¡Un holocausto!, esa ha sido su vida. Dos de los criminales más famosos del mundo se cruzaron en su camino: Adolf Hitler y Charles Manson. Cada uno mató lo que más amaba. Uno a su madre y el otro a su hijo. El nazi en Auschwitz, el hippie en Hollywood.
Lo real y lo falso se desdibujan en Roman Polanski. Para muchos es un director genial, para otros un impagable actor. Con Repulsión , Callejón sin salida y El bebé de Rosemary se convirtió en un director de culto y marcó sus “leit motiv” fílmicos: la claustrofobia, el enigma y el terror satánico.
De paso conoció a su eterno guionista, George Brach, y a Sharon Tate, la mujer con que dio rienda suelta a todos sus instintos de promiscuidad. Los “correveidiles” de Hollywood juraban que Polanski la obligaba a violentas escenas de sexo y las filmaba, para presumir con sus amigos a quienes invitaba a orgías con la infeliz.
La actriz arrastraba un trauma terrible. A los 17 años la violó un soldado y solo Polanski lo sabía. El temor al rechazo y sus deseos de labrarse un nombre en el cine la arrastraron a los brazos de Roman.
El embarazo de Sharon fue un obstáculo a esos planes y el cineasta la presionó para que abortara, pero ella no aceptó y este decidió marcharse a Londres. Eso lo salvó de la masacre en su mansión de Cielo Drive, el 9 de agosto de 1969, cuando varios seguidores de la Familia Manson apuñalearon 16 veces a Sharon y le sacaron del vientre a su bebé, de ocho meses de gestación.
Tras el asesinato Roman dejó de trabajar casi un año. Después intentó calmar su frenesí sexual con insaciables “starlettes” o con “lolitas”; nunca ocultó su gusto por las muchachitas, entre más jóvenes mejor. Así fue como se metió en un tremendo lío con Samantha Jane Gaimer, de 13 años, a quién ultrajó sexualmente tras una sesión de fotos.
En California el delito de violación nunca prescribe y Polanski huyó a Francia, tierra donde nació el 18 de agosto de 1933. Así evitó la extradicción. Ahí retomó el hilo cinematográfico y produjo obras memorables.
Los lectores que lo idolatran saben de memoria sus filmes –obvio El bebé de Rosemary –, pero el neófito recuerda en especial: Macbeth , Chinatown ; Tess y El Pianista , una pieza autobiográfica. Con este último obtuvo el Óscar al Mejor director, si bien ya acumulaba una montaña de galardones.
Además de la malograda Sharon, el cineasta se casó con Barbara Lass, una actriz polaca; actualmente vive con Emmanuelle Seigner, a quien conoció en 1988 durante la filmación del “ thriller ” Frenético . Ella es 33 años más joven que Polanski y tienen dos hijos: Morgana y Elvis.
Un dios salvaje
La peor decisión en la vida de Roman la tomó su padre, Ryszard Polanski, cuando dejó París con su mujer Bula Katz y se fueron a vivir a Cracovia, Polonia, justo el mismo año en que los nazis invadieron ese país y comenzó la Segunda Guerra Mundial.
Su papá era un comerciante judío y aunque su madre era católica fue clasificada como racialmente semita, de ahí que todos fueran recluidos en el gueto.
Toda su niñez la pasó hecho un puño con su mamá, escondido en los sótanos, aterrorizado por los bombardeos de la aviación nazi. Por esos días en los edificios públicos pegaban rótulos: “Prohibida la entrada a judíos y perros.”
Mendigó comida en las calles y bebió el jugo de las latas de pepinillos, como en una de las escenas de El Pianista . Aprendió a cocinar flores y a comer sopa de ratas.
Al final, la Gestapo los atrapó. Bula fue a parar al campo de concentración de Auschwitz y murió. Ryszard sobrevivió dos años. Roman quedó en las calles y escapó; fingió que era hijo de una familia católica, hasta que el ejército soviético los liberó, tal como narró en sus memorias.
En la adolescencia, estudió en la Escuela de Cine de Lodz, bajo el estricto canon soviético y mostró su precoz talento. A los 21 años, filmó El cuchillo en el agua y nunca más volvió a bajarse del éxito.
La vida de Polanski es un rompecabezas psicológico, acrecentado por sus desmedidos apetitos carnales, que no entienden de límites.
En 1974, la exmodelo Edith Fogelhut lo conoció en una cena en la casa de Jack Nicholson. Ella bebió cognac y Polanski le dio éxtasis; la llevó a un cuarto y la esposó a una cama, para violarla. Edith lo denunció, pero la policía no la atendió; pasó por la humillación, los insultos y aceptar que nadie le creyera.
Tres años más tarde – en el mismo lugar– le ocurrió lo mismo a Samantha Geimer, quien aceptó una sesión fotográfica. Ingirió champaña y él la drogó con metacuolona para sodomizarla.
Polanski aceptó el delito de “corrupción de menores”, le impusieron 47 días de prisión y una cita para evaluación psiquiátrica. Eso lo exponía a que el juez cambiara de criterio y lo encerrara por 50 años; pero antes de que se complicara el juicio huyó a Francia, donde reside, y desarrolló su fulgurante carrera, como si solo hubiera orinado en media calle.
Por el mismo aro pasó Charlotte Lewis, una actriz británica de 16 años, que sostuvo –en el 2008– un romance con el cineasta, esperanzada en apuntalar su carrera.
Un tribunal de Polonia denegó –el 6 de diciembre de 2016– la extradicción de Polanski; a los 83 años vive en un exilio dorado en Europa, está en el cenit de la gloria, rodeado de aduladores y con una enorme sonrisa, al recordar que llevó una vida: ¡Exagerada!