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Lita Grey embrujó a uno de los genios del cine, lo esquiló y le dio una vida de perros

Lita Grey embrujó a uno de los genios del cine, lo esquiló y le dio una vida de perros, pero ella acabó sus días en la miseria y en la soledad

Página Negra Lita Grey: La quimera de oropel

Para algunos hombres, las tardes son más locas que las mañanas. Él la vio, le hizo una pantomima y, en menos de un avemaría, la tuvo en sus regazos, compartiendo pastelitos y tecitos tibios.

Ese perro viejo ya se había quemado el hocico varias veces y no aprendía. La última fue con una quinceañera, Mildred Harris, y ahora con aquel capullo a punto de florecer.

Si él fue un personaje agrio en el cine, en la realidad era peor; solo que esa vez se encontró con la horma de su zapato, y la ninfa de siete años desplumaría aquel gallo viejo de 26.

En 1924, Lillita Louise McMurray cambió de patronímico y pasó a llamarse Lita; y para que combinara a la perfección tomó el nombre y el color de su gatito angora: Grey.

A Lita Grey le atribuyeron sacar provecho de su matrimonio y esquilmar a quien George Bernard Shaw llamó el único genio del cine: Charles Chaplin.

La primera vez que ella vio a la estrella del celuloide fue en 1915; por esa época, su madre, Nana McMurray, era camarera en la posada Kitty’s come-on, una especie de sodita donde los actores del naciente cine mudo llegaban por un “matahambre”.

Nana presumía de un pasado aristocrático pues, según contaba, su abuela Louise Carrillo Curry era la bisnieta de Antonio María Lugo, un augusto noble de las tierras californianas.

El 24 de noviembre de 1924, Charles Chaplin aceptó posar para la prensa junto a su esposa, Lita Grey, quien no dudó en sacarle el mayor provecho posible a la fama de su marido. | AP.

Por las venas de Lita Grey –nacida el 15 de abril de 1908– discurría sangre de su padre americano, descendiente de irlandeses, y bastante de mexicana por parte de Nana, que heredó a su hijita un rostro exótico y ojos descarados.

Con la complicidad de la maternal mirada, la relación entre la púber y el donjuán encontró cobijo, abonada por los frecuentes cheques que emitía el actor para la manutención de la niña y para su educación.

Así fue como salieron del cutrichil donde vivían, solo que Lita Grey carecía de lumbreras para los estudios y apenas aprobó; eso sí tuvo la nota máxima en una materia: ¿Cómo engatusar y desangrar a un hombre?

A los 12 años saltó a la pantalla, donde hizo de angelito perverso –atada a unos cables– en la película El chico ; después fue una virgen en La clase ociosa y, con 16 años, Chaplin le ofreció el papel de bailarina en La quimera de oro .

Ella desplazó, del set y de la vida de Charlie, a Edna Purviance, quien actuó en 33 películas con el astro y fue su amante hasta que Lita la sacó del juego y le arrebató el camerino, en el cual mandó a grabar su nombre, pegó una estrella y lo redecoró a su antojo.

En los primeros días de filmación Lita Grey demostró que le sobraba talento para otras artes, menos para la actuación y peor para el baile, lo cual desanimó a Chaplin y comprendió que la liebre era en realidad una gata.

Como lo que no se arregla se descompone, en medio plató Lita cayó de bruces y… se reveló lo que Nana más anhelaba: ¡Lita estaba embarazada!

Chaplin intentó convencerla de abortar y, cuando el tío Edwin McMurray, se enteró de la propuesta, tomó una escopeta y estuvo a punto de coser a tiros al comediante. La sangre no llegó al río porque Edwin, para mala suerte de Charlie, era abogado y le informó que sostener relaciones sexuales con una menor equivalía a una violación.

Como una exhalación, y antes de que el escándalo ardiera, la pareja salió en tromba hacia la polvorienta ciudad de El Empalme, estado de Sonora, y ahí el juez de paz los casó, el 24 de noviembre de 1924, sin importarle que la novia fuera menor de edad.

Una jauría de periodistas y fotógrafos persiguió a los desposados; al regresar a Los Ángeles, Chaplin dijo a sus amigos: “Bien muchachos, esto es mejor que estar en la cárcel, pero no durará”. Acertó. Fueron solo tres terribles años porque se divorciaron en 1927.

