“Con una mano adelante y otra atrás. Con una bolsa plástica con la ropilla que tenía y con el peluche que me regaló mi mamá, ese que tengo en la casa todavía”. Así fue como Víctor Carvajal llegó cuando tenía 18 años a San José; ahora tiene 37.
Víctor se sale de toda norma y, a pesar de que ya es una figura pública –porque sale en tele– a él no le importa contar su pasado doloroso con toda sinceridad. Sin tapujos y sin prejuicios, así como se le ve todas las mañanas por canal 9, el presentador no escondió nada de su vida personal y abrió su corazón para dar el ejemplo a muchos que se les sube el poquillo de fama a la cabeza.
La salida de su casa fue motivada por su orientación sexual. Víctor, el hijo menor y hermano de cuatro mujeres, aceptó su homosexualidad y debió irse de su hogar.
Un chiquillo de Sarchí, criado en pueblo chico (infierno grande, como él mismo lo dice), llegó dolido y con la expectativa de por lo menos conseguir un trabajo para poder comer, pero la capital le tenía deparada una historia de dolor impresionante de la cual Víctor salió bien librado.
“Nadie me daba trabajo porque no tenía experiencia. Tenía 18 años pasaditos y no pude terminar el colegio. Venía con una mano adelante y otra atrás. Sí había hecho trabajitos de temporada como coger café; pero no tenía experiencia en nada. Busqué y busqué trabajo, pero llegaba y me decían ‘traiga su currículum, ¿qué experiencia tiene?’, y ¡diay!, yo no tenía ni experiencia ni plata para ir a un café Internet a imprimir nada, y después de mucho buscar y tener días sin comer ni donde dormir, me tuve que prostituir”, contó.
En medio de lágrimas cuando recordó este capítulo de su vida, el ahora presentador de televisión descansó un momento para reponerse de la impresión que le produjo la memoria de cómo debió “pulsearla” para comer.
“¡Uy, mae, qué duro! Sufrí bastante. Estuve así casi un año durmiendo en el parque Morazán y a veces ahí en el Central. Lo que se vive ahí es muy feo”, contó Víctor, quien es muy creyente.
Dice que en aquel tiempo rogaba a la divinidad para que nadie le transmitiera el VIH; también pedía que, por favor, aquellas vivencias no fueran solo el inicio de una vida en la indigencia.
En medio de la necesidad, el jovencillo trató de hacer las cosas lo mejor que pudo. Aunque tuvo la tentación de caer en excesos, él asegura que por miedo y por suerte no usó drogas ni licor.
“Le voy a ser sincero, una vez me dieron a probar marihuana y la probé… No seas tan hijuepucha… ¡Ay, jamás! No, no, no, no lo logré; pasé como una semana enfermo y dije ‘¡Ay no, esto no es para mí!’, y nunca más. Vieras que ni alcohol..., además, ¿con qué plata? Gracias a Dios no pasó a más, porque si no, ahí andaría fumando piedra”.
La calle es dura, y esto lo confirma Víctor quien vivió también situaciones rudas en las que puso en peligro su propia vida. Recordó cómo un “cliente” le puso una pistola en la cabeza porque él se negó a darle sus servicios. “Tener una pistola en la frente, usted no sabe; usted no se imagina el horror que siente uno. ¡La sangre de Cristo!”.
Sin embargo, la vida es de oportunidades y la inocencia que pudo haberse perdido en el tiempo en que Carvajal vivió a la intemperie no le quitó la esperanza en la gente, y llegó el momento que anhelaba de la mano de la persona que menos esperó.
“Yo creo fuertemente en Dios a pesar de mi orientación sexual. Dios me ha demostrado que no importa lo que uno sea, él siempre está amándolo a uno”.
Un día de tantos – no sabía qué fecha era y no le importaba–, la salida de la prostitución vino justamente desde la mano amiga más improbable: la de un cliente.
¿Cómo logró salir de ese mundo y llegar a donde está?
Bueno, entonces tuve que hacer eso (prostitución) y, bueno, bendito Dios, una cosa llevó a la otra; de un cliente apareció otro, y ese otro, pues vio que la cosa mía no era eso, sino que era la necesidad de comer. Entonces resulta que ese cliente tenía una amiga que era dueña de un salón y me llevó ahí.
