Ella era muy linda, y él… él era muy hombre. Él la quería… ella lo adoraba. Nadie la cuidaba como él. Era la luz de sus ojos. Vivía para complacerla. Ella irradiaba un fulgor natural.
Ninguno podía imaginarse la vida sin el otro. Paul poseía su corazón y elle era su reina, la mujer perfecta.
Antes de abrir la puerta del dormitorio, una hilera de diminutas hormigas negras atrajo la atención de los policías. Lo que vieron los hizo vomitar.
De bruces, desnudo, y con los sesos desperdigados por la alfombra yacía el cuerpo de Dorothy Stratten. Sentado, recostado contra la pared, encuerado y con media cabeza agujereada, reposaba el cadáver de Paul.
Las sábanas, las paredes, los muebles, todo era un embarrijo de sangre. Ella tenía un dedo reventado y al parecer la habían amarrado a una silla y ahí le volaron la cara a tiros. El criminal lanzó el cuerpo al piso y la violó.
A los 19 años fue conejita y portada de Playboy ; un futuro alucinante se le abría en el cine. Solo tenía un defecto: nunca supo escoger un hombre.
Paul Snider, chulo, proxeneta y comerciante de carne humana, poseía un buen olfato para atrapar a las mujeres que le dejaran mucha plata.
Dios los cría y el diablo los junta. Dorothy era mesera en un restaurante en Vancouver, Canadá. A los 17 años estudiaba en el colegio y le fascinaba escribir poemas.
Snider tenía lo suyo. Guapo, sonrisa franca, de buena figura, vestido a la moda ochentera y galante, entró al lugar y se pavoneó delante de las camareras. Una amiga de Dorothy le pasó el número telefónico. Paul la llamó esa noche y le endulzó el oído; se la ganó con sus arrumacos y atenciones; le compró un anillo –de fantasía, por supuesto– y un vestido blanco para lucir en el baile de graduación.
Al principio le pareció una inversión razonable, con tal de promoverla entre sus amistades y ganar algo, mientras encontraba un prospecto mejor; pero cometió un error: ¡ Se enamoró!
Alta, rubia, simpática, un cuerpo tallado a mano y dispuesta a volverlo al revés. ¿Quién, en su sano juicio, no se iba a prendar, enloquecer y subirse a las paredes por semejante mujer?
El fotógrafo de Paul le hizo un álbum con desnudos y lo envió a Hugh Hefner, mandamás de la revista Playboy . Este hiperventiló al ver aquella mezcla de inocencia y erotismo.
A los 18 años dejó su empleo de telefonista y –por primera vez– se subió a un avión y se largó con rumbo a Los Ángeles, para ser conejita y salir en las páginas centrales de Playboy . El capullo estaba listo para reventar.
Un año después se casó con Snider y alquilaron una casita cerca de Bel Air, contiguo a las fastuosas residencias de productores y directores de cine, peces gordos que él pensaba engatusar con aquel suculento anzuelo curvilíneo.
Pero el lobo comenzó a mostrar sus orejas y la playmate descubrió que nadie es tan bueno como parece. Paul le prohibió tomar café para que los dientes no se le mancharan, le impedía fumar, menos beber, le enseñó a despachar a todos los moscones que se le acercaban y era tan celoso que le envenenó al perrito.
Todos ríen
Ser bella fue su maldición. Nelly Hoogstraten, la madre de Dorothy, emigró de Holanda a Canadá y tenía dos divorcios a cuestas. Cuidaba niños a domicilio para llegar a fin de mes y mantener a sus tres hijos,.
Creció en Vancouver, donde nació el 28 de febrero de 1960. La familia vivió en en una modesta casa cerca de un parque de diversiones ; aunque la chiquilla era guapa opinaba que “era corriente y con las manos muy grandes”.
Voluptuosa e ingenua, los hombres babeaban por sus encantos. Snider apenas soportaba los celos, consciente de que en la calle más de uno retorcía el cuello y soñaba con extraviarse en aquellas sinuosidades.
La portada de Playboy fue una explosión atómica de varios megatones y le pagaron $200 mil, billete sobre billete, un Jaguar XJS, un abrigo de pieles –ahora los ambientalistas se horrorizarían–, una tina eléctrica y lo peor: las atenciones del libidinoso Hefner.
El triángulo le empezó a incomodar a Snider, sobre todo porque pronto se convirtió en un cuadrilátero, con las frecuentes apariciones del cineasta Peter Bogdanovich, que a los 40 años estaba listo para cualquier desgracia.
