Parecía a Moby Dick, cuando su cabezota rapada emergía en la pantalla. Ya fuera Ramsés II, el Rey de Siam, el líder de unos pistoleros, un cosaco o un oriental: tenía la capacidad de cambiar de piel como una serpiente.
Antes de ser actor, fotógrafo, escritor, músico y cantante posó desnudo –despatarrado en un sofá– exhibiendo su virilidad con la impudicia de un gitano errante.
Por esos días explotaba sus impresionantes cualidades físicas como trapecista en el célebre Circo de Hiver; pero, a los 21 años, tuvo un grave accidente y debió abandonar las maromas, tras un batacazo en la espalda.
Intentó ganarse la vida como semental en los clubes y garitos de París, pero la Segunda Guerra Mundial lo obligó a emigrar a Estados Unidos –en 1941– para estudiar teatro con el afamado Michael Chekhov.
Nadie supo quién era antes de ser quien fue. Él se encargó de crear, en torno a su niñez y juventud, una nube de misterio. A veces juraba que era mitad suizo y mitad japonés, nacido en la isla Sakhalin –en Siberia–, y bautizado como Taidje Khan tras ser parido por una gitana rumana, de la tribu de los Pitoeff, allá por el 11 de julio de 1920.
Más bien eran ganas de tomarle el pelo a los babosos publicistas hollywoodenses. Merced a la biografía de su hijo sabemos que su padre fue Boris Bryner, ingeniero e inventor suizo de origen mongol, y su madre Marousia Blagavidova, hija de un médico ruso.
Lo llamaron Jules –por el abuelo– pero después cambió a Yul, que junto a su apellido, lo convertirían en Yul Brynner, y que todo cinéfilo recordará como el faraón de los Diez Mandamientos o en el Rey y yo , en la obra homónima que lo lanzó al estrellato en el teatro, más tarde en el cine y finalmente en la televisión.
En esa pieza debió raparse la testa para interpretar al Rey de Siam; desde ahí esa sería su seña de identidad en más de 40 filmes. La mayoría aceptables, pero en los que impuso su misterioso magnetismo y una mirada congelante como la de Medusa.
Yul era un bribón, pero recibió una educación de primer orden. Él y su hermana Vera estudiaron en China, porque el padre los abandonó y la mamá se los llevó a ese país.
Con 14 años regresaron a París y ahí lo matricularon en el exclusivo Lycée Moncelle; al tiempo dejó los estudios y se dedicó a la música. Con un grupo de gitanos rusos armó una troupe de atorrantes que se iban de pinta por los clubes nocturnos de la Ciudad Luz.
En una de esas escapadas conoció al poeta y cineasta Jean Cocteau, que le sirvió de cicerone para que ingresara como tramoyista, y más tarde actor, en el Teatro de los Mathurins.
Esa fue la base de su carrera en la tablas. Con la Compañía de Chekhov debutó en Twelfth Night ; demostró su talento a los críticos y lo contrataron para varias obras en las primera series televisivas, que por 1941 estaba en fase experimental.
Sus tanteos actorales los combinó con diferentes empleos, con tal de ganar algo extra para sus francachelas. Trabajó como camionero para pagarse un curso de dicción; así fue como consiguió el puesto de locutor en la Voz de América , en un radioperiódico dirigido a las tropas aliadas que peleaban en Europa contra el nazismo.
Rojo atardecer
Le costó llegar a la gran pantalla porque los productores lo consideraban demasiado “oriental”; al fin Lazlo Benedek le dio la oportunidad en Puerto de Nueva York, un pequeño filme del cine negro.
Fue su papel del rey Mongkut de Siam, en el Rey y yo , el que lo proyectó al estrellato. Ganó el Óscar al mejor actor y la película acumuló cuatro más. Antes de grabarse en celuloide la obra tenía 1.246 presentaciones en Broadway.
Ese personaje lo persiguió toda la vida. Del teatro pasó al cine, de ahí a la televisión, donde hizo pareja con Samantha Eggar, que apenas le llegó a los tobillos a la interpretación de Anna, la institutriz real, a cargo de Deborah Kerr en la versión original.
Yul lucía imponente en ese tipo de escenarios fastuosos, por eso lo buscaban para ser, a veces, un faraón, en otras un rey y hasta Tarás Bulba, el líder de los cosacos ucranianos, inspirada en la novela de Nikólai Gógol.
Lo que había sido motivo de marginación le abrió un abanico de roles exóticos en: Los hermanos Karamazov ; Salomón y la reina de Saba ; Anastasia la loca de Chaillot y Almas de metal , donde encarna un vaquero robot, algo así como Terminator.
Le sacó el jugo al plante que se gastaba. Se casó cuatro veces; procreó tres hijos y adoptó a dos. En 1943 se casó con la actriz Virginia Gilmore; al cabo de 17 años picó espuelas para unirse a Doris Kleiner, a quien conoció en el set de Los siete magníficos . A esta la dejó por Jacqueline Croiste y finalmente, con 64 años, se echó al saco a Kathy Lee– de origen chino malay– que solo tenía 28 años.
Contrario a lo que podría pensar el lector, el vicio de Yul no eran las mujeres sino el tabaco: fumaba como una ramera desempleada. Llegó a consumir hasta cinco paquetes diarios de cigarrillos.
La adicción a la nicotina lo llevó a la tumba. Desarrolló un severo y fulminante cáncer de pulmón, al que combatió –en vano– como un león: murió rodeado de sus hijos el 10 de octubre de 1985.
Meses antes de fallecer grabó un anuncio contra el fumado, que se transmitió posmortem. En el video aparece, con su brillante calva, y dice: “Ahora que estoy muerto, te digo: no fumes”.