Solo en la vida y en picada. El tierno angelito se volvió un impresentable, con un rabillo bajo el trasero. Una mueca, eso quedó de aquel rostro infantil con expresión de sorpresa y las manitas pegadas a los cachetes. ¿Recuerdan el cartel promocional de su película en todas las marquesinas?
A los 12 años cobró $5 millones por película; a los 14 subió a $8 millones. Ahora, con 35 años, nadie sabe quién es, no volvió a filmar ni un video casero y dejó de ser el pasto de la prensa rosada.
Semejante máquina infantil de generar billetes despertó la codicia de sus progenitores, quienes, sin estar casados, decidieron separarse y luchar como hienas hambrientas por los millonarios despojos de su hijo: Macaulay Carson Culkin.
Vale que su padre, Christopher Cornelius Culkin, era el sacristán de una iglesia, y su madre, Patricia Brentrup, una telefonista. A troche y moche arreaban con otros seis hijos, hasta que Macaulay la pegó en el cine y los sacó de la miseria.
El litigio engordó las billeteras de los abogados y el pobre niño rico quedó a expensas del par de avariciosos. Al fin, el juez le dio la razón a Christopher, pero aquel famoso pequeño era ya un adolescente de 17 años y se había disparado gran parte de su fortuna en una vida de excesos.
De ahí en adelante, siguió el camino de otras luminarias infantiles; unas desaparecieron por su incapacidad para superar el tránsito de la niñez a la juventud; otras fueron explotadas hasta el hueso por los magnates del cine y las menos gastaron sus días en papeles insufribles.
Y como las desgracias nunca vienen solas, tras enfiestarse, casarse, divorciarse y quedar en la lipidia, un carro atropelló y mató a su hermana Dakota. Tenía 29 años.
El resto de sus hermanos se metieron –sin pena ni gloria– a la industria del celuloide: Christian, Shane; Kieran, Quinn y Rory.
Solo Macaulay quedó por siempre en la memoria de los cinéfilos navideños, con Mi pobre angelito: Solo en casa , y su secuela Mi pobre angelito: Perdido en Nueva York .
Filmó 14 cintas más, pero esas dos lo transformaron en la adoración de las madres, abuelas, tías, amigas de mami y todas esas parientes paquidérmicas, cuya única razón de existir es amargar la vida a los niños con sus besos pegajosos y arrumacos quiebrahuesos.
A partir de Mi pobre angelito todos los niños rubios, o teñidos, fueron vistos como un clon de aquel de la pantalla; cada nada debían imitar el gesto característico del pícaro, simpático, tierno y candoroso Kevin McCallister.
Es probable que las madres le endosaran ese nombre a sus retoños, después de ver la película en diciembre de 1990 y ese sea el origen de todos los Kevin que conocemos.
Ricky Ricón.
Ya dijimos que Culkin hizo plata en cantidades insultantes, y que sus padres se batieron a patadas, mordiscos y arañazos por ese capital, moliendo, de paso, la vida de la precoz estrella.
El papá del chiquillo era un actor frustrado y halló en su hijo el camino para liberarse de sus fantasmas.
Macaulay demostró su talento a los cuatro años en la versión de El cascanueces , del Ballet de Nueva York. Tenía un papel irrelevante, pero atrajo entonces la atención de los depredadores de talentos.
Natural de Nueva York, donde nació el 26 de agosto de 1980, estudió en escuelas y colegios religiosos; desde niño, intentó forjarse una carrera en el teatro y en la televisión, en los típicos papeles de niño bonito y tonto.
Pasó cinco años en actuaciones de relleno y, en 1989, el afamado director y guionista John Hughes lo recomendó al director Chris Columbus. Este último andaba tras la pista de un niño rubio, con cara de angelito pero maneras de diablo, capaz de interpretar a un pequeño cuyos padres lo dejaron olvidado en la casa en las vacaciones navideñas. La fama vino por añadidura.
La cinta fue un cañonazo en la taquilla, recaudó más de $280 millones solo en Estados Unidos y el mocoso fue nominado, por esta y su secuela, en los Globo de Oro. Igual le pasó con otro de sus éxitos: Ricky Ricón .
En plena adolescencia, forrado en billetes y con unos padres desaprensivos, la gloria lo consumió como una barra de mantequilla. Fracasó en todo lo que vino después.
Los patosos de la prensa intentaron vincularlo en una relación homosexual con su gran amigo Michael Jackson, solo porque solía ir a visitarlo a su rancho Neverland.
A los 18 años se casó con la actriz Rachel Miner, pero se divorciaron a los dos años porque ella quería tener hijos. Tras una sequía fílmica interpretó, en el 2003 al desquiciado asesino Michael Alig, en Party Monster .
Se desmoronó. Con 24 años, la policía lo detuvo por posesión de marihuana y otras drogas; era una farmacia ambulante que consumía antidepresivos y heroína. Los médicos le pronosticaron –si seguía así– seis meses de vida.
Montó un conjunto de rock , Pizza Underground, y en su primer concierto lo abuchearon, le lanzaron porquerías al escenario y Macaulay desató su ira contra ellos.
Vivió ocho años con Mila Kunis, pero él quería una familia. La actriz le espetó: “Casarme es irrelevante para mí. Tendré hijos. Necesito una persona en mi vida que cuide mí y de mis niños, nada más”.
Se desplomó. Desde Shirley Temple no se había visto un fenómeno infantil como el de Macaulay; sin embargo, Hollywood es un dios cruel, que siega donde no siembra y se alimenta de entrañas infantiles.