La amistad es un alma en dos cuerpos; es un vínculo del corazón. En este caso de seis. Por diez años compartieron la misma cocina, llevaron una vida idílica, movidos como saltimbanquis por los hilos de un guion: siempre frescos, risueños, joviales, como si el mundo fuera un “cupcake”.
Pero en este mundo traidor, nada es como lo pintan en Hollywood y cuando cae la última claqueta, reyes y damas vuelven a ser peones en la misma caja.
Durante una década, desde setiembre de 1994 a mayo del 2004, media docena de actores veintiañeros tocaron el cielo con las manos y lograron concertar una vez a la semana a millones de acólitos, embobados con el sueño de ser como Rachel, Chandler, Mónica, Joey, Phoebe y Ross.
El tiempo, que coloca todo en su lugar, le dio a cada uno un espacio entre las nuevas constelaciones de la televisión; no llegaron a ser supernovas, pero si se forraron en billetes. Del ahogado el sombrero.
Los verdaderos Jennifer Aniston, Matthew Perry, Courteney Cox, Matt LeBlanc, Lisa Kudrow y David Schwimmer pasaron de ganar $22,500 por episodio a cobrar $1 millón, más los “royalties” derivados de las interminables repeticiones de la comedia.
“Somos un grupo de gente que se junta todas las semanas para tratar de hacer reír a Estados Unidos. ¿Y hay algo mejor que eso?”, afirmó Perry.
Aquel grupo de noveles entusiastas, cuya carrera artística no pasaba de rellenos en una que otra serie, vieron alinearse los astros para estar en el momento y el lugar justo y darle vida a Friends , que este mes cumple 20 años de emitirse en casi todo el planeta.
Después del capítulo final, visto por 52,9 millones de televidentes, cada uno tomó por su lado; regresaron al mundo real para comprobar que la sombra de sus personajes los perseguía y como El Horla –de Guy de Maupassant– les apretó el cogote y los asfixió.
Las nuevas generaciones de internautas apenas si conocen a esos actores; aún está por verse si el humor barato y homofóbico de Joey y Chandler cala en una sociedad donde homosexuales, lesbianas, bisexuales y transexuales ya no son unos apestados, sino integrantes de la fauna natural de la televisión.
Lo que nunca más volvieron a repetir fue el fenomenal éxito alcanzado en Friends y aunque sus seguidores añoran pegar de nuevo al sexteto, ya sea en la tele o en la pantalla grande, ninguna idea prosperó.
Fracasos sentimentales, divorcios, dependencias enfermizas, adicciones a gran cantidad de calmantes y frustraciones artísticas les enseñaron que hay vida más allá del set y que en esta no todos son tan “friends”.
Niña bonita
En este momento, en algún lugar del mundo, tal vez en China o en Timor, ¡sepa usted!, alguien podría estar babeando frente al televisor con las ocurrencias de un trío de mujeres, que sin ser Las Tres Gracias son más conocidas que ellas.
Rachel Green, Mónica Geller y Phoebe Buffay bajaron del Olimpo de Hollywood para tomar cuerpo en Jennifer Aniston, Courteney Cox y Lisa Kudrow, respectivamente, lo cual les deparó la ansiada fama pero también el sinsabor de lo que fue y nunca más volverá.
De las tres es Jennifer la que más guerra ha dado; después de Friends ha sido una “habitué” de la prensa rosa por dos razones: su “BradPittdependencia” y ser la tercera actriz mejor pagada del mundo. Según la revista Forbes , ella se embolsa al año casi $35 millones. Tal vez sea esta la venganza contra la Maléfica de Angelina Jolie, quien le arrebató al marido.
La cuarentona de Jennifer cambió su griego apellido, Anastassakis, cuando arribó a Nueva York, de la mano de sus padres John y Nancy. Desde niña mostró su talento para la actuación y su madre le consiguió un papel en Los mejores años de nuestra vida . A los 20 años se trasladó a Los Ángeles para seguir su carrera y alternó sus ambiciones con el singular empleo de repartidora de mensajes en bicicleta.
Cuando acudió al “ casting ” para Friends en realidad deseaba el papel de Mónica; para su suerte le encajaron el de Rachel, porque era la auténtica niñita bien venida a menos, convencida de que el sol salía por ella.
