Caníbal escénico. Fascinante, patético, hipnotizante y esquizofrénico. Quiso “esnifarse” el mundo él solito, y a punto estuvo de lograrlo. A su muerte era el número uno en la música, el número uno en el cine y el número uno en la televisión.
Iba en un bólido rumbo al barranco y nadie pudo detenerlo; más de uno lo inyectó de combustible para que se despeñara con el mayor ruido posible. Es que vivió a lo bestia, se lo jugó todo y lo perdió todo, consumido en su propio fuego.
Los últimos tres meses de vida Joe Belushi los pasó fuera de control, encaramado en una montaña rusa de pachangas, drogas, licor y todo lo que pudiera meterse en las venas.
Ante las cámaras de Saturday Night Live , SNL , cada personaje lo poseía y cobraba vida, de manera que cada sketch se parecía más a una crisis psiquiátrica que a una actuación.
Lo mismo podía ser un circunspecto Bethoveen que descubre la música moderna, o el descocado Samurai Delicatessen capaz de partir una mortadela a katanazos, cortar el pan con la cabeza, romper los huevos a karatazos y con su espada hacer rodajas un tomate mientras está en el aire.
“Fascinante de principio a fin: la penosa historia de un gran talento enfilado inexorablemente hacia la destrucción a golpe de dinero, egomanía y cocaína”. Así lo describió Bob Woodward, el veterano periodista norteamericano, en su biografía del malogrado cómico: Como una moto La vida galopante de John Belushi .
La muerte de Joe, a los 33 años –el 5 de marzo de 1982–, impactó a su grupo íntimo de acólitos. A la viuda, Judy, no le pareció que el cómico se hubiera aturugado de “speedball”, una explosiva mezcla de heroína y cocaína ultrapura, y elucubró la idea de un asesinato político por las ponzoñosas bromas de este hacia los intocables de Washington.
Por eso contrató a Woodward, para desenmascarar las conspiración; solo que este santón del periodismo metió su escalpelo hasta el fondo del podrido mundo de Hollywood, donde todas las novias son feas y los muertos malos.
Esculcó hasta el tuétano la vida del humorista y recopiló una montaña de documentos: diarios, cartas, facturas, expediente médicos. Entrevistó a 217 celebridades del calibre de Jack Nicholson, Robin Williams, Steven Spielberg, Dan Aykrod, Chevy Chase o Carrie Fisher.
A todas esas venerables vacas sagradas las metió en una licuadora y las mezcló con matarifes, chulos, actores de medio pelo, buscavidas y hasta policías. En fin, lo más graneado del lumpen de la ciudad de las candilejas.
Como ocurre con las genealogías, a veces es mejor no saber quiénes son nuestros antepasados. El escritor descubrió el mundo de drogas y “burros” que alimentaban la caldera humana que era Belushi.
“La mayor parte del texto mostraba el lado oscuro de un famoso, en este caso de la vida de Belushi. Cuando Judy y algunos de sus familiares lo leyeron, se enfadaron. Probablemente porque hay demasiada verdad en el libro. Ellos nunca pudieron refutar ninguno de los hechos”, explicó el periodista.
En realidad Judy estaba en neutro. Era una cándida y no aceptaba que su marido era una piñata llena de estupefacientes. Woodward escribió: “Entregar o vender drogas a John era una suerte de juego, como arrojar maní a las focas del zoológico: si le das algo, actuará, hará su papel de loco abominable; si le das algo más, le tendrás toda la noche en vela, bailando compulsivamente, dejando todo atrás”.
Desmadre americano
Joe Belushi viene a cuento en esta ocasión debido a que él fue la piedra fundacional de Saturday Night Live , el buque insignia de la televisión gringa desde sus primeras emisiones, en octubre de 1975, hace 40 años.
Sería irracional separar la vida de Belushi de SNL , ya que esta fue la ubre de la cual mamó el comediante. Así como una alineación planetaria puede ocurrir cada tres mil años, algo similar sucedió con Joe y SNL , ambos estaban en el lugar y tiempo exactos.
Sin las ventajas digitales modernas, el programa arrancó hace 40 años y se transmitía en vivo y cada número se improvisaba. El ritmo demencial de trabajo semanal solo lo podían soportar los actores a punta de drogas.
El primer año de SNL Joe estuvo bajo el zapato de Chevy Chase, quien arrancó en 1976 y comenzó su ascenso hasta 1979. En ese año se retiró y con Dan Aykroyd se lanzó de lleno al cine.
Los padres de Joe emigraron de Albania. Agnes, era cajera, y Adam Belushi trabajó como camarero. Vino al mundo en Wheaton, el 24 de enero de 1949, y vivió en las afueras de Chicago.
Creció como todos los niños, sin ningún talento especial. Jugó con relativo éxito al fútbol americano y llegó a ser el capitán del equipo colegial; aporreó la batería y le encantaba subirse al escenario y hacerse el chistoso.
En un aburrido paseo escolar, donde los más tontos tratan de entretener con sus estupideces a los más estudiosos, Joe conoció a Judy, la mujer con la que viviría hasta su muerte.
La turba de gamberros estaba de gira en un lago y Belushi atrajo la atención de su compañerita, de la manera más chabacana: con un remo le atizó un golpe en la cabeza.
