Televisión

Página Negra: Joan Fontaine, la ninfa constante

Fue uno de los últimos eslabones de la edad dorada del cine; rodó películas insignes y abandonó Hollywood porque solo le ofrecían papeles miserables, indignos de su leyenda.

EscucharEscuchar
Imagen sin titulo - GN

Suave como la noche. Pálida como un nardo. Distante y singular. Mirada esquiva y expresión cándida. Vivió una gran vida, aunque no fuera un lecho de rosas.

Piloto de aviones; campeona de globos aerostáticos, soberbia amazona, cocinera Cordon Bleu, eximia decoradora, sagaz pescadora de atunes, consumada golfista, poseía un C.I. de 160 y además… estrella de cine.

Pensaba y sentía la actuación, lo demás se resolvía solo. Fue musa de Alfred Hitchcook; ganó un Óscar y durante 60 años brilló en el “star system’ de Hollywood. A Joan Fontaine solo otro astro le hizo sombra: Olivia de Havilland; su hermana, su maldita hermana, su desgraciada hermana, a la que odió hasta quedarse seca.

Fueron dos bestias de la jungla. Joan se casó primero. Ganó primero el Óscar y finalmente… murió primero. Cuando nació, el 22 de octubre de 1917, la enfermera no las presentó adecuadamente y surgió entre ellas una inquina secular.

Los años 30 y 40 del siglo XX fueron los mejores en su productiva carrera, que empezó a declinar a partir de la segunda mitad del siglo pasado. Su trayecto estelar estuvo jalonado por cuatro matrimonios, con sus consabidos divorcios y dos abortos; tal como contó en su autobiografía: No fue un lecho de rosas .

Para los rompehonras de la prensa Joan era candil de la calle porque en el celuloide interpretaba mojigatas, mirameynometoqués, insípidas y quejumbrosas; pero en la vida real era una promiscua y libertina. Sus enemigos aseguran que mandó a la porra a sus dos hijas Deborah y Martita, porque hablaban a escondidas con la tía Olivia.

La Fontaine filmó casi medio centenar de películas; arrancó a los 18 años con No más mujeres y terminó con Las brujas , de 1966. Entre sus títulos más memorables destaca: Tuyo es mi destino ; Cartas de una enamorada , El vals del emperador , Más allá de la duda , Lecho de rosas y Rebeca .

Joan y Olivia se jalaron las mechas por el Óscar a la mejor actriz; una por Sospecha y la otra por Si no amanecier a. Joan ganó y en sus memorias relató: “Fue un momento agridulce. Me quedé de piedra. Miré fijamente al otro lado de la mesa, donde estaba sentada Olivia. ¡Sube ahí arriba! Susurró autoritariamente. Toda la antipatía que sentíamos mutuamente de niñas, se hizo presente en imágenes caleidoscópicas. Sentía que Olivia se lanzaría sobre la mesa y me tiraría del pelo”.

Olivia de Havilland y Joan Fontane siempre expresaron públicamente el odio que sentían la una por la otra; a la postre, sacaron provecho de ello. | LATINSTOCK/CORBIS

No solo Olivia la detestaba, también su co-estrella Cary Grant. El actor consideró que el director Alfred Hitchcock le dio a Joan –en el papel de Lina– un trato especial, y justificaba que en la trama de la película la quisieran matar. Al respecto ella opinó: “ Fue fascinante trabajar con él, aunque cometió un error: no darse cuenta de que el papel principal era el de Lina”.

En realidad Hitchcock era un agresor psicológico, que aprovechaba las debilidades de los actores para manipularlos en beneficio del filme. Así ocurrió con Rebeca ; el insufrible de Laurence Olivier la trató horriblemente en el rodaje. El cineasta le hizo creer a la Fontaine que todos la odiaban, con tal de hacerla más sumisa, temerosa, y encarnara mejor el personaje de la Sra. De Winter.

Nacida para el mal

Quedó mal acostumbrada a los aires del Hollywood dorado, cuando era habitado por extraterrestres como Jean Renoir, Fritz Lang, Max Ophüls; estrellas de verdad e intelectuales de fuste, no la canalla que entró a saco cuando se derrumbó el star system.

En sus días de diva tenía un camarote con vestíbulo, sala de maquillaje, cocina, guardarropa y un dormitorio para reposar o disfrutar de las mieles de la gloria. Durante el rodaje de Suave es la noche , una de las actrices “disponía de un camerino adornado con cuadros de Manet y Renoir” solo para hacerse una idea de las suntuosidades de aquellos años felices.

Joan Fontaine mandó el cine a la porra el día que le ofrecieron interpretar a la madre de Elvis Presley; no por el roquero, sino por lo degradante de la oferta, como si ella fuera una pelafustanes. Por eso puso proa a Broadway, su primer amor.

La Fontaine nació en Tokio. Fue la hija menor de un emigrante británico –Walter de Havilland– y una actriz frustrada –Lillian Ruse–. De Havilland tenía un próspero bufete de patentes, pero la madre ambicionaba una carrera artística para sus polluelas, entre ellas su preferida Olivia, 15 meses mayor.

De natural enfermizo y frágil, tras el divorcio de sus padres terminó asentada en California, donde el clima cálido le hizo mucho bien. La niña recuperó los colores y demostró una precoz inteligencia.

A los 15 años regresó a Japón; pasó dos inviernos y regresó a California entusiasmada por seguir las huellas de su hermanita Olivia, que por entonces descollaba en el cine.

Lillian se había casado con George Milan Fontaine y cuando Joan inventó que haría carrera en la industria de los sueños, la conminó a utilizar otro apellido porque la única de Havilland sería Olivia. Primero probó con Burfield, pero cambió por Fontaine, dado que ambas odiaban al padrastro y de paso se sacó el clavo con su madre.

