A gallo viejo, polla joven. Las gallinas histéricas lo perturban. Para sus enemigos es un “rosquete” libidinoso a quien nadie le ha dicho que está muerto, porque a sus 88 años lo único que le causa placer es acurrucarse y abrazar a su perro.
¡Bola de envidiosos y muerdequedito! Esos que chorrean babas hasta por las orejas solo de pensar que ese fósil erótico con gorra de marinero, con el pellejo cosido a su eterna bata roja, atiende los negocios desde su cama-escritorio abanicado por un batallón de cortesanas, muy corteses, aunque nada sanas.
Hubo un tiempo en que tuvo siete ninfas: Tina, Buffy, Kim, Cathi, Regina, Tiffany y Stephanie. Una diaria… como recetadas. Todas rubias platinadas, entre 18 y 25 años, pieles de melocotón, cuerpos calibrados, pechos como inflados con helio y dispuestas a cualquier desgracia con ese sátiro viviente: Hugh Marston Hefner . Para las de casa: ¡Hef!
Paladín del sexo, epítome de la lascivia, paradigma de la procacidad, estandarte de la concupiscencia y fénix de la lubricidad, fundó en 1953 la revista Playboy y montó un imperio de lujuria sostenido por tres patas: cuerpo, deseo y placer.
Sin ser un chusco como Bob Guccione, creador de Penthouse , ni chabacano como Larry Flynt, artífice de Hustler , Hefner pasaría hoy como un ancianito indulgente y benévolo rodeado de sus nietecitas, a las cuales complace como un “hado madrino” con minucias como autos, joyas, vestidos, viajes y bacanales interminables donde solo los excéntricos andan con ropa.
Todo eso ocurre en un mundo paralelo ubicado al suroeste de Hollywood, en una vieja casona gótica de los años 20 que todo hombre, que se precie de tal, ha oído mencionar y por supuesto niega haber visto: la Mansión Playboy.
Ahí, el senil patriarca del amor recibe a sus huéspedes –que pelean a dentelladas una invitación– para compartir sus fantasías sexuales con una constelación de princesas de silicón, que son la comidilla del vecindario por andar ligeras de ropa y retozar como ménades entre los arbustos.
En sus años de gloria Hef organizó hasta 22 pachangas en tres meses, que unido a su vida de sultán, llevó al desplome a Playboy Enterprises, responsable de los despilfarros de ese acólito de la viagra.
La mansión es un internado erótico para señoritas de buen ver y buen palpar, con aspiraciones a modelo, actriz, cantante y otros oficios tan viejos como Hugh. Ahí laboran 80 empleados, una batería de cocineros full time , 13 sirvientes para atender al dinosaurio sexual; todo a un costo anual de $3,2 millones.
El culmen de ese parque de atracciones orgiástico es el dormitorio de Hef; el sanctasantórum parece mas bien el cuarto de un adolescente descocado, con películas viejas y cachivaches tirados por aquí y por allá. Sobre una chimenea columbran unas fotos infantiles; encima de una lámpara trastabilla una tanga; colgado de la pared un afiche de Flash Gordon; apiñados en un sofá se acomodan centenares de animalitos de peluche, que miran enajenados películas porno en dos enormes televisores.
Hugh Hefner es apenas un niño. “La más valiosa de mis posesiones es el niño inocente que llevo dentro. Se pasa todo el tiempo soñando despierto y nunca he perdido contacto con él. Esa es la verdadera clave del placer y la única protección contra la negatividad”, declaró a The New York Times .
Soltero de oro
¡Ay…quien tuviera la dicha que tiene el gallo!...pues ni tanto ya, porque su veinteañera esposa, Crystal Harris, llegó a decir a los periodistas que Hef no le provocaba ni un vómito y que cuando fue novia del “big bunny” solo una vez “se conocieron” –en el sentido bíblico– y apenas aguantó dos segundos.
Es más, las boquiflojas de Karissa y Kristina Shannon –un par de amaneceres idénticos– rebuznaron porque el exceso de viagra tenía a Hugh ¡gordo!...noooo ¡sordo!; además, consumía otros fármacos que le deterioraron la memoria.
Hugh Hefner, a sus 88 años, es solo un garañón viejo que se conforma con que le cepillen el lomo y le den maíz con la mano; le confesó al New York Times que compró una tumba al lado de Marilyn Monroe, pues la recuerda con cariño porque la actriz fue la primera en salir desnuda en la edición príncipe de Playboy .
Cuando Hef arribó a este planeta, el 9 de abril de 1926, sus padres Glenn y Grace Hefner soñaron con que algún día él sería un predicador; no en balde eran unos protestantes a rajatabla y descendían de los fundadores del puritanismo en Massachusetts, los venerables William Bradford y John Winthrop. En efecto, Hugh llegó a ser un profeta…pero del sexo.
El nene fue un aventajado estudiante, que presumía de un coeficiente de inteligencia de 152 puntos, un poquito menos que el mismísimo Albert Einstein.
