Aunque lo rociaban de plomo, se sacudía las balas como si fueran mosquitos. Lo mismo aporreaba a un extraterrestre, que desviaba de un soplido un meteorito. ¿Y eso qué…?, solo bastó un tiro en la sien para acabar con el hombre de acero y el padre de todos los superhéroes.
Borracho, desnudo y despatarrado: así encontraron su cadáver, tendido boca arriba sobre la cama y con las piernas colgando. Ni Lex Luthor hubiera imaginado un final tan maravilloso y degradante para su archienemigo.
En la madrugada del 15 de junio de 1959, a cuatro días de su boda, George Reeves –alter ego de Superman–, subió al cuarto de su vivienda en el 1579 de Benedict Canyon Drive, en Los Ángeles, y se agujereó el cráneo.
Lo raro fue que el cuerpo cayó de espaldas; el casquillo de la bala quedó debajo del cadáver; nada de rastros de pólvora en la mano y en el techo habían tres agujeros de disparos.
Además, Reeves tenía pendiente de filmar una cinta en España, un contrato para otra temporada de Las aventuras de Superman ; una novia guapa –Leonore Lemmon– de la alta sociedad neoyorquina y su carrera parecía volar de nuevo hacia las alturas. Es decir: ¡Cero motivos para irse al otro planeta!
Antes de seguir… un comercial. Este George no era un mequetrefe de esos que se aprovechan de su cuerpo y buena presencia para escalar en la vida; era una estrella de la naciente televisión gringa de los años 50, del siglo XX.
Llegó a la pantalla pequeña tras una sólida carrera en el cine, precedido de buenos papeles. De joven fue un consumado boxeador y luchador de “wrestling”; por eso encajó como un guante en el traje del hombre de la capa roja y el calzoncillo por fuera.
Nadie tenía fe en la tele porque la exposición mediática era poca, los papeles escasos y cajoneros, pero George encarnó a Superman con tal realismo que grabó 104 episodios –de 1952 a 1958– y millones de niños jamás se perdieron un capítulo de la serie.
Volvamos al cuento. La madre del actor, Hellen Lescher, nunca creyó el rollo del suicidio y durante tres años retrasó la cremación del cuerpo y contrató al afamado picapleitos, Jerry Giesler, para que localizara al asesino de su hijo.
Si bien no lo encontró las indagaciones revelaron que George había sobrevivido a tres extraños accidentes: en uno dos camiones aplastaron su auto en la autopista y salvó el pellejo de milagro; en otra un carro casi lo atropella y en la última su vehículo se quedó sin frenos, chocó contra un árbol y salió disparado por el parabrisas. Alguien lo tenía en su lista negra.
Ni ave, ni avión
A los pocos días de nacer George, el 5 de enero de 1914, Don Brewer –el padre– lo dejó a él y a Hellen en la estacada; a los años ella buscó un repuesto y se casó con Frank Bessolo, quien lo adoptó y se fueron a vivir a California.
La pareja se divorció al cabo de 15 años y a George le contaron que el padrastro se había suicidado; eso era mentira y –más bien– se enteró que no era su papá natural.
Desde joven lo atrajo la actuación y el canto. Dejó el ring por los ruegos maternos y se pasó al teatro y de ahí al celuloide, donde obtuvo papeles de segundón en buenas cintas: Lo que el viento se llevó ; Sansón y Dalila ; De aquí a la eternidad , pero nunca encontró en la fábrica de estrellas el rol soñado.
Mientras batallaba por una oportunidad, el destino molía trigo por otro lado. En 1938 Jerry Siegel y Joe Shuster crearon la historieta de Superman y pronto lo llevaron a la pantalla de plata, protagonizado por Bud Collier y Kirk Alyn, un par de fantoches que más bien daban risa.
En 1951 más de 250 aspirantes pulsearon el puesto del superhéroe para Superman y los hombres topo ; pero Robert Maxwell, el productor, eligió a George. El segundo paso fue el serial televisivo, al final del cual quedó encasillado en el papel y nadie le ofrecía nada que no fuera romper paredes, vapulear pillos, rescatar gatos de los árboles y hacer cara de yonoquiebrounplato.
Por esos días se enrolló con Toni Mannix y perdió el seso. La torta no fue eso, sino que ella era la mujer-trofeo del capo de la MGM, Eddie Mannix, vinculado con la mafia.
Tocó fondo y para ganarse unos dólares peleó en exhibiciones disfrazado de Superman. Mandó a la porra a la querida; esta no dio la pieza por perdida, y lo acosó con llamadas, amenazas, caritas compungidas y simedejasmemuero . ¡Paparruchadas!
Convirtió su casa en un muladar; orgías irrigadas con alcohol y parrandas nocturnas eran la nota del actor, hasta que decidió enderezar la nave y recuperar la figura y la autoestima.
La prometida aseguró que George tenía el hábito de jugar ruleta rusa con una pistola de utilería y que, uno nunca sabe, alguien entró a la habitación del artista y cambió el arma por una real y este, borracho como un marinero, se pegó un tiro en la sien derecha.
Los amigos de George estaban tan alcoholizados que apenas dieron crédito a lo que vieron, tardaron varias horas para llamar a la policía y ni idea tenían de lo que ocurrió esa madrugada.
George Reeves tenía fama de honesto, amigable, chistoso, siempre sonriente e ilusionado con Leonore. Otros dicen que el infeliz se creyó Superman y pensó que era inmune.
Para los efectos prácticos eso vale un culantro. Una vez bajo tierra leyeron su testamento: ni a la mama, ni a Lemmon les dejó un centavo. Toda la plata se la legó a: ¡Toni Mannix!