
En lugar de comandante en jefe, fue el comediante en jefe. Nunca dejó de ser actor, ni cuando fue presidente. Sus biógrafos debaten si como mandatario solo interpretó el mejor papel de su vida.
De las 54 películas que grabó ninguna valió ni el rollo de celuloide en que fueron filmadas, pero las utilizó como trampolín para cimentar una carrera política que lo llevó a gobernar el país más poderoso del mundo, y cambiar el curso de la historia, en los años 80 del siglo XX.
Pocos dominaron el escenario como él. Histriónico y chistoso; lento de mente pero ágil de sentimientos, Ronald Wilson Reagan alcanzó en 1980, a los 69 años, la Presidencia de Estados Unidos de América.
Todo comenzó en 1947 cuando asumió la dirección del sindicato de actores de Hollywood. Ese año el ala ultraderechista del Congreso norteamericano reactivó el Comité de Actividades Antiamericanas, y empezó una brutal cacería de brujas.
El congresista J. Parnell Thomas, y su sucesor Joseph McCarthy, vieron en la industria del cine el medio por el cual los comunistas cambiarían el estilo de vida americano.
Todos los ciudadanos cayeron bajo sospecha; en especial los actores y guionistas. Se produjeron películas espeluznantes que simbolizaban la amenaza comunista: La guerra de los mundos ; La humanidad en peligro ; y la icónica La invasión de los ladrones de cuerpos .
En ese hervidero de espías, soplones y traidores Ronald Reagan declaró ante ese Comité, que en el sindicato había gente con tendencias socialistas, por no decir homosexuales, lesbianas, alcohólicos y una bola de pervertidos.
El historiador Garry Willis acusó a Reagan de entregar a la policía una lista de sospechosos, entre ellos un grupo conocido como los Diez de Hollywood, quienes invocaron la Quinta Enmienda de la Constitución y se negaron a declarar contra sí mismos y ante el Comité. Unos fueron encarcelados y otros cesados o perseguidos.

Así, Ronald Reagan, en 1951, declaró: “Si un actor, con su comportamiento fuera de las actividades sindicales, ofende a la opinión pública a tal punto que perjudica la taquilla, el sindicato no puede, ni quiere, obligar a los estudios a emplearlo”.
Lo curioso fue que el aprendiz de brujo descubrió que su futura esposa, Nancy Davis, estaba en la lista negra; tuvo que mover varios hilos y borrarla. Para evitar rumores malignos que afectaran sus ambiciones se casó con ella.
La inmersión de Ronald en los vericuetos del poder fue como portavoz de la Cruzada por la Libertad, una campaña para recolectar fondos en beneficio del Comité Internacional de Refugiados, encargado de coordinar la salida de nazis hacia Estados Unidos.
Intrigó por aquí y por allá y de 1966 a 1974 fue el gobernador de California; en 1968 le hizo ojitos a la presidencia de Estados Unidos; intentó otra vez en 1976 y al final, en 1980, venció al manicero Jimmy Carter y aplastó a su rival demócrata en la reelección de 1984.
La ley y el orden
Ronald Reagan se levantó de la nada. Su madre Nelle lo parió en un cuartillo sobre una tienda de abarrotes, el 6 de febrero de 1911, en Tampico, Illinois. Ella era costurera, con aires de actriz frustrada. El padre, Jack Reagan, fue un borracho perezoso que en sus ratos sobrios vendía zapatos.
Ni el calvinista más fanático hubiera vaticinado el destino que se abría al niño, criado con las severas creencias religiosas de la Iglesia de los Discípulos de Cristo, una secta apocalíptica surgida a principios del siglo XIX.
Los valores maternos, austeros y cristianos, chocaron contra los paternos, gregarios y disolutos, lo que desestabilizó a la familia y Ronald vagó con ellos de una ciudad a otra.
Fatal para los estudios, pero con una memoria fotográfica espectacular, estaba más interesado en el teatro y en el fútbol. Trabajó como socorrista con tal de graduarse en economía y sociología, pero las dejó por un puesto de cronista en la radio y de ahí pasó a la actuación.
Su carisma de hombre duro pero suave fue de gran ayuda para conseguir su primera audición, en los estudios Warner, a los 27 años.
La enorme sonrisa, cuerpo atlético, piel bronceada y una voz forjada en los micrófonos, le valieron un pequeño contrato en la cinta Amor en el aire , con un salario de $200 semanales.
Sus críticos juraban que en la comedia Hora de dormir para Bonzo, su compañero de reparto –un chimpancé– era mejor actor.
Destacó en papeles de vaquero; aunque las películas eran malas siempre se llevaba a la muchacha más bonita y así fue como se casó con la actriz Jane Wyman.
La pareja tuvo dos hijos, Maureen y Michael, y fue un matrimonio modelo que terminó en un humillante divorcio en 1949. Para superar la depresión Ronald buscó consuelo en Nancy Davis, otra artista, con quien engendró a Patti y Ron.
Aunque Nancy sobreprotegió a su marido y hasta planificó su agenda presidencial con ayuda de una astróloga californiana, con sus hijos e hijastros se llevó de los pelos. La más rebelde fue Patti, que posó desnuda, a los 42 y 58 años, para sendas revistas pornográficas.
La familia limó asperezas debido al Alzheimer de Reagan, que lo fulminó a los 93 años, el 5 de junio del 2004.
El actor que llegó a ser presidente se granjeó fama de cowboy rudo, de sonrisa fácil y gatillo rápido, tal vez porque una noche salió a cazar y volvió con la piel de un oso ruso y acabó con el “imperio del mal” .