Ella sería siempre la manzana de la discordia entre las hermanas, al punto que cuando murió, en 1975, Olivia no la invitó al servicio fúnebre y más tarde alegó que seguro Joan estaba ocupada en asuntos más importantes.

A los 18 años debutó con No más mujeres y filmó otras nueve para el olvido; a los 22 años perdió el papel de Scarlett O’Hara en Lo que el viento se llevó , pero el productor David O. Selznick le ofreció protagonizar Rebeca , con Hitchcook.

Su aspecto tímido y apocado era ideal para el personaje de la señora de Winter, pero el psicótico de Hitchcook le hizo siete pruebas durante seis meses antes de escogerla. Ya antes había pasado por el cedazo a Margaret Sullivan, Anne Baxter, Vivien Leigh y Geraldine Fitzgerald.

El resultado fue una locura; le llovieron toneladas de publicidad y además le ofrecieron otro papel en Sospecha , que le depararía un Óscar como Mejor Actriz y dejó en el zacate a Olivia… doble premio.

La fortuna le sonrió y en los años 40 forjó su propia leyenda con cintas como Abismos y Carta de una desconocida ; probó con éxito en la televisión y tras retirarse de los escenarios recorrió el mundo e hizo lo que le vino en gana.

Como buena diva tuvo todos los maridos que quiso, cuatro para ser exactos. Empezó con Brian Aherne, el ex-novio de Olivia; siguió con William Dozier con quien procreó a Deborah; el tercero fue Collier Young y acabó con Alfred Whrigt Jr.

Entre su segundo y tercer marido acogió a Martita, una niña peruana hija de un cuidador que conoció en Perú. El carácter explosivo de Joan chocó contra los ímpetus adolescentes de Martita y esta se fue de la casa, para siempre.

Según ella “es imposible encontrar a un hombre que pueda estar casado con una estrella del cine” y “el matrimonio, como institución, está tan muerto como un dodo, un ave voladora ya extinta”.

Las lenguas aserradas juran que Joan vivió hasta los 96 años –falleció el 15 de diciembre del 2013– alimentada por el odio hacia Olivia, quien un día después del sepelio afirmó estar agradecida por las “expresiones de simpatía” de su hermana.

Más allá de las palabrejas morbosas Joan creó un complejo modelo de mujer dubitativa y resuelta, enmarcado en un rostro alabastrino, unos ojos dulces, unos pómulos perfectos y unas cejas que levantaba con aire aristocrático pidiendo más luz…más luz…

Archivo (Anonymous)

Olivia de Havilland y Joan: hermanas y enemigas

En cierta ocasion –durante un homenaje– Joan Fontaine y Olivia de Havilland fueron alojadas en la misma planta del mismo hotel. Las dos chillaron de espanto y pegaron el grito en el cielo; de inmediato fueron reubicadas con diez pisos de distancia, para evitar una hecatombe. Desde la niñez vivían en un puro ‘tiquismiquis’; Joan recordaba con enojo cuando Olivia le fracturó la clavícula, o hacía pucheros porque era la mimada de sus padres. Con su porte aristocrático Joan se dignó desempolvar algunas opiniones sobre Olivia y deshuesarla con su lengua, tan afilada como la daga de un sicario.

¿Conoce a una tal Olivia de Havilland?

“Es mi hermanita, como todo el mundo sabe”.

¿Corre el rumor de que se llevan mal?

“No es un rumor. Somos enemigas. Nos odiamos. Desde siempre”.

Suena a mucho tiempo...

“Cuando yo nací ella tenía 15 meses y nunca nos presentaron adecuadamente. Dudo que la situación cambie alguna vez”.

¿Qué recuerda de Olivia?

“No recuerdo ni un solo acto de dulzura suyo en toda mi infancia”.

¿Cuesta olvidar a una hermana?

“Es posible separarse de una hermana, igual que de un marido”.

¿Ni una llamada?

“No la veo jamás ni tengo la menor intención de hacerlo. Es como si no existiera. Nos odiamos tanto de jóvenes que ahora hemos agotado la carga de odio y nos limitamos a ignorarnos”.

¿A quién ama?

“A mis cinco perros. Solo ellos fueron merecedores de mi necesidad de dar cariño”.

¿Qué pasó en 1946 cuando Olivia ganó el Óscar?

“Me desairó. Me miró a los ojos, ignoró mi mano, agarró su Óscar, dio media vuelta y se fue”.

¿Le molestó algo del escritor Marcus Goodrich, primera marido de ella?

“Está mal que su esposo tenga tantas mujeres y un solo libro”.

¿Pero usted pasó cuatro veces por el altar?

“En el momento que escucho la marcha nupcial, se acabó el matrimonio”.

¿Cuál de las dos tuvo más éxito?

“Yo me casé primero, gané el Óscar antes que Olivia y, si muero antes que ella, seguramente se indignará porque le he ganado también en eso”.

¿Por qué la recomendó para Melanie, en Lo que el viento se llevó?

“Le dije al productor: ‘si quieren alguien para hacer de tonta, ahí está mi hermana’”.

¿Le propusieron filmar juntas?

“En una ocasión lo intentaron. No lo consiguieron para suerte de la humanidad. ¡Hubiera sido un nuevo Hiroshima!”

En beneficio de la transparencia y para evitar distorsiones del debate público por medios informáticos o aprovechando el anonimato, la sección de comentarios está reservada para nuestros suscriptores para comentar sobre el contenido de los artículos, no sobre los autores. El nombre completo y número de cédula del suscriptor aparecerá automáticamente con el comentario.