¡Apágate ya, luz de mi vida! Después de seis días de agonía, sus padres firmaron la autorización para desconectarla de la máquina que la mantenía viva, pues estaba en coma profundo.
Lo que parecía un idilio angelical se convirtió en una cadena de golpizas, propinadas por un novio violento y envenenado por los celos.
Como la justicia es ciega, lo condenaron a tres años de prisión por homicidio involuntario, causado por un arrebato de pasión.
La víspera del día de brujas, el 30 de octubre de 1982, John Thomas Sweeney llegó al departamento que había compartido con la actriz televisiva Dominique Dunne.
Ella rompió con él harta de las palizas y humillaciones, pero Sweeney no era de los que aceptaban un no, y menos de una mujer. Discutieron en la puerta y Dominique corrió a la calle; él se lanzó tras ella, la tiró al piso, le apretó el cuello con las manos y la sacudió en el aire como a una muñeca.
Un policía esposó a John, que mariqueaba: ¡Maté a mi novia! Dunne estaba aún viva, pero falleció días después. Sufrió de muerte cerebral derivada del estrangulamiento.
Solo tenía 22 años y era una estrella en ciernes. El año en que la mataron interpretó a Dana Freeling en la película Poltergeist producida por el célebre Steven Spielberg.
Con 18 años actuó en Lou Grant , siguió con el telefilme Diary of a Teenage Hitchhiker , pasó a Hill Street Blues y Fama . Apenas grabó un episodio de V , una serie de televisión sobre la invasión de unos lagartos extraterrestres, que adoptan forma humana, y que se convirtió en una producción de culto.
Dominique no era una advenediza tras las bambalinas. Su padre, Dominick Dunne, fue un cineasta y un apasionado investigador sobre crímenes. Los cinéfilos lo recordarán por Los chicos de la banda (1970), en el que explora el tema de la homosexualidad, o Pánico en Needle Park , centrado en el tráfico de heroína. El alcoholismo y la cocaína echaron por tierra su carrera en el celuloide.
Además, el hermano de la actriz, Griffin, protagonizó Un hombre lobo americano en Londres . Sus tíos, Joan Didion y John Gregogy Dunne eran escritores respetados en Hollywood.
En la Universidad de Colorado, ella cursó varias materias de actuación, pero las abandonó para dedicarse a su prometedora carrera en el cine. Acumuló con rapidez la experiencia necesaria para compartir el set con actores de gran trayectoria.
Todo transcurría de acuerdo al manual de la niña buena, estudiosa, talentosa y guapa… hasta que se atravesó el tarambanas de Sweeney, experto en seducir señoritas, pero con las ínfulas de un Otelo.
Canción triste
Dominique abrió los ojos el 23 de noviembre de 1959, en Santa Mónica, California, en el hogar de Dominick y Ellen, quienes le brindaron una sólida educación junto con sus hermanos mayores Alex y Griffin.
Al bautizo asistió –como en los cuentos de hadas– lo más remilgado de la sociedad hollywoodense; basta decir que María Cooper-Janis, hija de Gary Cooper, y el productor Martin Manulis fueron sus padrinos.
Varios nubarrones oscurecieron su infancia: primero, el divorcio de sus padres cuando cumplió 11 años y, después, el abuso del alcohol y las drogas que atrapó a ambos progenitores.
A lo anterior habría que agregarle el suicidio de uno sus tíos más queridos y, por si fuera poco, a su madre le diagnosticaron esclerosis múltiple y acabó inválida.
Ninguno de esos avatares le impidió estudiar en prestigiosas academias y vivir un año en Florencia, Italia, donde afloró su vena artística al contemplar el arte del Renacimiento, en especial las obras de Miguel Ángel.
Después de volver a California logró varios papeles en obras teatrales y de ahí saltó a la televisión y al cine, y se enfiló hacia el estrellato.
En esas andaba Dominique cuando conoció en una fiesta a John Thomas Sweeney, musculoso mozalbete de 26 años, que era uno de los chefs del Ma Maison, restaurante de moda en West Hollywood.
Este Sweeney tenía la alcurnia de una rata de alcantarilla; su madre era mesera y el padre un alcohólico desempleado. Los dos lo tiraron al caño cuando cumplió 14 años.
Al principio, John no quebraba un plato; era mimoso como un gato persa y trataba a Dominique con los modales del Manual de Carreño. Apenas se fueron a vivir juntos, el príncipe se convirtió en sapo y mostró un carácter explosivo, combinado con una ambición desmedida y por su vergüenza por su pasado familiar.
El gusano de los celos corroía el corazón de John; la obligó a cortar relaciones con sus amigos y le rogó que dejara la actuación para convertirse en ama de casa y madre.
En un capítulo de la serie policíaca Hill Street Blues, ella interpretó a una mujer agredida; apenas requirió unos retoques de maquillaje porque tenía el rostro morado.
“Él no está enamorado de mi. Está obsesionado conmigo y está volviéndome loca”, confesó Dominique. Se armó de valor y echó a John de la casa.
Cerca de las 9 p. m., del 30 de octubre de 1982, John llegó otra vez con su cantaleta; discutieron, se fueron a las manos y la estranguló en media calle.
Un año después, enfrentó a la ley. El honorable juez Burton S. Katz impidió a la defensa presentar sus pruebas. Lo sentenciaron a seis años de prisión.
Al final solo cumplió dos años y medio. Salió libre. Buscó trabajo en otro restaurante y cambió de nombre: John Maura. ¡Para justicias el tiempo!