A algunos les sonará como una propuesta inútil, pero a otros, como algo peligrosa. Esa es la idea. El cine debería ser materia obligatoria en escuelas y colegios de Costa Rica.
No es una idea particularmente innovadora ni radical; no es inalcanzable ni un desperdicio de tiempo. Se practica en distintas escalas alrededor del mundo y es muy común en universidades –aunque su rol suele ser más bien decorativo, poco aprovechado–.
En la era de la imagen, cuando lo audiovisual prima sobre los demás lenguajes y construye minuto a minuto el mundo que habitamos, es incomprensible que no demos herramientas a escolares y colegiales para confrontarlo. Solo se entiende, de hecho, si lo que deseamos es educar a ciudadanos ajenos a la complejidad y profundidad de la imagen, desempoderados y neutralizados.
El cine, nacido a fines del siglo XIX, transformó el mundo en pocos años. A la teoría del arte y la filosofía les tomó poco tiempo, relativamente, comprender la profundidad del cambio cultural (hasta filosófico) que implicaba esta nueva forma de comunicación, cuya función principal ha sido de arte y entretenimiento.
Comprender cómo surgió, cómo se difundió y cómo se entendió el cine es informarse de cómo nuestra cultura llegó a ser lo que es.
El cine (y lo audiovisual, en general) debería estudiarse en escuelas y colegios en dos maneras: por su tecnología y su práctica, y por el contenido de las narraciones que se han creado en cine y televisión. Cada estudiante debería tener capacidad para manipular una cámara, editar un video y entender cómo se producen las imágenes que ve a diario y en todas partes.
Por otro lado, somos animales que cuentan historias. Analizar el mundo a través de las historias contadas en cine o televisión es aprendizaje activo; puede ser usado en todas las materias y estimula conexiones entre ellas; propicia la discusión y el pensamiento crítico; es impensable sin trabajo en equipo.
El cine es peculiar: si uno aprende un poquito, termina queriendo más y más. En el salón de clases, tal hambre se puede canalizar hacia otras materias.
A través de la historia del cine se puede estudiar la historia entera de un país o del mundo. Se pueden comprender y debatir el racismo, la homofobia, la xenofobia y el machismo. Permite reflexionar sobre situaciones históricas específicas (el Holocausto o la lucha por el voto femenino) y repensarlas. Motiva a averiguar más y por cuenta propia; estimula e informa a la vez.
Propuestas similares han flotado por aquí y por allá en Costa Rica. Pero si el Ministerio de Educación Pública y el Ministerio de Cultura y Juventud se lo proponen, pueden impulsar una nueva era en la educación audiovisual de Costa Rica. No porque sea un divertimento ni una distracción de la clase, sino porque puede contribuir con una ciudadanía más crítica, informada y educada.
*Esta es una columna de opinión de la revista Teleguía, de La Nación, y como tal sus contenidos no representan necesariamente la línea editorial del periódico.