Huyó con 36 centavos en la bolsa y cuatro hijos en el regazo. No tenía nada…pero era libre. Vivió escondida en casas de amigos y extraños. Durante dos años limpió pisos para pagar deudas.
No era un matrimonio, sino un manicomio. Su marido la demandó por las pérdidas ocasionadas. Ella contestó: “Quédate con lo que hice en los últimos 16 años. Yo me llevo mi futuro”.
Los jueces le quitaron todo…solo rescató el nombre: Tina Turner. Con eso y su dignidad logró ponerse de pie, subir otra vez a un escenario y enloquecer a las multitudes como la reina del rock and roll y la mujer más querida de los años 80.
El caso de Tina es similar a lo ocurrido con Rihanna, Halle Berry, Whitney Houston y Pamela Anderson, cuyos respectivos “amorcitos” les partían la cara en media calle, les dejaron secuelas físicas y mentales, les daban “vuelta” y encima los tenían que mantener como si fueran miel en gotero.
Tina sobrevivió a un esposo desgraciado, envidioso, violento, que la molía a palos, la humillaba y la hacía cantar con un labio partido y los ojos hinchados.
Un día se cansó de ser el trapo de las cajetas y antes de coserlo a puñaladas mejor se escapó, corrió como un conejo asustado, como un ratón sorprendido en media cocina, para “tener control sobre mi vida”, según escribió en su autobiografía Yo, Tina .
Detrás de esta gran mujer volaba la sombra nefasta de Ike, su marido, un músico de cafetín que tuvo la suerte de encontrarla y explotar la fuerza salvaje de Tina para amasar una fortuna, que dilapidó en ríos de alcohol y montañas de heroína y cocaína.
El espíritu indómito de Annie Mae Bullock, nombre real de Tina, pudo más que el odio y la rabia; vendió caro su pellejo, lamió sus heridas, sepultó el pasado y sobrevivió al naufragio de su existencia.
En el año 2000 realizó una gira de despedida en la que recaudó más de $80 millones; pero el retiro solo fue temporal y en el 2008 arrancó su vuelta mundial ¡Tina: 50th Anniversay Tour! ; solo para rajar, con 70 años ofreció un concierto en Holanda ante una multitud enardecida.
Tina se movió como a sus 15 años, con esas piernototas potentes y recias que se desearía más de una veinteañera, y una voz que el paso de los años depuró. Cantó, entre otras piezas, Proud Mary , con su ritmo sensual y envolvente.
La reina del rock , como la bautizaron sus fanáticos, es la única solista que llenó hasta la bandera el viejo estadio Maracaná, en Río de Janeiro, el cual atiborró con 180 mil gargantas histéricas.
Ahora, retirada de los escenarios, renunció a su nacionalidad estadounidense y vive en Suiza, desde hace 20 años, con su marido Erwin Bach. Posee casas en Los Ángeles, Londres, Colonia y es feliz.
Pequeña Anna
Los continuos pleitos familiares presagiaban el triste destino de Anna, que vino al mundo el 29 de noviembre de 1939, en Nutbush, un pueblito de Tennessee.
Sus padres, Zelma Priscilla y Floyd Richard Bullock, pasaban agarrados de las mechas; el ambiente familiar era tan espeso que Zelma desapareció y dejó al garete a sus hijas, Anna y Ruby Ailline.
En su autobiografía Tina reprochó a su madre el abandono y la falta de cariño. “Ella no me quería”; incluso intentó abortarla porque “era una mujer muy joven que no quería tener más hijos”. Rápido Floyd encontró consuelo y se casó, pero se deshizo de las dos niñas, las cuales recalaron donde la abuela.
Andar de la ceca a la meca unió a las hermanas. La muerte de Ruby, a los 73 años, desconsoló a Tina; ella canceló todas sus giras internacionales y la acompañó en su agonía, para despedirse de la única persona que la comprendió y apoyó en los duros años de la adolescencia.
Apenas terminó la escuela Tina encontró trabajo como empleada doméstica y creció, según contó, como una “marimacha” que jugó baloncesto y fue animadora en el equipo de la secundaria.
Tras la muerte de la abuela se reunió con su madre en St. Louis y terminó el colegio. Tina abrigaba la esperanza de estudiar enfermería; para pagarse los estudios hizo un dúo musical con su hermana y cantaban en clubes nocturnos.
En el Manhattan Club conoció al “diablo”. Ike Turner tenía una banda, Kings of the Rythm, y una noche Tina saltó al estrado y su voz impresionó a Ike quien la incorporó de inmediato a la pandilla y le enseñó los rudimentos vocales.
El tenía 24 años y ella 16. Frente al micrófono Tina era un “animal”, pero tras bastidores era una gata asustada, controlada con ráfagas de golpes y estrujada como una estopa entre las manazas de aquel negrote agresivo y dominante.
De la mano de Ike alcanzó su primer hit con A Fool in Love y el grupo comenzó a llamarse The Ike & Tina Turner Revue. En 1966 fueron los teloneros de The Rolling Stones, con éxitos como River Deep Mountain High , Proud Mary y Nutbush City Limits .