A las greñas

Si bien Chaplin era candil de la calle, con Lita las pagó todas juntas. Unos documentos de la separación subastados por John Cabello, propietario de una tienda de antigüedades, revelaron la cruel naturaleza del cineasta.

Lita, en sociedad con su madre y el resto de la parentela, entendió, desde el principio, que Charlie utilizaba a las mujeres hasta límites que rozaban lo inhumano para dejarlas en la estacada.

En uno de esos papeles, rescatados de unas cajas guardadas en un banco, la actriz declaró que pocos minutos antes de casarse el mimo le advirtió: “Este matrimonio no va a durar. Te voy a hacer sentir tan mal que no vas a querer vivir conmigo”.

El embarazo y la meteórica boda acabaron con la precoz carrera artística de la adolescente, pero no con sus ambiciones ni las de su madre, que consistían en nada menos que apropiarse del patrimonio de Chaplin, estimado en unos $16 millones.

La pareja se instaló en Beverly Hills, en una mansión de 42 habitaciones que pronto se llenaron con dos hijos, una tropa de parientes, Nana, el tío Edwin y una bola de vividores que convirtieron la casa en un circo.

Apenas siete meses después del matrimonio nació Charles Spencer, el 28 de junio de 1925; justo nueve meses más tarde arribó el segundo retoño, Sydney Earle.

Con el paso del tiempo, Lita se transformó en una Jantipa y cuando Chaplin –cansado de las juergas y de los chulos– se alzó con sus cacharros, aprovechó el lance para plantear la demanda de divorcio y reclamó la minucia de ¡¡¡un millón de dólares!!! de aquellos años.

El tío Edwin encabezó un batallón de abogados que embargó los bienes del actor. El artista entró en depresión y le dio un “soponcio” cuando todo el país se enteró –gracias a la prensa carroñera– de las perversiones sexuales a las que sometió a su consorte.

Se publicaron las quejas de Lita Grey, con un detalle de sus reclamos. Las copias del pastiche se vendieron como maná y cada semana, por 25 centavos de dólar, el público leía alucinado aquella especie de reality show de los años 20.

La sufrida esposa llegó al tribunal con sus dos criaturas y contó, entre sollozos y moqueos, como ese “degenerado e indecente” la obligaba a realizar actos contra natura, le propuso hacer un “trío” –no para serenatas– con una amiguita, rebajó el matrimonio con sus procacidades y la obligó a leer un libro sucio y zafio: El amante de Lady Chatterley, de D.H. Lawrence.

Acicateada por su madre, se jugó la última carta y amenazó al cómico con citar a cinco luminarias con las cuales le fue infiel; una de ellas Marion Davies, amante del magnate de la prensa William Randolph Hearst.

El pleito se saldó con una indemnización de $800.000, la suma más grande pagada hasta ese momento; además recibió $200.000 adicionales para un fideicomiso de sus dos hijos. Años después perdería la custodia porque intentó que los niños actuaran en una película y Chaplin adujo que los explotaba.

Sin embargo, lo que se gana en la sombra, se va por la oscuridad. Con el dinero, montó un club nocturno para sacarle jugo a su bien ganada fama, a costillas del infeliz exmarido. Los gastos del espectáculo, los músicos y la compra de una lujosa residencia en Beverly Hills la dejaron en la ruina.

La pobreza marca más que el fuego y Lita nunca superó sus carencias infantiles. Era insegura y buscó refugio en otros tres maridos: Henry Aguirre, Arthur Day y Patsy Pizzolongo.

Con Day adoptó un niño, Robert, el cual se fue a vivir con la abuela paterna cuando se divorciaron y ella no volvió a verlo jamás.

La mujer escribió dos autobiografías: Mi vida con Chaplin , la cual reconoció que estaba plagada de mentiras, y Wife of the Life of the Party , aparente versión real de su vida.

Ya mayor trabajó como dependiente en una tienda, vivió de la asistencia pública y murió , el 29 de diciembre de 1995, a los 87 años.

Lita Grey pasó sus últimos días en un pequeño departamento, sin saber de sus hijos, rodeada de recortes de prensa de sus años felices en el cine y con un batiburrillo de recuerdos de Chaplin, que siempre se refirió a ella como “una buscadora de oro”.

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