Mejor era ser un cerdo que su hijo. Apenas podía contener su maldad y le endosaron la matanza más conocida de la historia, con tal de asesinar a un recién nacido, que acabaría con su poder como Rey de los Judíos.
Ni una hoja se movía en Judea sin que él se enterara; a punta de astucia –o de una espada afilada – ascendió de procurador a rey de Judea.
Acosó a sus rivales y enfrió a todos los que pudo; confiscó sus bienes, nombró los sumos sacerdotes que se le antojó, formó un ejército de mercenarios, creó uno de los estados policíacos más eficientes de la historia y torturaba horriblemente a sus opositores. Solo pronunciar su nombre hacía que la gente se orinara: Herodes El Grande, Rey de los Judíos.
Si uno le creyera todo a los historiadores, Herodes apenas tenía aire para gobernar porque tuvo 10 esposas, 15 hijos, 20 nietos y cientos de concubinas.
Asesinó a su segunda mujer, la princesa judía Mariamne; ya antes había despachado a su padre y abuelo. Siguió con el cuñado, Aristóbulo El Joven; pasó a cuchillo a dos de sus hijos, Alejandro y Aristóbulo, quienes fueron delatados por el primogénito Antípatro, hijo de la primera esposa Doris, que después probó el hierro del verdugo, cinco días antes de la muerte del monarca.
Degollinas aparte, Herodes fue un incansable constructor de ciudades como Cesárea; fortalezas inexpugnables del calibre de Masada o Herodión; embelleció el Templo de Jerusalén y de su propia bolsa pagó trigo de Egipto para alimentar a su pueblo, pero los judíos lo odiaron por su servilismo a los romanos y su estilo de vida aristocrático y pagano.
El palacio real acogía a poetas, filósofos, historiadores, maestros de retórica, porque Herodes ambicionaba sacar a los judíos de su atraso cultural y convertirlos en ciudadanos de Roma, el imperio más grande jamás conocido.
La paranoia del tirano lo hacía ver enemigos hasta debajo de las alfombras y terminó carcomido por sus propias intrigas. Al final de sus días el emperador Augusto lo trató como un apestado y antes de morir, entre el año 4 o 5 a.C, repartió el territorio en tres partes y nombrar en cada uno un tetrarca. Uno de ellos fue Herodes Antipas, en Galilea, quien mandaría a degollar a Juan el Bautista; el nieto –Herodes Agripa I– ejecutó al apóstol Santiago y encarceló a San Pedro.
El historiador judío Flavio Josefo relató la vida y muerte de Herodes. Este escritor estaba a sueldo de la familia imperial reinante, los Flavios, y entró al servicio del general Vespasiano debido a su portentosa labia y a que le profetizó que un día sería nombrado César.
El crítico literario Harold Bloom considera a Flavio Josefo como un “mentiroso compulsivo”.
De acuerdo con Flavio Josefo, el rey de los judíos tuvo una muerte al gusto de sus enemigos: “en los pies estaba afectado por una inflamación con un humor transparente y sufría un mal análogo en el abdomen; además una gangrena en las partes genitales que engendraba gusanos”.
Rey de los judíos
Como los gatos, Herodes siempre caía parado; eso sí, en el patio de los ganadores. Tuvo la extraordinaria habilidad de colarse entre las patas de los poderosos romanos. Con sus ronroneos obtuvo los favores de Julio César, los de Marco Antonio y finalmente los de César Augusto, que lo nombró rey de Judea.
Su sangre era un coctel de razas que horrorizó a los judíos “arios”. Nació en el año 73 a.C en Idumea, una tierra de pastores nómadas al sur de Israel. Heredó las dotes intrigantes de su padre Antípatro, lamesuelas del rey Hircano II de Israel. De su madre se supo que era una árabe nabatea llamada Cipro.
Muy joven aprendió un axioma de la geometría política: la distancia más corta hacia el poder es matar al rival. A los 20 años gobernó Galilea con el rigor de un fariseo.
Tejió una red de soplones y mediante traiciones y emboscadas barrió –literalmente– con todos los pillos de la región, aunque de paso acabó con la clase aristocrática nacionalista que obstruía su ascenso al trono, comentó Antonio Piñero en Herodes el Grande .
Adquirió fama de cruel, violento y bárbaro, que en esas remotas épocas se consideraba “buena prensa”; tanto así que el Sanedrín –especie de Sala IV judía– lo convocó a cuentas en Jerusalén, con la vana esperanza de sosegarlo. Herodes fue al consejo, lo rodeó con sus tropas y él mismo entró armado a la sala de juicios para demostrar su “inocencia”.