Dorothy lo conoció en el programa Roller Disco and Pijama Party , una fiesta televisiva en casa de Hugh, que resultó una bacanal visual.
Nadie le exigía a la modelo grandes dotes escénicas, bastaba con su presencia, aunque fuera tan exigua como en La Isla de la Fantasía , Buck Rogers en el siglo XXV y en Galaxina , donde interpretaba a un lujurioso robot.
Lo cierto es que Paul empezó a ser un estorbo para ella , que veía limitada su carrera por ese lastre humano, que se redondeaba el salario en concursos de camisetas mojadas, espectáculos de homosexuales y creía que Dorothy era un activo más de su negocio, solo le faltaba marcarla como a una res.
La oportunidad dorada le llegó a la conejita, y actriz en ciernes, con la película Todos reían , donde compartió la marquesina con Audrey Hepburn, Ben Gazzara y John Ritter. Bogdanovich era el director.
Y como la ocasión hace al ladrón, el cuarentón, famoso por expoliar a sus actores, se portó como un gatito con la principiante y le ofreció su suite en el Hotel Plaza. Al mes siguiente el cornudo de Snider recibió una petición de divorcio y la Stratten separó las cuentas bancarias. ¿Así o más feo?
Sin darle chance de reponerse del batacazo, se fueron a Londres y pasaron un mes a todo mecate; regresaron a la mansión de Bel Air y ella se dedicó a estudiar las decenas de ofertas, derivadas de su protector.
Para formalizar la separación la Stratten decidió reunirse con Snider el 8 de agosto de 1980, y aprovechar para recoger alguna ropa y decirle que estaba hasta el moño por Bogdanovich.
Obsesión mortal
Snider compró un revólver Mossberg, calibre 12. El vendedor le enseñó a cargarlo y cómo disparar. Estaba feliz porque la “reina va a volver”. Le dijo a sus amigos que iba a comprarle una casa a la rubia.
Al mediodía del 14 de agosto Dorothy llegó a la casa de su exmarido. Estacionó su viejo Ford Mercuy. Entró a la residencia y de ahí salió en una bolsa negra.
Una modelo amiga de Paul telefoneó a las cinco de la tarde, pero como nadie atendió llamó a la policía. El crimen y posterior suicidio detonó los sueños de Hefner, y a punto estuvo de hundir su lúbrico imperio.
El amante de Dorothy enloqueció. Acusó a Hugh de haberla violado en una bañera, la primera noche que ella pasó en la mansión del placer. Señaló la tragedia como un producto de “la destreza profesional de la maquinaria de la fábrica de sexo de Playboy ”.
Tras la muerte de la modelo-actriz surgieron todo tipo de conjeturas. Marv Goldstein, una detective privada, atribuyó el asesinato a una conspiración sobre todo porque nunca se pudo asegurar quién fue el autor de los fatídicos disparos.
Al parecer Snider tenía las manos tan embarradas de sangre y restos de tejido encefálico que sus huellas dactilares estaban borrosas. Una médium aseguró que el asesino fue un actor desempleado y vinculado a las drogas.
Nada de eso pudo consolar al infeliz de Bogdanovich. Este viajó de nuevo a Londres y recorrió los mismos lugares donde estuvo con Dorothy.
En el colmo de su desesperación halló consuelo en Louise, la hermana de la víctima. Le pagó la educación y una cirugía estética para que se pareciera más a la original. Se casaron en Las Vegas cuando esta cumplió 20 años, los mismos que tenía Dorothy cuando la mataron.
Algunos compararon al director con Scottie Ferguson, el protagonista de la película Vértigo , que vivía obsesionado por modelar a su novia, de acuerdo con la imagen de su fallecida esposa.
La carrera del cineasta se vino a pique. Nadie quiso estrenar su filme Todos reían y él compró la cinta para distribuirla por su cuenta, pero cayó en la bancarrota.
Para peores, la periodista Teresa Carpenter escribió un artículo – Muerte de una Playmate – que lo dejaba como un pervertido. Sobre la base de ese reportaje, que ganó el Premio Pulitzer, Bob Fosee filmó Star 80 con Mariel Hemingway, sobre la vida de la difunta. Bogdanovich los amenazó con una demanda si lo mencionaban y en respuesta escribió The killing of the unicorn. Dorothy Stratten 1960-1980 .
Cantos de sirena nada más. Dorothy Stratten solo fue una ingenua más, una luciérnaga que se acercó demasiado a la llama de Hollywood… y ardió.