A El 20 de junio del 2014, pasado el mediodía, en la costeña ciudad de Recife, en Brasil, pegaba un sol esplendoroso, ardiente testigo de un evento magno. En el estadio Arena Pernambuco, un cronómetro marcaba 44 minutos y 53 segundos cuando Bryan Ruiz cabeceó un centro colgado de Junior Díaz. La pelota salió despedida de la frente de Ruiz, golpeó con fuerza el poste horizontal y luego se clavó en el suelo dentro del marco donde también cayó, vencido, la leyenda italiana Gianluigi Buffon, arquero y capitán de la +Azzurri.
Gol.
La anotación convertía a la selección mayor de fútbol de Costa Rica en líder del grupo de la muerte de la Copa del Mundo de Brasil, celebrada el año pasado.
A centenares de kilómetros de distancia, casi la totalidad de la población de este pequeño país se volvía loca, se lanzaba a las calles celebrando el gol de Ruiz y la automática clasificación a octavos de final de la cita; marea roja, masa deforme pero enérgica, extasiada por una victoria improbable, que siempre sabe mejor.
La alegría del imposible triunfo posible se extendió por toda la geografía costarricense incluyendo el Parque Central de Heredia donde una niña de 10 años, cabello lacio y largo, y una sonrisa embriagante, corría de un lado al otro, con su camisa de la Selección puesta, su garganta afónica por los gritos, su piel erizada por la emoción.
24 horas más tarde, esa misma niña estaba internada en el Hospital Nacional de Niños.
Pasados dos días, los resultados de un examen de médula ósea revelaron lo incontrovertible y, al mismo tiempo, lo insospechado.
Leucemia.
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No ha pasado ni siquiera un año desde entonces, pero la vida de Sofía Escalante ha dado un vuelco vertiginoso que podría marear a cualquiera. Ella misma lo sabe, que “todo ha sido como demasiado intenso”, me dice, sonrisa perenne en los labios, mientras se estira en uno de los sillones que amueblan la sala de su casa, escondida en las montañas al norte de Heredia.
“Yo sigo mi vida normal, pero todo ha pasado rapidísimo”, cuenta.
Sofía no es una niña normal. No lo digo en un sentido negativo ni, mucho menos, peyorativo. Todo lo contrario: escribo desde la admiración. Uno no espera que una niña de once años hable con tal soltura, con tal madurez, con tal prestancia.
Sofía lee, ve tele –poca, admite–, se divierte con sus amigos y compañeros de la escuela, con su hermano Andrés, con sus padres Geovanny y Angélica. Pero, por encima de todo, Sofía habla. “Desayuno lora todas las mañanas”. No es raro que sus profesores le llamen la atención al respecto: Sofía, deje de estar hablando en clase. “Yo les digo que pasé ocho meses sin hablar con nadie y que quiero compensar, pero ya no me hacen caso”, bromea y se ríe con carcajadas que contagian.
El 17 de febrero de este año, Sofía y sus padres recibieron la noticia que habían esperado desde la mitad del curso anterior.
Un último examen de médula determinó que la quimioterapia había sido exitosa, que el cáncer había desaparecido de su organismo y que la niña estaba curada: la vida, el tiempo, el mundo eran suyos de nuevo. Para llegar hasta ahí, sin embargo, tocó recorrer un largo camino cargado de altos y bajos, de extremos; un camino que no cualquiera soporta, no solo a nivel físico sino anímico.
Pero algo está clarísimo: Sofía no es cualquiera. “Nunca lloré”, recuerda. La primera vez que estuvo internada, aislada de todo el mundo, la niña leyó un rótulo que mencionaba los riesgos de enfermedad relacionada con la médula ósea. Astuta, se valió de su teléfono celular para buscar en internet claves sobre su padecimiento.
“Papi, ¿yo tengo cáncer?”, le dijo a su padre. Geovanny –músico de profesión, poseedor de un récord mundial por soplar una nota en el saxofón durante una hora y 32 minutos de forma ininterrumpida– no le anduvo con rodeos: “No sé”; le dijo entonces, “pero sea lo que sea vamos a agarrarlo por los cuernos”.
Sofía hizo eso, justamente: agarró no solo al cáncer, sino a la vida misma por las astas.