Aparejado al éxito vino su romance y boda con Brad Pitt, cuando este era un queso y no el estropajo en que lo tiene Angelina. Los tabloides adujeron que Aniston no podía tener hijos y eso frustró a Brad, que buscó refugio en los nervudos brazos de Jolie tras filmar El Señor y la Señora Smith .
Como no es poca cosa haber tenido a Pitt y, peor aún, perderlo, la pobre de Jennifer tuvo que recibir terapia para poder superar el trauma, sobre todo porque seguro se encontrarán en el matrimonio de George Clooney y Amal Alamuddin. Brad afirmó a la revista Parade que se sintió completamente “patético” en su vida con Aniston.
Después de Friends filmó unas 20 películas romanticonas y trató de encontrar la horma de su zapato, que pareciera ser su actual pareja Justin Theroux, del que no tendrá ningún hijo y desmintió que estuviera embarazada.
La perfecta
Ordenada, sistemática y compulsiva con la limpieza Mónica era la esposa-empleada perfecta, pero solo en Friends ; en la vida real las relaciones sentimentales de Courteney Cox parecen una cobija de “quilting”.
Con 50 años el uso excesivo de botox hasta debajo de las uñas le dejó la cara congelada, en vísperas de su eventual matrimonio con Johnny McDaid, integrante de Snow Patrol, y al que le lleva apenas 12 años. Los carroñeros de la prensa afirman que Cox tiene un cuerpo espectacular, a pesar del tiempo.
Ella nació en Alabama en 1964 y es la menor de cuatro hermanas, criadas en el hogar del empresario Richard Lewis Cox y Courteney. Estaba muy unida a su madre y por eso sufrió mucho con el divorcio de ellos, al punto que luchó durante años para que se reconciliaran.
Si bien estudió arquitectura dejó esa carrera por el modelaje y la actuación; tuvo sus 15 minutos de fama gracias a que Bruce Springsteen la subió al escenario, durante un concierto, para que bailara con él. Esa gloria efímera la capitalizó un año después y obtuvo un corto papel en Family Ties , como Lauren, la novia de Michael J. Fox. Pese a ello la carrera de Cox era la más relevante de todos los que iniciaron Friends .
Igual podría decirse de sus experiencias amorosas; vivió con Michael Keaton y tuvo sus chispazos con Kevin Costner. Su primer novio oficial fue el hijo del nuevo marido de su madre, quien la impulsó a probar suerte como actriz y dejar de lado las pasarelas.
En el plató de Scream conoció a David Arquette y la relación terminó en el altar, pero acabó 11 años después porque él la engañó con la camarera y aspirante a modelo Jazmine Waltz.
Arquette reconoció su lance en el programa de Howard Stern, pero Jazmine –conocida también por darle un puñetazo a Lindsay Lohan– expresó otra versión del encontronazo y aseguró a Life & Style que David la conoció en el bar donde laboraba. Entristecida por el aspecto del actor decidió consolarlo: “Me miró y me dijo que era la primera vez que se sentía un hombre en mucho tiempo”.
Como fuera no importa; Cox cayó en una profunda depresión: “Todos tenemos ese lado oscuro de nuestra personalidad cuando se está viviendo en una fantasía; una no quiere sentir lo que se siente ir a parar al fondo de un barranco volando o dando mil vueltas”.
Courteney quedó a cargo de su pequeña hija Coco y recibió el apoyo de su gran amiga Jennifer, con la cual retomó el hilo de su soltería.
Tras varios intentos en el cine y de nuevo en la televisión, la cancelación de Dirt la sumió de nuevo en sus depresiones, pero salió adelante con Cougar Town , donde se interpreta un poco a sí misma como una divorciada en plena cacería de amantes jóvenes.
Una chica indie
Guapa, creativa, divertida, inteligente, independiente y rara… así era Phoebe Buffay; pero nada que ver con la aburrida, estudiosa, seria y familiar Lisa Kudrow, bióloga por deseo de su padre y amante –de las investigaciones– no de los hombres. Las lenguas destempladas dicen que llegó virgen a su matrimonio con Michael Stern... ¡a los 31 años!, toda una marca en Hollywood.
Los padres de Lisa, el médico Lee Kudrow y Nedra, una agente de viajes, la mandaron a estudiar al Vassar College, un prestigioso instituto para señoritas acomodadas y habla francés mejor que Morticia, la de Los Locos Adams .
