues Incorporated.
Al año abrió el Ealing R&B Club para los aficionados al blues y ahí Brian conoció a Jagger y a Richards, por ese entonces un par de descocados, que él unió con su talento y fundó, en 1962, The Rolling Stones a partir del nombre de una canción de Muddy Waters. Lo demás es leyenda.
Bill Wyman, en su libro Stone Alone , lo resumió así: “Si alguna vez un hombre vivió genuinamente la vida del rock and roll y caracterizó a Los Rolling Stones en todos sus aspectos, mucho antes de que los cinco asumiéramos un estilo, ese fue Brian Jones”.
Tenía una facilidad pasmosa para los instrumentos raros: mandolina, cítara hindú, dulcimer, marimba, melotrón, arpa o campanas tubulares. Experimentó con todos ellos en el rock y tal vez por eso se aburrió del grupo, del acartonamiento de los otros, de las poses de estrellas y –cuando lo echaron– en realidad ya se había ido.
Es de perogrullo contar su adicción a las drogas duras y al licor. Mujeriego hasta la pared de enfrente, aún hoy se ignora a cuántas mujeres embarazó. Las cuentas semioficiales mencionan a seis criaturas, tuvo uno con Prudence Hasher y otro con Linda Lawrence.
Más celoso que un gitano, aporreaba a sus novias. Anita Pallenberg, la despampanante actriz italiana, fue blanco de sus palizas y lo dejó por Keith, aunque Jones siempre la añoró, si bien en sus últimos días la pasó con la sueca Anna Wohlin.
Además, tenía un ego ciclópeo; ¡Podía no! si era amigo de: Jim Morrison, Bob Dylan, John Lennon, Jimi Hendrix y George Harrison.
Harto de tanta memez se refugió en su mansión, en las afueras de la ciudad, que le costó un millón de libras esterlinas. Justo ahí, en la piscina climatizada, Wholin lo encontró flotando boca abajo. No tenía alcohol ni drogas en el cuerpo.
Pero, ¡los viejos dioses nunca mueren!