Pudo ser que Judy perdiera la memoria, a causa de esa lobotomía remeril, o tal vez quedó impactada por aquellas cejas montañosas y las maniobras de galán fracasado que siempre improvisó Joe, para demostrarle que era un imbécil, pero muy simpático.
Con ese cuento se la echó al saco y al terminar el colegio se marcharon a la universidad, convencidos de que lo más sano para la felicidad de la pareja era que Joe continuara su carrera deportiva y tal vez fuera entrenador.
Joe carecía de madera para las aulas y las bibliotecas; se transformó en un hippie pelilargo con la conducta de una rata de albañal.
Como vivía con Judy para llegar a fin de mes y pagarle al menos al casero, acordaron que Belushi dedicaría unas noches a la actuación, sobre todo con sus memorables imitaciones de celebridades.
Fue así como Joe cayó en la olla de la farándula y en 1971 entró al grupo Second City, de Chicago, cuna de algunas estrellas. A partir de ese año el deporte le pareció una mamarrachada, digno de un eunuco mental.
La imitación de Joe Cocker le permitió llenar el Second City toda la semana. Parodiaba al pobre negro con unas muecas salvajes casi mongólicas, gesticulaba como un saltimbanqui y al final del numerito caía al piso, con espasmos en pies y brazos, como un ciempiés atropellado por un elefante.
A los 24 años se fue a Nueva York y ahí se enroló con el grupo teatral independiente Lemmings, quienes hacían una parodia de los festivales al estilo de Woodstock.
El salto al estrellato vino a los 29 años con la película Animal House , donde interpretó al zoquete de Bluto Blutarsky, un chusco universitario de la cofradía Delta, enfrentada a los estirados Omega.
Belushi creó un prototipo universal de idiota universitario, capaz de las estupideces más insólitas y rodeado de una caterva de bípedos humanos, empeñados en “samuelear” estudiantes y perturbar el orden académico.
Como él, sus personajes eran procaces, sin límites, delirantes, chiflados y autodestructivos.
Loco vecino
Mientras actuaba en el cine consolidó su fama de irreverente en el SNL . La gente deliraba con sus atuendos de abeja, la sátira de Viaje a las Estrellas , la despiadada burla a Elizabeth Taylor o la cita de El Padrino con el psicólogo.
Con su compinche Aykroyd, en SNL , creó un personaje que sería la base de los Blues Brothers y el trampolín a la fama y a la muerte. Recorrieron el país, alternaron con mitos de la música e incluso editaron un disco.
Se atipó de fama y se atragantó de éxito. Actuó en un anuncio que lo retrató de cuerpo entero. En Alimento de Campeones Belushi lucía su imponente barriga, listo para representar a Estados Unidos en el decatlón olímpico. Sin problemas barrió a todos los rivales, pulverizó varias marcas mundiales y al final el gordo grasiento mostró la causa de su éxito atlético: ¡ Las donas de chocolate!
En la memoria popular vivirán sus impagables sketchs en SNL . Como aquel en que ridiculiza a los geeks en su papel de James T. Kirk, capitán de la nave interestelar Enterprise, de Star Trek . Los exploradores intergalácticos recibieron la noticia de que la NBC –productora del programa– canceló el espacio por baja audiencia. Mientras desmantelaban la nave, desactivaban las pistolas laser y le quitaban las orejas puntiagudas al flemático Dr. Spock, el baboso de Kirk se aferraba a su sillón de mando. Esto se trajo abajo a la teleserie de ciencia ficción.
Otra sin desperdicio fue su imitación de Vito Corleone. El Padrino acudió a terapia con el loquero para hallar la causa de su odio visceral a la familia Tataglia. Al final el terapeuta concluyó que todo radicaba en una fruslería: los 56 tiros que le rociaron a su hijo Santino.
Ni que decir la despiadada imitación de Elizabeth Taylor. Mientras Bill Murray entrevistaba a la actriz –Belushi–, esta masticaba un pedazo de pollo, para rematar se le pegó un pedazo en el pescuezo y ella misma debió hacerse la maniobra de Heimlich para salvarse. Ya la Taylor era una obesa, agrietada por el tiempo y traumatizada por las glorias pasadas.
Nadie podía competir contra la energía pantagruélica de aquel chiflado; en SNL pensaron en Eddie Murphy, que le hacía los mandados al principio. Tras su muerte creyeron que Chris Farley era el elegido.
Era imposible suplantar a esa locomotora de la risa, estrafalario, futbolero, leal, amigo de los amigos y fiestero como ninguno. En sus últimos meses de vida, llegó a gastar hasta $75 mil mensuales en sus adicciones.
Los deslenguados de Hollywood aseguran que el día anterior a su muerte estuvo con Robin Williams y Robert de Niro, en ese tiempo un par de reconocidos adictos. El chismorreo periodístico afirmó que lo dejaron con un grupo de amigotes y la groupie Cathy Smith, quien le inyectó en la vena la dosis fatal de “speedball”, una droga que aún en la babilónica Hollywood era excesiva.
John Belushi probó todo los excesos; se atiborró de cocaína, heroína, pastillas de Quaalude, ingirió litros de alcohol y cumplió su promesa: “No pienso tener ningún tipo de consideración con mi cuerpo”.