A los 16 años tomó la decisión de su vida: operarse la nariz. Lisa se consideraba horrorosa, la tenía ganchuda y enorme. La cirugía estética corrigió el tamaño del apéndice y la volvió más segura.
La californiana de 51 años fue siempre una adolescente confundida. Según contó, a los 20 años sermoneaba a sus amiguitas: “A esa edad tienes toda la vida por delante, todavía no tienes identidad. Eres una especie de adulto, pero no eres realmente tratado como un adulto. Hay todas esas elecciones sobre la carrera, matrimonio, niños y todavía no sabes en qué personas confiar”.
Un romance cambió su vida. Se enamoró de Jon Lovit, de Saturday Night Live , y la pasión terminó en una fuerte amistad que la introdujo al mundillo del espectáculo.
Así, de las ciencias exactas saltó a las de la improvisación y obtuvo el rol de Ursula Buffay en Loco por Ti ; a punto estuvo de ganar el Emmy de no ser porque compitió con Helen Hunt. Igual lo ganó al tercer intento.
Todavía el público la mantiene encasillada en Phoebe; la detienen en la calle y le hablan despacio y vocalizando, convencidos de que Lisa es tan despistada y tarada como la rubia de Friends .
Madre de un niño y con un matrimonio estable, lleva una carrera sencilla, sin sobresaltos pero en películas de bajo presupuesto y alto contenido. Protagonizó el filme Wonderland , la cinta biográfica de la estrella porno John Holmes y ella grabó –en tres días– las crudas escenas de esa pandilla de asesinos y aberrados sexuales.
Pesimista amargado
Con un padre homosexual que trabaja como travesti en Las Vegas en un show llamado Las Gaygas , el infeliz de Chandler Bing encontró en el sarcasmo, la ironías y las bromas pesadas un mecanismo de defensa.
Algo parecido le ocurrió al pobre de Matthew Perry, que buscó huir de las dolorosas secuelas de un accidente acuático –y de un amor frustrado con Julia Roberts– por la expeditiva vía del licor, la metadona, el vicodin y la velocidad.
Desde el otro lado de la pantalla parecía que Perry lo tenía todo; de buen plante, adinerado, famoso y divertido; en realidad vivía en una profunda soledad.
Hace poco confesó a la revista People : “Yo estuve en Friends entre los 24 y 35 años. Yo estaba en el fuego, al rojo vivo de la fama. Los seis estábamos en todas partes todo el tiempo. Parecía que lo tenía todo. En realidad fue un momento muy solo para mí, porque yo sufría de alcoholismo”.
El mal de uno es el bien de otro. Matthew llegó de chiripa a Friends porque el preferido de los productores era Jon Cryer, el hermanito estúpido del macho alfa Charlie Harper, solo que Cryer estaba en Londres y la cinta de prueba llegó tarde a los estudios de Los Ángeles.
Perry nació en Massachusetts –en 1969– pero se crió en Canadá porque su madre Suzanne Langford Morrison era periodista y secretaria de prensa del Primer Ministro de ese país, Pierre Trudeau. El padre, John Bennett Perry fue actor y trabajó como modelo de la colonia Old Spice.
El divorcio de la pareja llevó a Mathew a Los Ángeles y ahí, aparte del tenis, se interesó por la actuación y le dieron un papel en Beverly Hills 90210 , hasta que le sonó la corneta con Friends .
A los tres años de estar en esa comedia sufrió un percance con una moto acuática; para superar los dolores se enganchó a los calmantes y entró en picada hasta el día de hoy.
Debido a sus altibajos de peso los guionistas de la serie lo obligaron a desintoxicarse y pasó de una clínica a otra, con relativo éxito. Sus íntimos confiesan que Perry posee una personalidad adictiva y sus abusos lo llevaron a padecer una pancreatitis, ocasionada por el exceso de alcohol y la pésima alimentación.
Incapaz de manejar el éxito tampoco le fue bien con el amor. Sostuvo una fugaz relación con Julia Roberts y le costó mucho superar la separación de la Pretty Woman .
Con 45 años ya la actuación no le interesa tanto, un poco por sus sonados fracasos –entre ellos Go on –; ahora le preocupa más ser papá: “Me encantaría tener hijos. Creo que sería un buen padre y creo que en poco tiempo sería un gran marido”, dijo.
