La vida se parece al cine y, a veces, es como la caldera del diablo. Chiquitillo, cegato, esmirriado, neurótico, hipocondríaco… el antihéroe perfecto. Ella: guapa, felina, maternal, juvenil, insegura, mimada. Dios los cría y el demonio los junta.
Ella pertenecía a la aristocracia de Hollywood, su madre, Maureen Sullivan, fue la mujer de Tarzán y mamá postiza de Chita; el padre era el connotado director de cine australiano John Farrow. Cuando nació en Los Ángeles, el 9 de de febrero de 1945, decidieron llamarla: María de Lourdes Villiers-Farrow, pero todos le decían Mia Farrow.
A los 19 años comenzó su colección de maridos con “el viejo de los ojos azules”: Frank Sinatra le llevaba apenas 32 años y se dio una vuelta por el set de La caldera del diablo , donde ella actuaba. Bastaron un par de cafés y unos conciertos para que Mia cayera al pie del trovador de la mafia.
Hastiada del senil mujeriego, buscó cariño con el músico André Previn –18 años mayor–; procreó tres hijos y adoptó una cantidad similar de vietnamitas, entre ellos a Soon-Yi, que sería su piedra en el zapato.
En sentido contrario –y con rumbo de choque– venía a su vida Allan Stewart Königsberg, judío de origen ruso austríaco, que vendía chistes, más tarde actuó de comediante, sería director, ganaría cuatro premios Óscar y conocido en la historia como Woody Allen.
Detengámonos en este espécimen. Su madre Nettie era contadora y el papá, Martin, mesero y grabador de joyas; los dos nativos de Nueva York, donde nació Woody el 1.° de diciembre de 1935.
A los 21 años se casó con Harlene Rosen y la dejó por Louise Lasser; tuvo un sonado affaire con Diane Keaton, su musa con la cual mantiene una amistad indestructible. Como le encantaban las jovencitas, cortó con Keaton y se enrolló con Stacey Nelkin, de 17 años.
El lance duró un año, pero lo inspiró para su película Manhattan , sobre los devaneos de un hombre maduro y una jovencita. Por esos días, conoció a Mia, la cual venía de romper con Previn y andaba por el tercer marido en fila.
Tras el divorcio, la Farrow entró en depresión. Pasaba el día fumando marihuana con Peter Sellers y esperando que llovieran flores del cielo. Desde que protagonizó El bebé de Rosemary y El gran Gatsby no pegó ningún buen contrato. Perdió su rostro angelical, tenía una voz chillona y era una cuarentona peinada a lo Juana de Arco.
Y conoció a Woody. Se enamoraron y dicen –los seguidores de Allen– que este la transformó en una actriz de verdad; filmaron ocho películas y formaron una pareja abierta y moderna: cada uno en su casa. Tuvo un hijo con Woody, Ronan, y adoptó otros seis para aumentar la prole.
Marido y esposas
La idea de vivir revueltos, pero no juntos era de lo más progresista. Nada de matrimonio ni de papeles, puro amor. Cada uno disfrutaba de su libertad, hacía lo que le venía en gana y convivían de cuando en cuando, porque Woody solo tenía cabeza para sus películas y era un controlador, un genio acaparador que no le permitía filmar con otros directores.
De cara a los espectadores, la relación era una maravilla: una pareja de estrellas, monógama, cada uno dedicado a dar lustre a su carrera y rodeados de una tribu de niños que criaba Mia; por supuesto, porque Woody era un Júpiter tonante.
Detrás de las paredes, la realidad era otra. Allen siguió sus aventuras “entrepierniles” y la Farrow lo pescó. Una tarde de 1992 encontró en la casa un sobre. Lo abrió. Eran las fotos de una jovencita desnuda, exhibiendo sus intimidades. Los ojos le quedaron como dos platones: ¡Era Soon-Yi!
Al principio, Woody negó cualquier perversión sexual; la propaganda de Hollywood alegó que Soon-Yi carecía de parentesco con Allen y, por tanto, no habría incesto, pues el padre adoptivo era Previn.
De la rabia, Mia estaba que se subía a las paredes. El tono de los reclamos llegó al punto de que el cineasta fue considerado un vejete violador y diabólico.
La Farrow agregó otro leño a la hoguera mediática y acusó a Woody de toquetear a Dylan, su hija de siete años. Para suerte de Allen, el juez no tomó en serio la denuncia y Mia retiró la acusación para proteger a la pequeña.
En un artículo publicado en Vanity Fair , en 1992, unas 24 personas entrevistadas afirmaron que el cineasta estaba “completamente obsesionado” con la niña y contaron que “parecía no poder quitarle las manos de encima”.
Tras el escándalo, la pareja ideal se quebró en pedazos. Al poco tiempo de la separación, Woody, de 56 años, se casó con Soon-Yi, de 20. En el 2015, Ronan Farrow repudió a su padre y rechazó el apellido Allen, hastiado de que la prensa nunca apoyó las denuncias de abuso sexual contra su hermana.
Al final, Mia no pudo probar que Dylan fue manoseada por Woody y que este era un degenerado. El pleito quedó en una disputa por la custodia de los hijos; lo ganó la madre ,pero igual ella siempre cargó con la familia, pues Allen nunca fue un buen padre.
A 25 años de aquella aventura con su hijastra, Woody Allen reconoció que, al inicio, pensó que acabaría pronto, pero “empezamos a tener citas, vivir juntos y nos la pasábamos bien”.
Pedófilo, sátiro y esposo cruel fue lo menos que le endilgó Mia; este, acostumbrado a ver la vida con ironía, ni le dio importancia y continuó con sus proyectos cinematográficos y tocando el clarinete en su grupo de jazz , los lunes por la noche.