Antes de entrar en materia sobre The Falcon and the Winter Soldier, primero una breve recapitulación: la serie junta a dos personajes secundarios de varios filmes del Universo Cinematográfico Marvel (UCM): San Wilson/Falcon (Anthony Mackie) y James “Bucky” Barnes/Winter Soldier (Sebastian Stan).
Ambos son exmilitares y los mejores amigos de Steve Rogers/Capitán América; Sam es experto en misiones aéreas, las cuales ejecuta con un par de alas mecánicas, mientras que Bucky fue soldado durante la Segunda Guerra Mundial pero, tras ser herido gravemente en combate, fue capturado por la organización Hydra, la cual lo convirtió en un supersoldado y asesino.
Aliados en causa común con Rogers y los otros Avengers, los dos desaparecieron cuando Thanos eliminó a la mitad de los seres vivos y regresaron cinco años después. Al final de Endgame, un anciano Rogers entregó el escudo de Capitán América a Sam, ante la mirada de aprobación de Bucky.
Sigamos... (ALERTA DE SPOILERS ACTIVADA)
Tras ver los dos primeros episodios de The Falcon and The Winter Soldier se va notando el gusto que Marvel Studios le está tomando a su nueva misión como proveedor de contenido original para Disney+. Mientras que su primera serie, WandaVision, era un combinación de formatos (sitcom primero, drama psicológico después), su nuevo serial se enmarca en la tradición de las producciones de “compas”, donde dos protagonistas de personalidades muy distintas se ven obligados a dejar de lado sus diferencias iniciales para formar un equipo poderoso (Mulder y Scully; Benson y Stabler).
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Estas nuevas series de Marvel no se sienten de menor categoría que las películas del UCM: se nota el mismo estándar de calidad en, por ejemplo, efectos especiales y contratación de intérpretes. Dichas producciones le han dado una dimensión más justa a personajes que siempre parecerían secundarios a la par de los Avengers principales, con suficiente espacio para desarrollar su historia de origen, traumas y dejarlos ser los protagonistas.
Sam y Bucky eran los “sidekicks” por excelencia: los amigos incondicionales del Capitán América, los que le salvaban la tanda pero que no le tapaban los reflectores. Verlos ahora a ambos funcionar sin Steve (su común denominador) es algo que no esperábamos y se agradece.
La serie lidia con dos temas importantísimos y que no son tan fáciles de abordar en los megablockbuster de Marvel: el racismo y la culpa. En cuanto a la culpa, Bucky tiene al fin espacio para mostrarse vulnerable y consumido por los efectos de sus acciones tras décadas de ser el Soldado del Invierno: la carga emocional de sus años como asesino es enorme. Además, también se le da oportunidad al otrora autómata soldado de exhibirse auténtico y hasta divertido.
Con Sam Wilson se aborda el aspecto étnico, dándole otra perspectiva a lo que ya se había hecho con Black Panther, donde el énfasis fue la reivindicación de la herencia africana. En cambio, Sam es un afroestadounidense y, por más Avenger que sea, no está exento de sufrir acoso policial solo por su color de piel (esa escena es de las más políticas que Marvel ha incluido en cualquier entrega del UCM).
Para él ser un superhéroe negro en Estados Unidos es algo desprovisto de cualquier tratamiento idílico para ser visto incluso como un inconveniente, pues nadie (ni siquiera él) empieza la serie creyendo que debe ser el sustituto natural del Capitán América (bueno, no, Bucky sí está convencido que el escudo ahora debe ser de Sam. Y esa es quizás su mayor discrepancia).
Falcon y Winter Soldier también atiende otros temas en los que quizás solo los fanáticos más analíticos reparaban antes sobre las películas de Marvel: ¿de qué viven los superhéroes que no son millonarios, genios o dioses? ¿Cómo se mantienen? San Wilson fue soldado élite y consejero para veteranos pero sus años peleando al lado de Steve Rogers para salvar el mundo no le dieron suficiente credibilidad financiera como para obtener un préstamo bancario. Al final, no importa cuántos aliens/androides/hechiceros hubiese enfrentado, su valor a ojos del sistema financiero no es suficiente (y, de nuevo, el factor étnico vuelve a ponerse sobre la mesa).
Sam y Bucky son tipos “de a pie”, con problemas reales. Bucky asiste a terapia; Sam se preocupa por el futuro económico de sus sobrinos. Bucky duerme en el piso, incapaz de acostumbrarse a la comodidad; Sam vive solo y de modo austero. Bucky tiene 100 años, de los cuales la mayoría han sido una guerra constante, y aún así es incapaz de entender del todo a Sam, pues hay cosas que una persona blanca nunca entenderá.
Adicionalmente, esta serie es la que más se ha ocupado de aclarar las implicaciones del regreso de la mitad de la población que estuvo desaparecida cinco años, a causa de Thanos, tras los sucesos de Avengers: Endgame. Los escenarios de un acontecimiento de tales proporciones son demenciales, por decir poco, en aspectos políticos, sociales y económicos. Justamente esto fundamenta al grupo extremista y antagónico conocido como los Flag Smashers, que lejos de fundamentalistas fanáticos realmente parecen revolucionarios con un punto válido. Migración, redistribución de riquezas, poblaciones que se sienten desplazadas...
En buena hora que Marvel finalmente empezó a entregar sus series en Disney+, pues no solo de The Mandalorian vive el cliente. No sé ustedes, pero ahora tengo más interés en ver la próxima serie de Loki que, digamos, la precuela de Game of Thrones. Nos quedan cuatro capítulos por delante. Luego hablamos.