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Página Negra: J. Paul Getty, el dolor de ser rico

Acumuló una de las fortunas más grandes del siglo XX, tenía fama de tacaño y regateó con los secuestradores de su nieto para que le rebajaran el monto del rescate.

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Página Negra: J. Paul Getty, el dolor de ser rico

Si usted está sentado en una montaña de dos mil millones de dólares y posee más de 200 compañías en todo el planeta, es un millonario de verdad.

Pero escalar a esa cima de riqueza es más fácil que quitarse de encima a parientes y vividores, que lo tildan de amarrete, miserable, tacaño y devoto de la virgen del codo.

Algo así le ocurrió al hombre más rico del siglo XX, solo porque se negó a pagar el rescate de su nieto, un mequetrefe de 16 años; e instaló en su mansión teléfonos con monedas para que nadie llamara gratis.

Industrial, financiero y magnate del petróleo mundial, J. Paul Getty, comenzó con cien dólares en el bolsillo; trabajó como un enajenado, y gracias a su instinto –y eso que los envidiosos llaman “suerte”– levantó un imperio donde nunca se ponía el sol.

A su muerte en Londres, el 6 de junio de 1976, regentaba innumerables negocios en cafeterías de lujo, hoteles, propiedades, bancos, energéticos y una fabulosa colección de obras de arte, que hacía babear a los mejores museos del mundo.

Los interesados en nadar en billetes pueden leer los consejos de oro de Getty, plasmados en dos libros: Mi vida y mis fortunas y Cómo ser rico ; este último es un compendio de sus artículos en la revista Playboy .

En uno de ellos narra su pésima relación con su padre, George F. Getty, quien lo desheredó a los 24 años y nunca quiso ayudarlo, pues consideraba que “los hijos de los ricos no deberían de consentirse, ni recibir dinero una vez que tuvieran edad para valerse por ellos mismos”.

A esa edad perdió el respeto paterno porque ya había acumulado su primer millón de dólares y decidió “jubilarse”; se marchó a Los Ángeles y compró un lujoso Cadillac, un fastuoso guardarropa y despilfarró la plata como el hijo pródigo.

La juerga le duró dos años, de 1916 a 1918. Entendió el vehemente consejo patriarcal: “Tienes la obligación de emplear tu dinero en la creación, administración y fomento de los negocios; tu fortuna representa potenciales empleos para miles de personas y contribuir a que ellas alcancen un mejor nivel de vida”.

Así fue como sacó provecho de su buena educación en la Universidad de Oxford; compró y vendió pequeñas empresas petroleras, obtuvo sustanciales ganancias y se unió al selecto trío de los millonarios auténticos: Aristóteles Onassis, John D. Rockefeller y Howard Hughes.

En 1948 dio un golpe maestro y logró que el rey saudí Ibn Saud le diera en exclusiva la explotación de todo el petróleo que se descubriera en ese país árabe. Tras cuatro años de exploraciones infructuosas encontró un yacimiento que manaba 16 millones de barriles anuales.

De talante abierto y poco convencional se casó cinco veces, tuvo seis hijos y 15 nietos. De esos, Paul Getty II y Paul Getty III, padre e hijo, fueron un par de lacras.

La plata duele

En 1957 la revista Fortune proclamó a Getty el hombre más rico del mundo y este le confió su secreto: “Levantarse temprano, trabajar hasta tarde y encontrar petróleo”. Le faltó agregar otro: apretar el puño.

Ser tan rico fue una “incomodidad”. Él se crió sin apuros en Minnesota, donde nació el 15 de diciembre de 1892. Su madre, Sarah, impartió clases mientras el padre terminaba la carrera de abogado y le enseñó que trabajar era lo único que justificaba la existencia humana.

A como era de pinche, era un despilfarrador. Podía pagar $80 mil dólares por un pedazo de tela, que al final resultó un tapiz original del pintor renacentista Rafael, pero le reventaba cancelar los caprichos de sus hijos y esposas, a los que trataba como si tuviera estreñimiento monetario.

Su primogénito y heredero, Paul Getty II, era un manirroto; lo mandó a trabajar en una gasolinera para que aprendiera a ganarse el salario, pero el lechugino prefería beber, atornillarse de heroína y casarse. Primero con la campeona de waterpolo Gail Harris, y después con la modelo Tahlita Pol.

En una de sus tandas de alcohol, drogas y sexo la Pol quedó preñada; tan locos estaban que llamaron al retoño Gabriel Galaxy Gramophone Getty, que terminó de ecologista en África.

El viejo Getty no ganaba para disgustos y tras la muerte de la nuera por sobredosis, sufrió otro batacazo: secuestraron al nieto John Paul Getty III, el “ hippie de oro”

Lo peor no fue eso sino que la N’drangheta, la temible mafia de Calabria, exigía $17 millones por el mocoso, y le cortaron la oreja derecha como prueba de que eran maleantes serios.

La respuesta de Getty fue caústica: “Tengo 14 nietos más, si pagó un dólar por este, secuestrarían al resto”. Así que no aflojó ni una piastra y negoció el monto hasta que lo bajó a $ 2 millones.

Como el patriarca nunca arrancó pelo sin sangre, ese monto se lo prestó al hijo, al cómodo interés del 4 por ciento mensual, porque “business are business”.

El nieto quedó traumado; dedicó el resto de sus días a drogarse con su mujer, la directora de cine Gisela Zacher, y en una orgía se le fue la mano con un cóctel de metadona, Valium y alcohol, que lo dejó inválido, mudo y ciego, a los 25 años.

Los gastos médicos corrieron a cargo de la beneficiencia, porque el padre –fiel a las enseñanzas del viejo Getty– jamás le regaló ni para una aspirina.

Nadie duda que J. Paul Getty nadó en billetes, pero casi se ahoga en ellos, porque era más fácil hacerle un agujero al agua, que sacarle un céntimo.

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