Nunca sospechó de nadie, pero desconfió de todos. Malabarista del retruécano, vivió momentos verdaderamente momentáneos y si hubiera tenido tiempo –como el poeta Chicaspear– habría explicado con claridad meridiana las razones de su tristeza: la primera, la segunda y la tercera.
La tumba de los mitos es el mundo entero; aunque sus cenizas reposan en el Panteón Español, en México, su nombre y su laberíntico hablar son patrimonio de la humanidad.
Hay una fotografía promocional de Mario Fortino Alfonso Moreno Reyes, conocido en autos como Mario Moreno, en la que se ve al fondo una pintura de su álter ego Cantinflas; parece el retrato de Dorian Gray, pero al revés.
Cantinflas luce siempre joven. Pantalón a media nalga ceñido con un cordón alrededor del ombligo, camiseta percudida, pañuelo rojo anudado al cogote, tira negra a modo de gabardina, cachucha en pico, pitillo, los bigotillos ladeados, ojos pícaros y mirada arrepentida.
Al contrario, Mario aparece envejecido, deformado por las cirugías plásticas, como si sus pecados lanzaran una sombra sobre su faz y revelaran el personaje insoportable, descrito por sus íntimos y hasta por el escritor Guillermo Cabrera Infante.
“Ni lo uno, ni lo otro, todo lo contrario” advertiría Cantinflas; pero dentro del peladito del barrio El Tepito, que llegó a ser el actor mejor pagado del mundo, revoloteaba un mujeriego incorregible, un envanecido con sus obras pías, que salió del “quinto patio” y llegó a la cima entre volteretas e ingenio inédito.
Puede que los gringos tuvieran a Chaplin, a los hermanos Marx y a una cohorte de bufones; pero Mario se bastó a sí mismo para darles por la madre, merced a su escuálida figura y una verborrea incomprensible matizada con visajes y pases de torero improvisado.
Quienes asocian al cómico con el hombrecillo de sus películas, apenas creen lo que escribió Guadalupe Loaeza; ella dijo al diario BBC Mundo : “Era un hombre que mundanamente no era simpático, era desagradable. Mario Moreno era un personaje muy siniestro, con una ambigüedad muy evidente. Sus colegas no lo querían”.
Farnesio de Bernal, colega del celuloide, comentó a la revista Milenio: “Preparaba mis escenas y luego él me las quitaba de un modo muy feo. Cantinflas era un antipático, era mala persona y eso no solo lo digo yo”.
Tal vez Moreno daba fe de su frase: “O actuamos como caballeros, o como lo que somos”. “Usó su influencia y su poder político y social para su beneficio particular”, acotó también ”, el periodista Luis Guillermo Hernández.
Loaeza fue más allá y aseguró que sus vínculos con los gobernantes se tradujeron en grandes fortunas. “Por un lado, en el cine representaba a una persona pobre con poca educación y dinero, pero fuera de las filmaciones vivía con gran lujo.” aseguró a BBC Mundo .
“¿No que no, Chato?” saltaría el comediante: “Si se necesita un sacrificio… renuncio a mi parte y agarro la suya”.
El lector escéptico verá estas líneas y pensará como el mismo Cantinflas, a quien un inflexible policía le preguntó: “Y usted qué cree?” y el ladino le respondió: “Y usted qué cree que yo creo”.
¡No te engañes corazón!
“Tons, como quien dice…” Mario Moreno más que nacer, nacer, como quien dice nacer, del verbo “estoy aquí porque no estoy en ninguna parte” llegó por entrega inmediata o interpósita mano de su padre –el cartero Pedro Moreno Esquivel– y su santa mujercita María de la Soledad Reyes Guízar, el 12 de agosto de 1911, día de San Fotino, un mártir del siglo IV que significa luminoso.
Resulta que doña María de la Soledad no estaba tan solita; tuvo 14 hijos y en la niñez murieron seis.
Para mantener a semejante catizumba el tierroso tuvo que buscar empleo y como “algo malo debe tener el trabajo, o los ricos, ya lo habrían acaparado” el zarrapastroso fue ayudante de zapatero, por méritos ascendió a limpiabotas, probó de mandadero, cartero, taxista, billarista, boxeador, torero, mecanógrafo y soldado de infantería.
Con un presente inestable y un futuro ignorado se lanzó como bailarín, acróbata y cuentachistes en las carpas que pululaban en la Ciudad de México, allá por los años 30 del siglo pasado.
“Nunca hubo artistas en mi familia, fue un impulso personal y un poquito de necesidad. Cuando empecé a hacerlo me gustó y sentí que era lo que yo quería hacer”, explicó el actor en una entrevista.
Es en uno de esos teatrillos donde la suerte, la providencia, el talento, la oportunidad o sepa Judas qué, se combinan para producir el elíxir, la piedra filosofal, la pomada canaria, en fin, el más grande cómico jamás visto: Cantinflas.
De este nombre los críticos vividores, los exégetas y sabiondos periodísticos, que se ganan la plata desde un escritorio gracias a las desgracias de los pulseadores, han escrito ríos de tinta e inflamado la imaginación popular con historias sobre su origen.
Si uno quiere hilar fino, podría hallar paralelo en los chispeantes diálogos cantinflescos con el monólogo de Lucky y su amo Pozzo, en la obra Esperando a Godot , de Samuel Beckett.
