
En Indonesia, luego del golpe de Estado de 1965, más de medio millón de personas fueron asesinadas en menos de un año. Anwar Congo y sus seguidores pasaron de revendedores de boletos de cine en el mercado negro a líderes de un escuadrón de la muerte.
Ellos asesinaron a cientos de personas con sus propias manos.
Pues bien, en The Act of Killing ( El arte de matar ), este grupo aceptó contar las historias de los homicidios perpetrados. Sin embargo, la idea que tienen en mente no es la de dar su testimonio para un documental sino estelarizar una película que incluya sus géneros cinematográficos favoritos: escenas de gánsteres, westerns y musicales.
Ante el estupor de la prensa y la audiencia mundial, una vez que se estrenó el estremecedor y polémico filme –ganador de varios premios internacionales y postulado al Óscar 2014 como Mejor Documental– quedó demostrado que hay un antes y un después de la emisión del filme. Al menos, esa es la esperanza de decenas de ONG’s que velan por los derechos humanos y que llevan años alzando la voz por lo que ha ocurrido en Indonesia.
Dirigida por Joshua Oppenheimer, Christine Cynn y un tercero cuya firma es sustituida por la palabra ‘anónimo’ (en referencia al enlace interno en el país, protegido por razones obvias) la cinta recorre las huellas de una de las masacres más brutales y quizá silenciosas de la historia reciente de la humanidad.
Según el crítico de El Mundo de España, Luis Martínez, “lo que se ve es una especie de película dentro de una película tan grotesca como brutal, tan salvaje como despiadada. Más sencillo, un abismo. Duelen después de verla”.
El propósito era derrocar al gobierno prochino del presidente Sukarno y reemplazarlo por un régimen favorable a los intereses estadounidenses.
Como asegura Carlos Bonfil, de La Jornada (México), la maquinaria del genocidio incluyó la tortura sistemática, la cacería de brujas ideológica, el confinamiento de disidentes en campos de concentración, la violación de mujeres y el asesinato de niños, y finalmente, el exterminio programado de una comunidad entera.
“El documentalista Oppenheimer eligió una manera perturbadora y discutible de abordar el asunto. Desechó recurrir a materiales de archivo y entrevistar a los sobrevivientes del genocidio. La palabra la tendrían ahora los verdugos, hombres ya septuagenarios, dueños en el régimen actual de una impunidad perfecta. Lejos de ser asesinos se les considera hoy héroes y salvadores de la patria. Esa paradoja siniestra el cineasta la ilustraría de una manera irónica, como una bofetada más a las buenas conciencias de Occidente. Un reconocimiento tardío del horror vivido e infligido le provoca entonces angustia y un conato de llanto. Oppenheimer gana así su apuesta delicada y controvertida”, puntualiza el experto. HBO se encarga ahora de transmitirlo en Latinoamérica y muestra una realidad, hasta ahora, casi desconocida por estos lares.