De un momento a otro se transformó en una celebridad; vinieron los conciertos, las grabaciones y la frenética vida de una estrella. Conforme Tina arrastraba a las multitudes, Ike mascullaba celos y entre canto y canto destilaba furia.
El marido pegó un grito en el infierno. La sevicia se desbordó y Tina sufrió continuos ultrajes y torturas. Solo había dos caminos: matarse o escapar. En 1969 intentó suicidarse y se tragó 50 valiums. Solo quedaba la otra vía.
A patadas
¡Embarazada! Con 18 años. Ni bien lo supo y Zelma la tiró a la calle. Raymond Hill, el padre del niño y saxofonista de la banda, puso tierra de por medio y con el cuento de regresar a su pueblo a curarse un tobillo… se perdió en la noche.
Con el pequeño Craig encontró refugio en casa de Ike, quien la preñó de Ronald, aunque el músico estaba casado aún con Lorraine Taylor. Al cabo de dos años se casaron en Tijuana, en 1962, y adoptó a los dos hijos de su marido: Ike Jr. y Michael. Una nube gris tapó sus días.
El combo conyugal venía con “premio”: Ike era un antropófago sexual y además de embarazar a Tina, hizo lo propio con su amiga Ann Thomas y por eso Tina decidió abortar.
Ike se enfureció. Acusó a su mujer de mala madre, alegó ante el juez que esta recluyó a Michael en un asilo para locos, cuando en realidad –confesó la cantante a la revista TV Week – “me dio esos niños y ni un centavo para cuidar de ellos”.
A las palizas le agregó los pésimos manejos financieros del grupo musical. Pero como Ike se consideraba el líder de la manada, el macho alfa, y los machos pelean no hablan…las únicas explicaciones salían de sus puños.
Hay quienes deben y encima cobran. En unas declaraciones a la revista Spin , en 1985, dijo sin asco: “Yo no le pegué a ella más de lo que el hombre promedio le pega a su esposa. Si dice que abusé de ella, a lo mejor lo hice”. En sus memorias, Taking Back my Name , agregó: “Como Dios es mi juez, de todas mis mujeres Tina es la única con la que no me casé legalmente”.
Lo que mal empieza, mal acaba. A los 35 años Tina se fue sola a Londres para interpretar el papel de Acid Queen, en la película Tommy , dirigida por Ken Russell y protagonizada por Jack Nicholson y Ann-Margret. El tema de la cinta, la superación personal, unido a la terapia que le dio Ann le enseñaron que había un mundo más allá del puño de Ike.
Tina lanzó su sostén al aire y regresó a Estados Unidos dispuesta a comprar su libertad, al precio que fuera…en este caso: dos años de vejaciones, en público, en privado y en frente de sus hijos si la ocasión lo ameritaba. Para rematar Ike presionó a los agentes de United Artists para que no promocionaran el segundo álbum de Tina, con tal de hundirla.
Tanto va el cántaro al agua que al fin se rompe. En esta ocasión fue el tabique nasal de Tina, dos rajaduras en la cara y hemorragia en la cabeza.
La pelea final fue el 2 de julio de 1976, con ocasión del bicentenario de la independencia de EE.UU. Ocurrió en la limusina que los conducía al Aeropuerto de los Ángeles, de ahí viajarían a Dallas para una presentación en el Hotel Hilton.
Tina lucía un regio traje de Ives St Laurent. Ike le ofreció un bocadillo. Ella se negó. Ahí comenzó la revolución. Ambos se trenzaron en una pelea brutal. Insultos, porrazos, gritos, sangre…y la peor parte la llevó ella, que terminó con el traje blanco bañado en sangre. Subieron al avión y siguieron la guerra. A trompicones llegaron al Hotel Hilton y ahí Ike le atizó otra vez.
Cuando el energúmeno cayó rendido por la dosis diaria de alcohol y drogas, Tina aprovechó y se largó de puntillas, tan rápido como un mal pensamiento.
Se refugió en un hotel cercano. Mostró al dueño los moretones y la sangre seca; este le permitió quedarse gratis y llamó a su abogado para que le mandara un tiquete de avión y un puñito de plata.
Por dos años vivió en las sombras, horrorizada de que la encontraran. Trabajó como sirvienta; un día la vio en un supermercado la novia de su hijo Craig y temió que la delataran.
Con la ayuda de un amigos formó su propia banda. A los 38 años cantó en un cabaret en Las Vegas. Ese mismo año, 1977, pidió el divorcio. Le quitaron sus derechos de autor, perdió las joyas compradas con su esfuerzo de 16 años de carrera, cedió todo lo material y solo exigió –y logró– conservar su nombre artístico.
David Bowie le tendió una mano y la recomendó al sello EMI América como una futura superestrella mundial y la pegó: vendió más de 200 millones de discos, llenó estadios; volvió al cine en 1985 junto a Mel Gibson en Más allá de la cúpula del trueno, la tercera entrega de Mad Max. En 1995 interpretó el tema de Goldeneye, de la saga de James Bond.
Mientras Tina encontró la libertad, Ike terminó preso del licor, el crack, la cocaína y lo que pudiera meterse en el cuero. Murió solo, como un perro callejero.
La vida es una rueda, hoy estamos abajo, mañana arriba y todo llega para ser: ¡simplemente, la mejor!