”Fijate, entre todo y todo me llegó una buena persona. En ese salón aprendí a cortar pelo y a maquillar. Todo fue muy rápido, todo fue como ‘pa-pa-pa-pa-pa-pum’, y ya. Empezando nomás en el salón apareció otra señora a quien le gustó mi trabajo y me pasaron de maquillador de una marca que se llamaba Arens. De ahí andaba maquillando en El Globo, en Llobet, en La Gloria, ¿sabés? Yo era el flamante maquillador y andaba con una corbatita pola de Bugs Bunny y una camisilla de la (ropa) americana. Ese fue mi uniforme de la primer quincena”.
Como él mismo lo dice, una cosa llevó a la otra. Víctor descubrió en sus manos un talento especial y lo exploró hasta que se dio a conocer en el ambiente de la belleza.
De una recomendación llegó otra y, cuando se dio cuenta, fue contratado como maquillador para la marca Revlon. “Hasta tenía que salir del país, recuerdo la primera vez que me monté en un avión, yo iba llorando de la felicidad”, recordó.
¿Guarda algún rencor por todo lo que pasó?
Para nada, todo eso me ayudó a darme cuenta de que la vida no es fácil y de que es cruel. Hoy por hoy me siento frente a una cámara y digo: ‘Mire señora se puede salir adelante’ o a otra le digo: ‘¿Por qué sos tan payasa y tan ridícula?, ¿por qué te preocupás por unas chuspas plásticas cuando la prioridad de la vida no son las chuspas, mujer? Cuando el día de mañana ya no estás y se te fue la vida y ¿qué hiciste?, ¿hiciste reir a alguien?, ¿amaste a alguien?, ¿te amaron?’ Yo siento que fue un favor lo que pasé.
Era un muchacho inocente que afrontó la dureza de la calle. ¿Qué queda de ese joven después de tantas experiencias?
Queda mucho dolor, muchas cicatrices, queda mucho vacío que uno, Victor, el de la tele, evita que la gente que lo ve lo tenga. Yo sé lo duro que es pasar una situación difícil sea cual sea: que una enfermedad o que un hijo se le mató, lo que sea. Sentirse mal con uno mismo es lo peor. Esa experiencia me motiva y ayudarle a otras personas para que no sientan lo que yo sentí ni pasen lo que yo pasé. Si en algo me esmero yo es en que la gente se ría de mí, se ría conmigo y si en alguna casa hay un Víctor, que eviten que él pase la vida que pasé yo y que lo vean como una persona, no como a una escoria.
Rostro de alegría.
¿Cómo puede una persona que sufrió tanto en su juventud pararse frente a las cámaras todos los días y poner una cara de felicidad frente a miles de televidentes? La respuesta la tiene Víctor y esta recae en la responsabilidad de compartir su actual felicidad con quienes lo ven por la pantalla chica.
“Cuando asumí la responsabilidad de estar en un programa de televisión y de tener el rol que ha tomado mi personaje ahí –que es el que hace reir al televidente– siento esa obligación de hacer que la gente se olvide de los problemas aunque yo tenga los míos. En comerciales puedo pasar en un puro moco pero hay que echar para adelante”.
Ser chispa y alegre en el programa es un escudo que el presentador ha forjado a punta de dolor. Ahora, mañana a mañana da su mensaje de positivismo y aprovecha para decirse a él mismo que la vida es bella.
¿Por qué es así?
"Es que no me veo de otra forma. Después de que uno se lleva golpes tan fuertes, de que la familia le da la espalda, uno no se ha recuperado y ya es prostituto; no se ha recuperado y se ve abriendo bolsas de basura a ver qué come; no se ha recuperado y se encuentra durmiendo en el Morazán; no se ha recuperado y ya tiene un trabajo normal; no se ha recuperado y se encuentra con las puñaladas de la gente… Entonces; golpe, tras golpe, tras golpe, ¡ah no, diay! Entonces voy a agarrar todo a puro chingue por lo menos para que me diviertan los golpes porque sino se ataca uno. Soy así porque me duele”.
”Si le digo a la señora que me ve por tele que no se preocupe porque hoy el día está maravilloso y brillante, me lo estoy diciendo a mí, terapeándome yo para empezar mi día”.
En retrospectiva, Carvajal ve a su pasado y solo observa pruebas que ahora usa como impulso para ser una mejor persona, a su manera.
“El tiempo pasa rapidísimo, es impresionante. Uno sigue con sus traumas, sus cosas, sus preocupaciones; pero al cabo de los años uno vuelve a ver y dice ‘¡ya pasó!’.