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Página Negra Eva Braun: La amante en la sombra

Mitificada y mistificada, durante 70 años la figura de Eva Braun, pareja de Hitler, ha sido un gran enigma. ¿por qué compartió el destino final con un hombre que la mantuvo lejos de su vida pública?

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Página Negra Eva Braun: La amante en la sombra

Lo amó hasta la muerte y más allá. Leal sin dobleces. Una cápsula de cianuro la rescató del olvido. Morir es, a veces, vivir. Prefirió la tumba, antes que la humillación de la derrota.

Sus detractores la presentaron como una mujer vacía, superflua, el objeto de una pasión enfermiza, un ser pasivo que ni siquiera valía una línea en el capítulo más negro del siglo XX.

Durante décadas no pasó de ser la “percanta” del dictador o la pelandusca del nazismo. Hasta la misma mujer del diablo tuvo mejor prensa, suponiendo los periodistas vayan al infierno.

A los 19 años conoció el amor de su vida. Él, solo tenía una amante: Alemania, y ninguna mujer lo distraería jamás de ese idilio. Lo admiraba, pero nunca estuvo enamorada.

Eva Anna Paula Braun, y por unas horas esposa de Adolfo Hitler, pasó de ser una jovencita insegura –según la historiadora Heike Görtemaker– a una mujer resuelta y leal a toda prueba, que logró consolidar su posición en el círculo íntimo del Führer y nadie se acercaba a él sin contar con su venia.

Los más cercanos al líder nazi la odiaban y la temían; desde el paticojo de Joseph Goebbels hasta el traidor de Albert Speer, todos procuraron ganarse el apoyo de Eva para congraciarse con Hitler.

Esta fotografía fue tomada en una fecha no determinada. Tampoco se sabe quiénes eran las niñas, se especula que eran hijas de amigos de Hitler y Eva. | ARCHIVO

Speer, Ministro de Armamentos y Guerra del Tercer Reich, llegó a decir que Braun fue un desperdicio histórico; más interesada en la producción de lápices labiales que en el material bélico para ganar el conflicto.

Por muchos años los historiadores marginaron de sus investigaciones a las mujeres de la élite nazi, pues consideraban que solo los hombres jugaron un papel relevante en la economía, la política y el ejército. Eran solo fábricas de niños arios, modelos de amas de casa, guardianas hogareñas de la raza pura.

Nada que ver. Fueron tan despiadadas como ellos; usaron y disfrutaron del poder a su antojo y mientras millones de personas morían en Europa, organizaban giras de compras por las tiendas más chic, o viajes turísticos a Florencia para conocer, “têtê a têtê”, el arte renacentista.

En novelas, películas, pasquines, obras de teatro y artículos periodísticos la pobre Eva era presentada como una sombra, una desgraciada que pasó –16 años– al lado de un megalómano que no tenía fuerzas ni interés en cumplir con sus deberes viriles.

Una cocinera que la conoció, Therese Link, aseguró que Hitler le decía “tontita” y que se aburría como una ostra con las homilías de Adolfo, aparte de soportar sus manías hipocondríacas, pues era un adicto a las pastillas y a la inyecciones.

Son pocos los documentos fiables que permiten recrear la relación entre Braun y Hitler; la mayoría son versiones de terceros que los conocieron, que manipularon sus recuerdos para evitar ser vinculados con la extraña pareja.

“Es muy difícil dar una opinión sobre la parte emocional de esa relación, o intentar valorar qué sentían el uno por el otro. Y, cierto, no hay fuentes primarias, de hecho no se ha encontrado ni siquiera una sola carta escrita por Hitler a Braun.” enfatizó Görtemaker.

Por siempre Eva

En realidad Friedrich Braun, maestro, y Fanziska Kronberger, modista, deseaban que aquel 7 de febrero de 1912 hubiese nacido un varón; ya tenían una niña, Ilse, y ahora venía esta: Eva. Tres años después nació Margarete.

Todas fueron educadas como católicas, de ir a misa, confirmadas y apegadas a la estricta moral del padre, evangélico pero convertido al catolicismo como requisito matrimonial.

La familia vivía en una amplia casa; disponían de una criada y un auto propio, un lujo impensable en aquella Alemania esquilmada por sus vencedores en la Primera Guerra Mundial.

Eva se crió en un aire de novela rosa, alimentada por la ideas conservadoras, monárquicas y nacionalistas de Friedrich, contó Anna María Sigmund en Las mujeres de los nazis .

Las hermanas fueron formadas con la idea de aprender un oficio y encontrar un trabajo, si bien un marido no habría sido despreciable. Eva asistió al colegio de monjas de Beilngries y más tarde al Liceo de la Tengstrasse, en Munich.

Desde joven mostró un carácter “travieso, recalcitrante y perezoso” y en su círculo de amiguitas ganó fama de rebelde, emprendedora y peleonera, más interesada por los deportes que por la música y el dibujo, habilidades propias de una “señorita bien”.

Aunque destacó en el atletismo, natación, esquí y en la gimnasia, no era una pragmática germana; gastaba el día en ensoñaciones, vivía en un mundo de fantasía alimentado por las aventuras del vaquero Karl May, los dramas de Oscar Wilde –prohibido en el Tercer Reich por amanerado–, noveluchas de quiosco donde las mujeres sufrían y se sacrificaban por el hombre amado. Adoraba a Greta Garbo y alguna vez quiso ser bailarina y actriz.

Berghof fue el lugar de descanso y segunda residencia gubernamental de AdolfO Hitler en Obersalzberg, cerca de Berchtesgaden, Alemania. Acá posa con Eva Braun y dos de los amados perros de la pareja. | ARCHIVO (o.Ang.)

