Ser idiota paga. Llevó la vida de un payaso triste, que reía cuando quería llorar, y a veces lloraba sin querer.
Bufón torpe, vacilante, tímido, víctima de sí mismo y de las situaciones, parecía que el mundo entero conspiraba para colocarlo en los apuros más descacharrantes.
Ciego, sordo, inválido, preso del insomnio y con la manos tiesas por la artritis, pero con fuerzas para reírse de sí mismo. Así acabó Jerry Lewis; digno sucesor de Charles Chaplin y Buster Keaton.
Si los comediantes van al cielo, seguro que Jerry entró cayéndose, tartamudeando y gesticulando con su cara de estúpido, la misma con la que hizo felices a millones de personas.
Una vez le preguntaron ¿Cuándo supo que hacía gracia?: “Desde que nací, salí del vientre de mi madre y puse cara de ‘¿a qué sitio vine a parar?”
En sus memorias contó otra cosa. Sus padres, Daniel Levitch y Rachel Brodsky –emigrantes judíos– lo trajeron al mundo el 16 de marzo de 1926 en Las Vegas, una de las tantas paradas del espectáculo que los dos presentaban de feria en feria, y de teatro en teatro, por todo el país.
Ninguno tuvo tiempo para criar aquel filamento humano; lo dejaron al cuidado de familiares y amigos. De vez en cuando “una llamada telefónica o una postal” fue el único afecto que recibió: “me sentía como un muñeco, un inadaptado, el niño más triste del mundo.”
El desgraciado relató que a los cinco años se encaramó por vez primera sobre un escenario. Pretendía cantar, pero era tan torpe que pateó unos baldes y unas luces… y la gente estalló en carcajadas. Así nació el baboso actor, de voz ridícula y embutido en un traje dos tallas más pequeñas.
A los 15 años lo expulsaron del colegio porque le pegó un puñetazo al director; no le quedó más tren que dedicarse de lleno a la farándula. Cuatro años después conoció al primer amor de su vida, Patti Palmer, una cantante de orquesta que abandonó el trabajo para casarse con él y darle seis hijos.
El otro flechazo amoroso fue Dean Martin, pero no vaya a creer el lector que Lewis era homosexual. El cantante y el comediante montaron la yunta más absurda y exitosa de los años 40 y 50 del siglo XX; llenaron teatros, cines, clubes nocturnos y las salas hogareñas para verlos por la naciente televisión.
Pero el idilio acabó en pleito. Los exégetas de la chismografía barata elaboraron toda clase de teorías: celos de Martin porque Jerry era mejor y que las mujeres de los dos se odiaban. Como fuera, pasaron 20 años sin hablarse y se reconciliaron antes de la muerte de Dean, a quien Lewis extrañó hasta su último suspiro, el 20 de agosto del 2017, a los 91 años.
Profesor chiflado
Detrás de la cara de imbécil se escondía un Mr. Hyde. Dicen que Jerry era excéntrico, irascible, hipocondríaco, adicto a los fármacos y un inveterado picaflor. Fanfarroneaba que su primer lance erótico fue a los 12 años, con una desnudista llamada Trudine. “Duré un minuto porque se movía como una serpiente”.
En la lista de sus trofeos figuraba Marilyn Monroe, que lo dejó “lisiado” por un mes; también Marlene Dietrich y según sus cuentas tuvo “sexo con todo Hollywood”.
Esa doble personalidad la encarnó a la perfección en su inolvidable cinta El profesor chiflado ; de día era un pendejo y en la noche –tras ingerir una pócima– se convertía en un inverecundo.
Vivió con Patti en una mansión de 32 habitaciones, con 17 baños, en el exclusivo barrio de Bel Air, donde reinó sobre su familia como un sátrapa persa. Su hijo menor Joe, que se suicidó a los 45 años por problemas con las drogas, expresó: “Era una casa impresionante, pero no había amor en ella.”
El comediante tenía arranques de furia y excentricidades como el cuarto de baño. Esa era su fortaleza del silencio. En la puerta colocaba un rótulo enorme: “¡No molestar!” y pasaba horas encerrado. Tenía un televisor, dos teléfonos, bar, nevera, biblioteca, provisión de marihuana y opiáceos, intercomunicadores para escuchar todo lo que ocurría afuera y dos revólveres.
La adicción a los fármacos comenzó en 1965. Durante una de sus maromas cayó con violencia y sufrió una fuerte lesión en la espalda; el médico le recetó sedantes con efectos secundarios devastadores, que lo volvieron nervioso, irritable, intolerante e impaciente.
En una ocasión amenazó con volarse los sesos; se colocó el cañón del arma en la boca y no apretó el gatillo porque escuchó a sus hijos corretear por los pasillos.
Tiró el dinero como si fuera confeti; fletó aviones privados para que sus amigos lo visitaran en las vacaciones; compró cientos de maletas y grabadoras; tenía la fijación de estrenar medias todos los días y tirarlas en la noche a la basura.
Las correrías sexuales, los celos y sus enfermedades acabaron con la paciencia de Patti, que puso fin a 38 años de matrimonio. En realidad, la causa fue SanDee Pitnick, una azafata que conoció mientras buscaba extras para una película. Se casaron y vivieron juntos 34 años.
Nada de eso le impidió desplegar una carrera de casi 85 años, pero su talento nunca fue reconocido en Estados Unidos; solo los franceses lo elevaron al pedestal de los elegidos y lo condecoraron con la Legión de Honor, en 1984; incluso casi gana el Premio Nobel de la Paz, por sus invaluables campañas benéficas.
Nadie hizo el tonto tan bien como Jerry Lewis; alegró a millones de personas y su sonrisa fue un relámpago triste.