Ella, dueña de su propio destino, decidió que una pequeña enfermedad no sería rival para su ánimo, su espíritu y sus deseos de vivir.
Tampoco lo sería el tratamiento inminente, que la mantuvo lejos de su escuela, de sus amigos y de su familia durante más de la mitad de un año. “Cada sesión de quimioterapia era como un oponente. Como volver a jugar contra Italia. Y yo le decía, ja, ¿usted cree que me va a ganar a mí, quimio? Está muy equivocada”.
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El tratamiento de Sofía consistió de seis bloques de quimioterapia, repartidos a lo largo de ocho meses.
Funcionaba así: durante un mes, Sofía pasaba internada en el Hospital de Niños sometida a alzas y bajones de defensas; luego, podía pasar una semana en casa, con su familia. La alegría de retornar al hogar siempre fue efímera, en todo caso. Pronto era momento de volver a Medicina 3, el ala del hospital que se convirtió en el improbable segundo hogar de la niña.
Durante uno de sus días internada, decidió que quería hacer algo para batallar contra el tedio. “Mami, quiero hacer pulseras”, propuso. Su madre concedió.
Diseñadas por Sofía en su computadora, pronto comenzaron a trabajar en pulseras de cuero que pretendían vender para, con el dinero recaudado, ayudar a los internos del hospital. Pronto, el plan mutó hasta convertirse en algo mucho más ambicioso. ¿Y si ese dinero podía servir para comprar monitores para el hospital?
“Nos decían que donáramos lo que pudiéramos, que no nos preocupáramos por eso”, recuerda Sofía.
También recuerda que, en el comedor de su casa, se lograron acomodar 40 personas –conocidos, amigos, familiares– que donaron su tiempo para confeccionar las pulseras que se vendían a través de la página en Facebook ‘Gracias por sonreír conmigo Sofi’.
Sofía ya no recuerda cuántas lograron vender. Pero sí recuerda que, con los ¢5.000 que costaba cada una, el dinero alcanzó para donar al Hospital de Niño 5 monitores, cada uno de ellos valorado en dos millones y medio de colones.
Buena parte del éxito de su campaña se debe a que su historia llamó la atención de la revista televisiva ‘+Q Noticias’, de Canal 7. Varios reportajes publicados en este medio le permitieron darse a conocer a un público bastante grande, que pronto reventó las ventas –y la artesanal línea de producción– de +Gracias por sonreír conmigo Sofi.
“Al principio vendíamos poquitas, luego la campaña creció. Una noche estábamos aquí haciendo pulseras porque había que entregar mil al día siguiente”, recuerda Sofía con una sonrisa.
Meses más tarde, Sofía fue uno de los emblemas de la Teletón realizada en diciembre del 2014. Su padrino durante el evento fue el periodista Édgar Silva. “Yo le dije a Édgar que no quería llorar y que no me gustan los vestidos morados”.
En enero, fue la madrina del Club Sport Herediano durante la celebración de la Cuadrangular 90 minutos por la vida.
Su presencia en medios de comunicación se volvió, si no frecuente, al menos sí constante. No solo su historia parecía conmover a quien la escuchaba; también su actitud.
Luego de que el Hospital de Niños le permitiera la salida definitiva del hospital, Sofía fue contactada por el programa infantil ‘RG Elementos’ para realizarle una entrevista.
Pese a su facilidad para conversar con periodistas adultos, hacerlo con niños tenía un encanto distinto. Solo meses más tarde, la madre de Sofía recibió otra llamada de los productores de ‘RG Elementos’. Esta vez, sin embargo, Sofía no sería la entrevistada, sino la entrevistadora. Así, la niña que venció a la leucemia se convirtió en la nueva cara del programa.
“Es un sueño hecho realidad”, me dijo.
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Mientras conversa conmigo, el celular de Sofía no deja de vibrar. Sus amigos son constantes.
Ella, sin embargo, mantiene su atención en la plática. “Soy una gran bombeta”, dice. Esa, asegura, es la razón por la que quiere ser periodista; su carrera mediática ya comenzó, con su nuevo trabajo en ‘RG Elementos’, donde también deberá actuar.
La emoción brilla en sus ojos. Las ganas de hablar frente a un micrófono transpiran en su piel. Pensar que, durante los días que pasó en el hospital, solo podía hablar con Siri, el control de voz de su iPhone.