Mejor ir a la raíz del cacho y que sea Mario Moreno el que diga la verdad: “Yo elegí el nombre de Cantinflas, es decir, se me ocurrió buscando un nombre de guerra para hacer el tipo que hago. Fonéticamente me sonó y me gustó, y con ese me quedé”.
Mario la pegó de jonrón y las multitudes acudían en procesión a ver a su criatura, un picaresco fenómeno que encarnaba a la perfección al peladito del barrio, marginado, sin un céntimo partido a la mitad pero alegre, festivo, dicharachero, pasado de vivo, cuidándose la espalda de los chupasangre.
Fue ahí donde el genial comediante conoció a Santiago Reachi, pionero de la publicidad en México, quien lo convenció de filmar varios anuncios de sus clientes: Canada Dry, Eveready, Chevrolet, General Motors. Así pasó de la carpa al teatro, de este al cine y de ahí a la inmortalidad.
Ya en 1936 había filmado No te engañes corazón sin mayor éxito; pero como a la suerte la pintan calva, esta le llegó en 1940 con su ópera prima Ahí está el detalle . Siguió con El gendarme desconocido ; Ni sangre ni arena ; Gran Hotel , Los tres mosqueteros y en 1956 saltó a Hollywood con La vuelta al mundo en 80 días , que le deparó un Globo de Oro por su papel de “Picaporte”.
Su primera etapa de películas en blanco y negro mostró un actor empeñado en divertir e interpretar todos los tipos humanos que él mismo vivió; la fase en color –producto de su bien ganado estrellato– lo transformó en un moralista cuyos diálogos –según Loaeza– “coincidían con las políticas del gobierno de turno, se volvió más institucional, ya no era el cómico del pueblo”. Estaba desilusionado y no se sentía a gusto.
Un día con el diablo
Y es que “los momentos pasan y los minutos también…y luego hasta los segundos. Luego, de segundo en segundo, agarra uno el segundo aire. Y luego tu tan chula que eres. Y uno tan enamorado…”
Faldero y con un doblez –como todo hombre– fue en la carpa, cuando no era nadie, donde conoció a Valentina Ivanova. Valita era una guapa actriz de origen moscovita que llegó a México con sus hermanas Tamara y Olga.
En 1934 se casaron y solo los separó la muerte de Valentina en 1966 a causa de un cáncer de huesos; el matrimonio no tuvo hijos pero adoptó a Mario Arturo, por quien las lenguas sibilinas aseguran pagó $10 mil a su madre Marion Roberts.
Con dificultades Moreno sostuvo su imagen de marido fiel, porque si bien tenía una esposa decente, le gustaban las queridas vistosas.
Una de ellas fue Miroslava Stern; actriz de origen checo con la cual filmó ¡A volar joven! en 1947 y la cual –según el escritor Vicente Leñero– se enamoró del cómico como una estúpida, al punto de que mejor se mató con una sobredosis de calmantes deprimida por el despecho de Mario.
Otra amante que buscó la salida fácil fue Marion, la guapa modelo gringa que el artista socorrió –con su proverbial generosidad– y trabó una amistad intensa que terminó en embarazo; no faltan los lechuguinos que endosaron la torta al actor, mientras otros se emperran en que era imposible por cuanto este era estéril como un mulo.
Más allá de eso él recibió al niño; lo crió y amó como a su verdadero hijo y cuando Roberts quiso que se lo devolviera –apenas con un año de edad– le dijo “nelis” y esta se suicidó en un hotel mexicano.
Nada de eso amilanó al seductor que compartió escenario con otras beldades; entre ellas la volcánica Isela Vega, Christianne Martell y la española Irán Eory, que tras una tormentosa relación aderezada por los celos enfermizos del pequeño Mario, mejor lo mandó a freír espárragos y siguió con su carrera.
Una de sus últimas conquistas lo dejó trasquilado. La texana Joyce Jett, quien era su traductora en Estados Unidos y se paseó con él como si fuera su mujer, lo demandó por $26 millones por maltrato físico y emocional. Un tribunal de Houston lo condenó a pagar $700 mil y darle a Joyce –por diez años– la mitad de las ganancias de sus películas.
Las desgracias persiguieron a Moreno aún después de su muerte, el 20 de abril de 1993. Veinte años después su nieto Mario Moreno Bernat se mató a los 22 años, agobiado por una vida de maltratos, abusos, corrupción y violencia intrafamiliar a manos de su padre. El joven terminó sus días en la calle, abandonado por su madre, despreciado por el progenitor y extrañando el recuerdo de su abuelo.
El aire camaleónico de Mario Moreno abarcó también sus peculiares relaciones políticas con el Partido Revolucionario Institucional (PRI); fue asesor del polémico presidente Gustavo Días Ordaz, quien ordenó la matanza de 300 personas en la Plaza de las Tres Culturas el 2 de octubre de 1968; también sostuvo relaciones tirantes con dos leyendas mexicanas: María Félix y Jorge Negrete.
Amigo de los ricos y poderosos que tanto criticó, Mario Moreno acumuló una de las fortunas más cuantiosas de América, pero nunca renunció a su gusto por las tortillas de maíz.
¡Mmmmbre, es q’nu ay derecho! ¡Menos izquierdo! Nadie puede ver a un pobre acomodado; porque la vida es “to be or no to be”, que en realidad quiere decir “Te vi o no”.
Para el caso es lo mismo porque cuando Dios le dijo adiós, se fue, pero en realidad se quedó.