Will Byers se perdió en el “otro lado” solo. Tenía 12 años. Era 1983.
Entonces, los proverbiales pueblitos estadounidenses eran así, como Stranger Things pinta al ficticio pueblito de Hawkins en el muy real estado de Indiana. Casas acogedoras, cenas en familia, las calles silenciosas y la densa oscuridad de los sitios ilesos del desarrollo urbano. Lo que quedó en 1983 y no regresó.
“Me recordaba mi infancia”, dijo en entrevista con The Hollywood Reporter el hermano Matt Duffer, creador y director de la serie que Netflix estrenó en julio del 2016. “Cuando nos acostumbramos a la idea de ubicar la serie allí fue que inventamos el nombre del pueblo, Hawkins”.
No es extraño tropezar varias veces con la infancia de los Duffer o, más bien, con un pasado familiar durante la primera temporada de Stranger Things .
La muy comentada tipografía –roja, neón, estilizada como si fuera el título de los primeros libros del monarca del terror y la fantasía, Stephen King– es uno de tantos préstamos que los creadores toman de sus recuerdos.
“Es original”, escribió la crítica del New Yorker Emily Nussbaum en su primer vistazo a la serie. “Es un elogio peculiar para un show que es un pastiche de cultura pop ochentera, una caja de televisión hecha de memorias de películas (...). La serie tiene una demográfica bifocal: está diseñada para encantar a la generación X nostalgia y para el público más joven es una atracción ver un un mundo anterior a su caída, con walkie-talkies , teléfonos fijos y niños de los suburbios que son libres para explorar lo que quieran con sus bicicletas”.
Así, la genética de la historia toma prestado pero no plagia.
Los cuatro niños se parecen a los amigos de películas de Steven Spielberg ( E. T., el extraterrestre de 1982) o Rob Reiner ( Cuenta conmigo de 1986).
El monstruoso Demogorgón del “otro lado” se parece físicamente al extraterrestre que persigue a la tripulación de Alien (1979) y psicológicamente evoca los métodos de Freddy Krueger para cazar a los adolescentes de Pesadilla en Elm Street (1984) en sus sueños.
Mientras Stranger Things se ve y se oye como un viaje en el tiempo a los ochentas (con una banda sonora completamente musicalizada en sintetizador), también tiene la calidad de ser diferente simplemente por haber sido creada en el “futuro”.
El público ve referencias de ficciones ajenas del pasado, reconstruidas por dos adultos que están preocupados por convertirlas en vigentes.
“Creo que si no han visto estas películas viejas, entonces las están descubriendo”, dijo el hermano Ross Duffer a la revista digital Collider .
“Espero que los lleve a descubrirlas. Espero que si una audiencia más joven la ve, busquen las películas de John Carpenter y tomen un libro de Stephen King, que les guste todo eso. Espero que Stranger Things los lleve a todas esas cosas”, sostenía Matt.
LEA: Stranger Things: nada volverá a ser lo mismo
Pasado imposible. Durante la primera temporada, la desaparición de Will Byers (interpretado por el actor infantil Noah Schnapp) toma por sorpresa a Hawkins: a su escuela, al sheriff , a las familias de sus amigos. Todos los que se sabían su nombre y los de su familia. Es decir, el pueblo entero.
Su madre soltera Joyce (Winona Ryder) es una anomalía antes y, más aún, después de correr como loca a la tienda para reemplazar el único teléfono de cordón que tiene su casa.
Su hermano mayor Jonathan (Charlie Heaton) es el adolescente extraño que carga su cámara análoga Pentax. Observa las fiestas desde el lente, no participa en ellas.
Para rematar, sus tres mejores amigos son los nerds entusiastas que, a falta de Snapchat, usan walkie talkies para comunicarse entre ellos en secreto.
No es casualidad que la tecnología de la época traspase todas las relaciones que tienen los personajes principales. Si ocurre es porque la época –su aspecto, su textura y su sonido– también es uno de los personajes principales de la serie.
“Stranger Things es una prueba más que la sociedad digital está acechada por su pasado análogo (...). Las imágenes del pasado son las estrellas del show”, afirmaba el investigador de la “retromanía” audiovisual Grafton Tanner en un ensayo para la revista The Hong Kong Review of Books .
Tanner estima que la industria de entretenimiento actual produce historias de época “distorsionadas” en las que el pasado olvida sus propios miedos y, vaciado de su contexto, se convierte en un envase para las preocupaciones del presente.
El mismo 1983 de Stranger Things es el año en el que el “incidente del equinoccio de otoño” puso al mundo al borde de una guerra nuclear. En ese momento, la entonces potencia de la Unión Soviética recibió una falsa alarma de misiles de Estados Unidos, provocando tensiones en sus relaciones diplomáticas durante la Guerra Fría.
Es el mismo 1983 que el estadounidense Guion Bluford se convirtió en el primer astronauta negro en llegar al espacio con la NASA.
La década que continúa avanzando en la segunda temporada de la serie es la misma en la que las mujeres ingresaron en el mercado laboral profesional en países desarrollados.
“La retromanía distorsiona la historia y nos entrega los clichés. La década de pesadillas que fueron los años ochenta ya no son siquiera un recuerdo. Si los ochentas fueron horribles, la década del 2010 es un juego de niños”, asegura Tanner.
En los 80 de la fantasía de los hermanos Duffer no es necesario contar esas historias que su audiencia joven no puede identificar ni histórica ni emocionalmente. Son los sobrantes, no el plato fuerte.
Las alusiones al pasado son un juego de referencias, no de recuerdos. El sentimiento que comparten los fans devotos de la serie –ubicados en 70 países de los 190 que consumieron Stranger Things , aseguró Wired esta semana – es la nostalgia de lo perdido no el desafío de su recuperación.
Retromanía. No hay referencia más explícita a la nostalgia de Stranger Things que su promoción de la segunda temporada, a estrenarse este viernes 27 de octubre.
El elenco aparece en carteles de películas de antaño: los protagonistas se abrazan como The Goonies (1985); Joyce sale de la tierra como The Evil Dead (1981); Nancy se escurre de las garras del Demogorgón justo como lo hizo Nancy en Pesadilla en la calle Elm (1984).
Para la primera temporada, como con otras series de su catálogo, Netflix estrenó la historia de los hermanos Duffer sin mucha bulla en redes sociales.
Los medios que reportaron la serie se concentraron en otras cosas más evidentes de su producción. Los Duffer tenían en su elenco el regreso de la actriz Winona Ryder, casi desaparecida después de que se agotaron sus papeles de adolescente encantadora en cintas de los ochentas y los noventas (y después de que cayó en desgracia pública por un juicio por robo).
LEA: ‘Stranger Things’ en Netflix: se necesita un pueblo para resolver un misterio
Fuera de eso, la modesta publicidad de la serie era una bicicleta roja abandonada. El título de la serie, en rojo, con una tipografía apenas similar a la de los libros de Stephen King
En las referencias visuales a las ficciones ochenteras, los Duffer encontraron la textura de su historia. Es decir, el cliché de su retromanía.
“Cuando vendimos la historia a Netflix y otras compañías, hicimos un libro pequeño. Lo hicimos parecer como un libro de Stephen King: la tipografía, una bicicleta perdida”, recordaba Ross Duffer para The Hollywood Reporter .
“Esa era la idea, que el show se sintiera como cuando estábamos en la escuela y en la secundaria, leyendo esas novelas de tapas de papel. Ese era el sentimiento que queríamos evocar”, aseguraba Matt.