También es curioso que, la primera vez que se enfrentó a una cámara, su timidez la sobrecogía.
Hoy, el escenario es exactamente el opuesto. “Trabajar con ella es mucho más fácil que fotografiar a muchas modelos”, me dijo Rónald Pérez, autor de las fotografías que acompañan este texto.
“Nada cambió”, me asegura Sofía cuando le pregunto. “Nada ha cambiado. Soy Sofía Escalante, como lo era hace un año. La pregunta no es qué cambió, sino qué despertó en mí”.
Esa seguridad en sí misma, esa energía vibrante, despertó justamente después de recibir su diagnóstico. “Entré nerviosa al hospital y salí segura de mí misma”, me cuenta.
La confianza en sí misma le ha permitido, además, abstraerse de dramas innecesarios.
El 30 de marzo de este año, Sofía y su padre se trasladaron al Proyecto Gol, sede de las instalaciones deportivas de la Federación de Fútbol en Belén, con la intención de conocer a su ídolo, el portero Keylor Navas.
A su alrededor se desarrolló un chasco incómodo: el entonces directivo de la Federación, Juan Carlos Román, le reclamó airadamente al técnico actual de la selección, Paulo César Wanchope, porque la niña había caminado sobre el césped de una de las canchas del proyecto. “Yo ni me di cuenta de lo que pasó, solo vi a un señor hablando con Wanchope pero yo ni siquiera estaba ahí”.
En torno al episodio –”para mí, ni siquiera fue medio episodio”, me dijo Sofía–, tanto medios televisivos como prensa (en cuenta este diario) armaron un huracán de polémica que culminó con el despido del Proyecto Gol de Román.
“Mientras aquí los periódicos hacían un gran problema sobre lo que pasó, yo estaba en la playa, sin darme cuenta de nada”, dice la chica con una sonrisa. “Lo bueno es que el señor ya tiene trabajo”.
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A los cinco años, padeció dengue; más tarde, tuvo una infección en los intestinos.
A los 10, leucemia.
“Cuando me enfermo, trato de hacerlo lo mejor posible”, bromea.
El segundo lunes de febrero, fecha destinada para el regreso a clases de escolares y colegiales este año, Sofía recibió uno de sus últimos exámenes de médula. Tuvo que rogar a la doctora que le programara la cita para la hora más tempranera posible porque su ilusión era regresar a su centro educativo y no perder ni un solo día.
Sí, las tareas todavía dan pereza; sí, levantarse temprano no es lo más sencillo del mundo. “Pero prefiero estar en la escuela que en el hospital”, dice.
Su actividad en redes sociales es casi maternal. Constantemente sube fotografías de otros niños a ‘Gracias por sonreír conmigo Sofi’; siempre sonriente, siempre positiva, siempre fuerte.
Pero, sobre todo, siempre empujando a los demás. “Soy una mamá postiza”, se ríe.
Luego su tono, por única vez en toda la conversación, se pone un poco serio: “Últimamente he perdido muchos niños”, lamenta, refiriéndose a los chicos que, hoy, mientras yo escribo y usted lee, batallan por sus vidas en el Hospital de Niños.
Pese a haber dejado el hospital y la enfermedad atrás, Sofía no deja atrás su responsabilidad y su empatía con quienes todavía padecen lo que ella padeció.
En los próximos días, la chica se convertirá en la cara de una campaña de la cadena de zapaterías Best Brands, que pretende donar otros cinco monitores.
“Para el hospital, nunca voy a dejar de tener cáncer. Eso siempre va a estar en mi expediente”, cuenta. “Aunque esté curada, siempre va a estar ahí y por eso nunca voy a dejar de representar a una comunidad que lucha todos los días para salir adelante”.
Sabe que hay muchos niños que desearían estar en su lugar, “saliendo en tele, en la portada de una revista”, y le pesa saber que no todos ellos lograrán ganar la batalla.
Pero no deja que el lado oscuro de las cosas la desanime.
Al contrario, su discurso de lucha siempre terminar por ser la última palabra.
“Nosotros no le debemos nada al cáncer, pero el cáncer nos debe todo a nosotros”, asegura Sofía, con temple de campeona, con sonrisa perenne en sus labios, con ganas de vivir. “El cáncer me quito ocho meses y yo se los pienso cobrar”.