Con 17 años terminó su formación técnica en mecanografía, contabilidad, economía doméstica y se defendía con el francés. Su primer empleo fue en el estudio fotográfico de Heinrich Hoffmann, donde aprendió ese oficio, vendía y hacía de todo.

Cierta noche, cuando el negocio cerró, decidió quedarse para archivar algunos papeles. Estaba subida en una escalera para alcanzar unos anaqueles cuando entró su jefe con un hombrecillo, entrado en años, abrigo inglés, sombrero grande y un “curioso bigote”.

El personaje la miró de reojo y contempló, satisfecho, sus hermosas piernas, pues justo ese día se había subido unos centímetros el ruedo de la enagua. Eva era guapa, rubia, de ojos azules, figura atlética y un aire de muñeca de anuncio.

Se lo presentaron como el señor Wolf, un cuarentón, que sin saberlo ella era el presidente del Partido Nazi, un grupo de agitadores y fanáticos que pugnaba por rescatar el orgullo germano y limpiar de impurezas la sangre alemana.

Con los días y los meses el señor Wolf la llenó de cumplidos, le llevaba flores, cajas de bombones, le besaba la mano con galantería, la trataba con respeto y la hacía sentir como una reina, qué digo una reina, ¡el centro del mundo!

Pronto descubrió que su caballeroso enamorado era un egocéntrico y un narcisista, puesto que en la Navidad de 1929 le regaló una foto, de él por supuesto, con una dedicatoria y su autógrafo: Adolfo Hitler.

Maldito amor

El padre de Eva se subía a las paredes solo de pensar que su hijita, su santa niñita, no solo era la amante de un hombre que casi le doblaba la edad, sino el líder político más conocido de Alemania y en camino directo a controlar a toda la nación.

De veras que la mocosa salió respondona y sabía cómo conseguir lo que deseaba, sin hacerle ascos a las oportunidades.

Comenzaron a menudear los encuentros furtivos, las llamadas, los paseos al campo, las visitas a la ópera y al teatro; todos a su alrededor se hacían los idiotas, como si aquel amante no existiera, o no contara.

Es necesario aclarar que Adolfo, sin ser atractivo, tenía muchas admiradoras jóvenes que se arrojaban literalmente en sus brazos y lo acosaban. ¡Bueno!, es que el poder lo hace ver a uno alto, guapo y musculoso.

La maquinaria de propaganda nazi vendió la idea de que Alemania era la novia de Hitler, su único amor y que este no “quería saber nada de matrimonio, ni de hijos, ni de familia”, señaló la experta Elke Frölich, en Secretos del Tercer Reich .

Más claro no canta un gallo. Adolfo se dejó decirle a su “conejita” –mote cariñosa para Eva– que “los hombres muy inteligentes deben estar con mujeres primitivas y necias. ¡Imagínense si yo tuviera una que se entrometiera en mi trabajo! En mi tiempo libre quiero descansar… ¡No podía casarme nunca!”

Es un misterio histórico cómo hizo la pareja para pasar inadvertida; contribuyó a esto que Hitler apenas tenía tiempo para Eva y a que esta asumió muy bien su rol de querida, aprovechando las ventajas del cargo.

Alguna joya por aquí, un sobre con dinero por allá, ropa fina, teléfono propio, un televisor –por aquellos días era una novedad tecnológica–, un apartamento y de vez en cuando… un poquito de cariño en el sofá.

Eva aguantó todo porque ni siquiera concebía la idea de que Adolfo la dejara. Dos veces intentó suicidarse, sin éxito, En una se pegó un tiro y en otra se tragó 35 somníferos, molesta porque el Führer solo la quería “con ciertos fines”.

Estos arrebatos impresionaron al líder nazi y para apaciguarla le complació todos su caprichos. Los mejores modistos de Berlin cosían sus vestidos, compraba zapatos en Ferragamo, usaba joyas ostentosas, se cambiaba de ropa siete veces al día, tenía una doncella y una peluquera propia y, para horror de los encopetados machistas nazis: ¡Fumaba!

Era la “esclava de Hitler”, un objeto decorativo, una pieza más de sus posesiones –como sus libros o sus pinturas–. Cuando los jerarcas tenían reunión ella debía salir, cenar en la habitación, entrar por una puerta trasera y por ninguna razón interrumpirlos.

Para 1944 era un hecho que la guerra estaba perdida; la campaña en Rusia resultó un fiasco estrepitoso; la resistencia internosa eran cada vez más atrevida; la pugna entre los mismos nazis rayaba en la traición; para colmo de males los gringos entraron a la batalla con su maquinaria industrial-militar.

Los últimos 15 días de abril de 1945 la pareja se refugió, con sus más cercanos acólitos, en el bunker construido a 16 metros bajo el Reichstag. Atormentados por los cañones rusos, los bombardeos continuos, sin comunicación externa y sin ninguna comodidad, esperaban lo imposible: la victoria del Tercer Reich.

Tras casi 16 años de ser amantes decidieron casarse. Ella lució su mejor traje, él, un sobrio uniforme militar. A la medianoche del 28 de abril llegó un funcionario del Registro Civil, por la premura los anillos no les calzaban.

Al atardecer del 30 de abril de 1945 Eva Braun se sentó en un sillón, dejó a un lado su chal rosado, extendió su mano hacia Adolfo y mordió una cápsula de cianuro. Hitler hizo lo mismo y se pegó un tiro en la sien derecha.

Un equipo de soldados levantó los cadáveres, los rociaron con cien litros de gasolina y los quemaron.

Los rusos se apropiaron de las cajas de madera con los restos y en 1970 los exhumaron, los machacaron y arrojaron sus cenizas al río Biederitz, afluente del Elba. ¡Juntos hasta el final!

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