Perry estuvo a punto de morir, carece de planes, maneja algunos proyectos fílmicos, pero ahora solo sigue el consejo de sus médicos: ¡Divertirse!
Niño bobalicón
Tonto es un piropo. Encarnaba el estereotipo del latino enamorado, medio imbécil, fanfarrón, eterno aspirante a actor pero con un corazón suave dispuesto siempre al amor.
Si Joey Tribbiani corría hasta por un palo con faldas, Matt LeBlanc tampoco le mermaba porque su lista de conquistas reales son numerosas. Se casó con la actriz Missy McKnight y duró tres años; una desnudista canadiense torpedeó el matrimonio. Le duró más un dolor de uñas y pronto volvió a salir con Andrea Anders, su compañera de set en la serie Joey .
Matt nunca quiso ser actor, le encantaban las carreras de motos pero su madre lo persuadió de estudiar; cosa que tampoco hizo y más bien aprendió el oficio de carpintería.
Para aprovechar el porte latino buscó empleo como modelo y logró cierta fama con anuncios de jeans , refrescos, golosinas, chocolates y ganó el León de Oro en el Festival de Cine de Cannes por un comercial de Salsas Heinz.
El final de Friends lo pescó en la cresta de la popularidad y de ahí pasó a interpretarse a sí mismo en el spin off Joey , que fue un bodrio y la cancelaron.
Ese batacazo a su ego lo hundió en la depresión, aunado a que su hija Perla Marina nació con un trastorno cerebral. Matt decidió recluirse por cinco años en su rancho de Santa Bárbara, cuidó a la niña y vivió como un ermitaño.
“Llegué a comportarme como si fuera un animal en su hábitat. Me negaba a salir de la casa; menos mal que los servicios sociales no me hicieron una visita, pensarían que me había encerrado junto a una niña”, explicó a la revista Boston Common .
En el 2010 volvió a la vida pública y los paparazis lo pescaron al salir de un restaurante en Los Ángeles; las fotos publicadas en el Daily Mail mostraron a LeBlanc bastante desmejorado: canoso, con la típica barriguita cervecera y vestido de manera informal.
Con Episodios revivió el lustre actoral, siempre en la misma línea de Joey, pero ya se nota que el personaje está gastado aunque las admiradoras aún añoran al latin lover de Friends .
Inteligente y aburrido
Un doctor en paleontología, cuya esposa se volvió lesbiana, tiene muy pocos motivos para ser chistoso. Ross Geller era un cuadrado, un soporífero con patas y un dolor de cóccix.
Por algo David Schwimmer lo interpretó de maravilla y –sin exagerar– fue el mejor actor de Friends puesto que fue el único de todos que consolidó una carrera teatral y aún detrás de las cámaras.
A los diez años tuvo su primera experiencia actoral y a los 18 llevó un curso con el inefable Ian McKellen; este lo convirtió al teatro de Shakespeare y sus padres profundizaron este apego.
En el colegio ya se sentía como un ser extraño, “alborotador y rudo, rodeado de personas que tienen un sistema de valores diferente al mío”. En realidad era un pesado.
David era hijo de dos abogados judíos, Arthur y Arlene Colman-Schwimmer- lo cual contribuyó a que fuera el artífice de la negociación con los productores de Friends , que culminó con un millonario salario y beneficios por la repetición de los episodios.
Su paso por la serie lo abrumó y lo sepultó en una crisis existencialista que lo dejó frío e incapaz de seguir su carrera; David consideró que no recibió el reconocimiento que merecía y tuvo que contratar un psicólogo para superar el bache emocional.
Para recuperar el impulso debió regresar a sus orígenes teatrales y la entre unas de miel, y otras de palo, ha logrado sobrevivir.
De temperamento flemático su vida sentimental es igual de fría y llana. En el 2010 se casó con la fotógrafa Zoe Buckman con quien procreó a Cleo.
¡Adiós muchachos…! Pasará el tiempo y nosotros los de entonces ya no seremos los mismos; pero en la pantalla seis actores harán reír a otras generaciones de televidentes, porque Rachel, Mónica, Phoebe, Joey, Chandler y Ross siempre estarán ahí para ellos.