Hizo de la virginidad una profesión. Novia perfecta, esposa soñada, era un rayo de sol: pecosa, rubia, alegre, lozana… en fin, como salida de una viñeta de Walt Disney.
La llamaron la “novia de América”, aunque el título se lo endosaron primero a Mary Pickford y después a Betty Grable, la pin up cuya foto cargaron en su mochila miles de soldados yankis, en la Segunda Guerra Mundial.
Cantante y actriz, alcanzó su máximo fulgor en los años 50 del siglo pasado; pero la revolución sexual de los años 60 la sacó del mercado cinematográfico, por encarnar valores que no calzaban con el nuevo arquetipo de la mujer liberada.
En el imaginario de los cinéfilos están grabadas con fuego las películas de Doris Day: edulcoradas, cándidas, artificiales y empalagosas. Aún así, en 1959 filmó Confidencias a medianoche y reventó las boleterías, hasta ocupar el primer lugar como la artista más taquillera de Hollywood. Entre 1959 y 1966 repitió en cuatro ocasiones ese exclusivo sitial.
Doris protagonizó cintas denominadas comedias de costumbres, donde interpretaba a la gringuita buena, que sublimaba el sexo con el trabajo intenso, enrollada con hombres mujeriegos y que sorteaba sus enredos con una sobredosis de encanto.
Eso era en la pantalla; en la vida real Doris tuvo que sacar las uñas, poseer un carácter indómito e imponer su voluntad de sobrevivir en una industria que explotó su aparente vulnerable personalidad.
Debutó en 1948 y durante casi dos décadas compartió marquesina con los galanes del momento: Jack Lemmon, David Niven, Cary Grant, James Garner, Rod Taylor y Rock Hudson.
Con Rock hizo pareja en varias cintas centradas en el tema de la guerra de los sexos; la prensa rosa intentó ligarlos, sin saber que a Hudson las mujeres le valían un pepino.
En la mayoría de sus filmes personificó a la señorita castidad, en una seguidilla de comedias sexuales, de solteros y casados, que hoy no sonrojarían ni a una monjita. Como suele ocurrir, los capataces de Hollywood la encasillaron en el estereotipo de virgen perpetua, acosada por una jauría de machos en celo.
Y como la suerte de la fea, la bonita la desea, Doris tuvo éxito en los negocios, pero le fue como un quebrado en el amor. Se casó cuatro veces y su vida familiar estuvo plagada de tragedias sin cuento.
Para más señas su tercer marido, Martin Melcher, la dejó tirando tablas. Mientras Doris trabajaba como trastornada, este y su socio, Jerome Bernard Rosenthal, derrocharon la fortuna de la actriz y la dejaron con una mano adelante y otra atrás.
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Sepultada por las deudas decidió demandar a ese par de bribones; ganó un juicio contra Rosenthal y recibió $20 millones de indemnización.
Ese pleito la deprimió y se alejó de la farándula. Como tenía pavor a los aviones no fue a recibir, en el 2004, la Medalla Presidencial de la Libertad y también rechazó un Óscar Honorífico, por su vasta carrera artística que incluye películas, shows televisivos, además de espectáculos musicales y cientos de canciones.
Su primer disco, Sentimental Journey , lo grabó en 1945 y el último en el 2011, titulado My Heart . Se trata de una colección de piezas remasterizadas con su voz , e incluye la canción Life is just a bowl of cherries , producida por su hijo Terry, que murió en el año 2004, de cáncer de piel.
Amor secreto
La vida de Doris Mary Ann von Kappelhoff empezó con el pie izquierdo. Su padre, Frederik von Kappelhoff, era un notable pianista, organista, profesor de violín y canto, pero con un carácter endemoniado que agrió con los años la relación con su hija.
Esta se agravó cuando el progenitor abandonó el hogar y se casó con Luvenia Williams, una negra que atizó los instintos racistas de la familia y Doris le dejó de hablar, al punto que cuando Frederik murió se limitó a enviar un ramo de flores al funeral.
Su madre, Alma Sophia, era aficionada al teatro y al cine y llamó Doris, a su hija menor, por la actriz Doris Kenyon. Ella la predestinó al mundo del espectáculo, y apenas la criatura se sostuvo de pie la envió a diferentes academias de danza y actuación.
Con solo 14 años la niña dejó su casa en Evanston, pequeño pueblo del estado norteamericano de Ohio, donde nació el 3 de abril de 1924. Una troupé de cómicos de la legua, Franco y Marco, la acogió y con ellos pulió su innato talento artístico.
A los 16 años conoció al bailarín Jerry Doherty y juntos ganaron $500 en un concurso de baile; con ese dinero decidieron enrumbarse a la tierra de los sueños imposibles –Hollywood– y tentar al destino.
La noche anterior al viaje, en un accidente de tránsito, Doris se fracturó las dos piernas y estuvo hospitalizada 14 meses, amarrada a una cama y llorando la oportunidad perdida. ¡Adiós mis flores!
Como ya no podía bailar probó con el canto y su profesora Grace Raine le consiguió un contrato en el Shanghai Inn, de Cincinnati, donde la escuchó Barney Rapp y la integró a su banda.
Además de darle trabajo, Rapp le cambió el apellido por Day, inspirado en la canción Day after day , que era parte de su repertorio. En su biografía reconoció que aborrecía ese nombre porque le sonaba a stripper , aunque el público asoció Doris Day con un aire de inocencia.
En esa orquesta conoció al trombonista Al Jordan y a los 17 años se casó. Un año después nació su hijo Terry. A los 19 estaba de nuevo soltera porque no soportó las agresiones de Jordan, quien se suicidó tras el divorcio.
Como al parecer Doris no podía dormir sola y cada pretendiente era peor que el anterior, a los 22 años se casó con el saxofonista George Weidler. La pareja se cambió de casa, pero el trabajo de la artista y sus viajes continuos entre California y Nueva York hartaron al marido, y mejor cada uno siguió su propio rumbo.
Este segundo traspié sentimental la dejó abatida. Para reanimarse decidió probar en el cine y el director Michael Curtiz vio en ella cierta ingenuidad y dulzura para el papel de Georgia Garrett en Romance en alta mar , de 1948.
Así comenzó su vertiginoso ascenso en el celuloide, acicateado por Martin Melcher, quien supo calibrar el dinamismo y energía de Doris como actriz, cantante y bailarina. Melcher endulzó el oído de Doris y esta se tragó el cuento; Martin agregó a las funciones de representante, agente y coproductor, las de consorte.
Bajo su tutela Doris filmó 17 de sus 39 películas y bien puede considerarse el artífice de su éxito. Incluso consiguió para ella el papel de Mrs. Robinson, junto a un joven Dustin Hoffman en El graduado . Cuando Doris leyó el guion lo rechazó, porque consideró ofensivo ese rol de esposa infiel, involucrada con un jovencito.
La muerte de Melcher, en 1968, reveló lo que todo Hollywood sabía: este era un manipulador, despilfarró la fortuna de Doris y no se llevó todo el dinero a la tumba, solo porque no le cabía en el féretro. Martin la encadenó a un contrato televisivo con la CBS, para un show semanal de cinco temporadas y a la sexta dejó todo tirado, porque no aguantó seguir en lo mismo de siempre.
Todavía le quedaron fuerzas para un cuarto matrimonio; a los 62 años se unió con Barry Comden, el jefe de cocineros de su restaurante favorito. Solo duraron tres años.
Harta de los hombres, a sus 91 años Doris Day vive en Carmel, California, en una fortaleza a 500 km de Hollywood, rodeada de los únicos seres que la aman sin traicionarla: ¡sus perros!