No puedo imaginar una situación de la que esté más excluido por naturaleza que un matrimonio ajeno. La razón obvia: no soy parte de la pareja, por demás inaccesible. Lo voluntario: porque de todos modos, jamás me casaré (aunque quién sabe).
Pero hablemos de Brangelina. Hablaremos del divorcio de Brad Pitt y Angelina Jolie porque, aunque no hubiera querido, no tuve opción: crecí a su lado. Los vi convertirse en muchas cosas en la pantalla, mi primer y gran amor, y aunque sus vidas privadas no me incumben, lo que han vivido en pantalla sí, y para peores, lo disfruto.
Se ha hablado mucho de lo que sufren las jóvenes estrellas de Hollywood cuando saltan del Mickey Mouse Club a las rondas de rehabilitación y las traumáticas portadas de tabloides. Poco se dice, curiosamente, de llegar a los 40 o los 50 con la misma presión de la fama, más allá de los lugares comunes de decir “ella ya está demasiado vieja para esos papeles” o “él sigue siendo un playboy ”.
Pero Pitt, de 52 años, y Jolie, de 41, atraviesan esos significativos umbrales de sus vidas acosados día y noche por las cámaras. Su intimidad es verificada por la Corte como la de reyes de antaño; los destinos de sus hijos se vigilan como si fueran los siguientes en la línea de sucesión. Cada arruga, cada quebranto de salud y cada expresión de sus rostros captada en la calle se convierten inmediatamente en noticia global.
Toda esta información afecta, queramos o no, la percepción que tenemos de ellos al ver sus películas. La Angelina que se transforma en pantalla sigue siendo ella misma aunque, en realidad, sabemos muy, muy poco de cómo es realmente Angelina. Por haberse construido una imagen de rebelde con o sin causa, proyectamos sobre ella nuestras ansiedades –y en esta cultura machista que habitamos, son muchas ante una mujer dueña de sí misma–.
En otra ocasión, parejas de ese mundo centelleante del cine se han desbordado sobre la pantalla. Cuando Ingrid Bergman dejó a su esposo por el director Roberto Rossellini, y quedó embarazada antes de la boda, fue desterrada de la realeza de Hollywood: pecadora, traidora. Dichosamente, el tiempo pasa y el cine es lo que queda. Viaje a Italia , Stromboli y Europa ‘51 son joyas cinematográficas, brillan entre los más acuciosos exámenes de relaciones románticas acometidos por el cine. El arte vive más que nosotros mismos, pero cómo duele, cómo hiere.
Cuando vi por primera vez Mr. and Mrs. Smith (2004), que selló el amor (real) de Pitt y Jolie, estaba demasiado joven para entender que un amor que se divierte tanto, que se apasiona tanto, es también el que más puede herir. Ahora, a mis 25 años, la mitad de la vida de Pitt, no entiendo mucho todavía, y probablemente nunca lo haga, pero ya he visto suficiente cine como para interpretar mejor flujos de energía y pasiones en una relación. O tal vez no, y el cine no diga nada realmente.
Aunque no dijera nada, pues, tendría aún así la imagen de Jolie y Pitt en By the Sea (2015): una pareja que confía tanto en sí misma que puede herirse sin rencor en esta charada. O tal vez era en serio, pero quién sabe. Quién sabe qué ocurre en los cuerpos de las estrellas de cine cuando se salen de la pantalla, cuando crecen, cuando odian, cuando aman y cuando no sienten nada.