Soy un adulto que sabe que Sofía tiene dos hermanastros llamados James y Amber, que vive en un castillo, que tiene un amuleto que le permite hablar con los animales, que nació siendo plebeya y que es amiga de Aurora, Blanca Nieves, Ariel y Jazmín. Claro, también soy el padre de una niña de tres años.
Princesita Sofía ( Sofia The First ) es hoy parte activa de mi vida, y sé que lo mismo les sucede a otros tantos padres de chiquitas en edad preescolar. Y es que cómo ignorar a la princesa de ojos gigantes y vestido púrpura que nos salta desde las góndolas de los supermercados en forma de piñatas, blusas, golosinas, mochilas, calcomanías y, desde luego, muñecas... ¡demasiadas muñecas!
Ideada por Disney con el propósito de reactivar su franquicia de princesas, la serie de Sofía debutó en Disney Jr. a finales del 2012 y desde entonces no ha parado de cosechar éxitos (económicos, especialmente). Esta semana sus nuevos episodios empezarán a transmitirse en Latinoamérica.
La historia es sencilla: Sofía es la hija de Miranda, la zapatera del reino de Encantia. El rey Roland II quiere calzado nuevo, ambos viudos (asumimos, pues en los cuentos de princesas no hay divorciados) se enamoran y la niña pasa, de un día al otro, a ser princesa.
Con Sofía, Disney encontró el terreno común para introducir a sus princesas clásicas a una nueva generación de niñas. Así, dependiendo de la dificultad que deba enfrentar, la princesita recibe –por medio de su medallón mágico– la visita y consuelo de Bella, Mulán o la Sirenita. Sofía es la primera princesa cuya vida es abordada por Disney en su niñez, mientras que las otras –eternas casi veinteañeras– son la voz de la experiencia.
Sofía es una niña “normal”, con un pie puesto en la plaza de su pueblo y otro en el palacio, que de protocolo sabe poco y que, ante todo, es adorable.
A sus tres años, mi hija Luciana le tiene cariño a Sofía, a su conejo Clover y a su pegaso Mínimus... casi tanto como a la Dra. Juguetes. Pero ese es otro cuento.