Sentado en el trono judío a partir del año 40 a.C. los romanos le dieron tropas y dinero para consolidar su poder en esa región –todavía hoy– plagada de revoltosos.
Los tiempos eran difíciles y Herodes inició una campaña de imagen para legalizar su estirpe ante los nobles judíos; por eso repudió a su primera esposa Doris para casarse con la princesa Mariamne I, nieta de Hircano II. Flavio Josefo, en sus Antigüedades Judías, comentó que el asesinato de Mariamne llenó de pesar a Herodes, lo sumió en una profunda depresión, veía su fantasma por los claustros palaciegos y se volvió un psicótico.
A punta de impuestos dio rienda suelta a su megalomanía; construyó ciudades como Cesárea, bautizada así en honor a César Augusto y que fue un gancho al hígado del orgullo judío. Por mucho tiempo fue conocida como “la joya del Mediterráneo; era una urbe con puerto incluido; con un anfiteatro, un hipódromo para batallas navales y luchas de gladiadores; un acueducto enorme y un templo dedicado al emperador romano” explicó un documental de la BBC titulado Herodes y la Matanza de los Inocentes .
Su vasta política de alianzas le permitió consolidar un reino superior en extensión al del rey David y Salomón, que solo empañaron las conjuras palaciegas, el odio de sus parientes, las intrigas religiosas y las profecías bíblicas.
Tal vez por eso escuchó preocupado a sus astrólogos, quienes le advirtieron de una peculiar estrella; de unos sabios venidos de Oriente y de un niño misterioso nacido en Belén, hijo de una Virgen.
Come chiquitos
Con seguridad Herodes no es la clase de padre que alguien invitaría a un baby shower , dada la fama que lo precede de infanticida. Lo cierto es que salvo por la mención hecha por San Mateo en su Evangelio, no hay ninguna certeza histórica que acuse al tirano judío de matanza alguna de niños.
Es absurdo pensar, como los medievalistas, que el déspota ordenó degollar, destripar o despatarrar a 144 mil niños; o los 64 mil que aseguraba la iglesia siria y menos los 14 mil de la Iglesia Ortodoxa.
El historiador bíblico Daramola Olu Peters analizó el texto evangélico escrito en griego y concluyó que hubo una mala traducción de la palabra “matanza” y más bien se habla de asesinato de niños; que bien pudo haber sido uno.
Los estudios demográficos indican que el poblado de Belén, donde nació Jesús, tendría en el año 4 a.C de 300 a 1000 habitantes, de ellos solo habría entre 7 y 20 menores de dos años. Esa podría ser una explicación de por qué el historiador Flavio Josefo, que relató con pelos y señales la vida de Herodes, pasó por alto semejante barbarie.
Otros estudiosos vinculan la presunta matanza con el asesinato de los tres hijos de Herodes, además de las órdenes giradas por el tirano de ejecutar a su muerte a 300 nobles, pues “¡así llorará de verdad todo el reino!”. En efecto las víctimas fueron arreadas hasta un anfiteatro y ahí los arqueros esperaron que Salomé, la hermana del rey, cumpliera el mandato real, pero se quedaron con las ganas.
El populacho asumió con natural desenfado la falsa matanza y durante siglos celebró el 28 de diciembre la fiesta de los Santos Inocentes; la ocasión es propicia para gran cantidad de chanzas, parrandas, bromas y mentirillas que rematan con la cantinela de “¡pasó por inocente, comiendo pan caliente!”
Lo que si relató Flavio Josefo, con el morbo de un periódico sensacionalista, fue la atroz agonía de Herodes ocurrida en la pascua del año 4 a.C.
El infeliz las pagó todas juntas y una especie de fuego lo consumía por dentro, con la lentitud de un pollo a las brasas. Le ardía tanto que ni siquiera resistía que lo tocaran. Tenía los intestinos con úlceras y padecía de un cólico infernal. Despachaba un aliento fétido y sufría de constantes convulsiones.
Los augures achacaron el mal a sus impiedades y los médicos de entonces le aseguraron una cura milagrosa, siempre que siguiera sus prescripciones. Entre ellas cruzar el Río Jordán; darse baños en las aguas termales de Calirroe; colocarse pañitos de aceite y solo les faltó gárgaras de ruda.
Con un pie en el abismo reunió fuerzas para repartir 500 dracmas entre la soldadesca, heredar a César Augusto y su mujer; mandar a matar a su primogénito Antípater. A los 70 años Herodes murió y fue sepultado en el Templo Herodiano, que fue descubierto en el 2007.
Sin llantos ni grandes lamentos, ni voces que resonaran en Ramá, Herodes el Grande unió su destino a otro Rey más grande, que devolvió la vida a quienes estaban muertos.