En la adolescencia adoptó el mote de Hef y perfiló las habilidades que le abrirían el camino al estrellato. Fundó un periódico escolar, escribió, dibujó tiras cómicas y mostró su faceta política al ser electo presidente estudiantil. Como buen patriota se enlistó en el ejército a los 18 años pero no pasó de redactar informes y al termino de la guerra volvió a las aulas universitarias.
Se doctoró en psicología, estudió a fondo las tesis del Informe Kinsey sobre la sexualidad de los norteamericanos y publicó la revista Shaft , con la novedosa sección: La alumna del mes , contó entre otras cosas en el programa La noche temática .
Su vida parecía resuelta con el magro salario de $45 semanales, como subdirector de personal para la Chicago Cartoon Company; más tarde pasó a redactor de Esquire, por $60 semanales, con apenas 25 años.
La chancha torció el rabo cuando la revista se negó a pagarle $5 adicionales y Hugh los mandó a la porra y decidió montar su propia publicación, sobre la premisa de que la generación masculina de postguerra reclamaba un nuevo modelo de hombre; más elegante, con tiempo libre para divertirse sin culpas y disfrutar a lo perro del gran tabú norteamericano: el sexo.
Nadie podía decir que Hef era un depravado; al contrario, siempre fue un joven religioso, de sólida moral protestante que incluso estaba casado con Mildred Williams, una devota compañerita de colegio. Si le creyéramos a los periodistas, Hugh era un esposo tan comprensivo que le pidió permiso a Mildred para acostarse con otras mujeres, dado que ella también había probado el pasto vecino mientras su marido estaba en la guerra.
Con Mildred tuvo dos hijos, Christie y David, pero se divorciaría tras 10 años de matrimonio, justo para disfrutar del éxito de Playboy : su único amor.
Profeta erótico
Así como el buen gallo, en cualquier corral canta, Hugh agitó sus alas y con un puñado de dólares prestados por su madre y amigos, más un préstamo bancario sobre el mobiliario casero, imprimió la primera edición de Playboy ; con Marilyn Monroe en toda su magnificiencia en las páginas centrales.
El mismo escribió los artículos, diseñó la revista encima del desayunador y tenía tan poca fe, que en la portada no indicó el número ni la fecha porque creyó que nunca haría otro ejemplar. Así lo contó Hef en Hugh Hefner’s Playboy , una antología ilustrada en seis volúmenes con la historia de esa publicación, a cargo de editorial Taschen.
Stag Party , despedida de soltero, fue el nombre original pero lo cambió a última hora para evitar que lo confundieran con una publicación de cacería, porque stag significa ciervo.
El primer año vendió 170 mil ejemplares, al segundo 600 mil; subió a siete millones en los años 70 pero se desplomó a menos de 1,5 millones en la actualidad, acosada sobre todo por la bulimia pornográfica en la Internet y la feroz competencia de más de 40 clones.
Al derrumbe editorial le precedieron las desgracias personales. Bobbie Arnstein, su entrepierna derecha, fue arrestada por distribuir cocaína; antes de cumplir una condena de 15 años prefirió suicidarse, luego se demostró que era inocente. Otra conejita, Dorothy Stratten fue asesinada por su marido Paul Snider, por el romance de esta con el cineasta Peter Bogdanovich.
Apenas Playboy vio la luz su fundador afrontó el rechazo de la pacata sociedad norteamericana; en 1963 lo acusaron de difundir “literatura obscena” y el gobierno federal lo acosó e intimidó.
Hugh fue de los primeros en defender las libertades individuales y encabezó la lucha por la igualdad racial, tanto que entrevistó a Martin Luther King, se opuso a la guerra en Vietnam y en sus clubes del sur de Estados Unidos contrató un comediante negro para que actuara frente a un público blanco.
Como buen ególatra lleva un registro minucioso de sus andanzas y posee un vasto archivo de sus panteradas, con más de 2,400 volúmenes de recortes periodísticos sin contar los videos de sus fiestas, que se adelantaron en varias décadas a los modernos “realities”.
Casado tres veces, aparte de Mildred, con Kimberly Conrad y hoy día con Crystal Harris, se precia de haber tenido 2,000 amantes y jura que aún carrerea a Harris, sin saber para qué.
Ahora pasa el día en pijamas recluido en su mansión, come en la cama galletitas y papas fritas que son meticulosamente revisadas por una corte de ángeles desnudas.
Si bien una artrosis en la espalda lo tiene doblegado, mantiene su rutina semanal: lunes, noche de hombres; martes, reservada a las mujeres; miércoles, póquer con los amigos; jueves, visita familiar con sus hijos; viernes, reventón; fin de semana: Príapo descansa.
Tuerto en un país de ciegos. Hugh Hefner, en el crepúsculo de su vida, conserva esa sonrisa de viejo socarrón, mientras de sus maldades se acuerda.