El periódico USA Today recién analizó los 3.517 anuncios que la empresa rusa Internet Research Agency promocionó en Facebook con intenciones de afectar los resultados de la campaña presidencial estadounidense en el 2016.
¿El veredicto del análisis? El 55% de los anuncios abordaban temas de raza.
Es un caso jugoso desde muchos puntos de vista. Revisita los demonios de la Guerra Fría y, además, los actualiza con la ilusoria seguridad que ofrece Facebook a sus usuarios (actualmente la empresa está siendo investigada tras el escándalo de la empresa Cambridge Analytica).
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El plato de problemas es tan suculento que la mirada se puede distraer con dilemas tecnológicos más “novedosos” y obviar el que nunca se ha ido: el racismo que alimentó un sistema de 200 años de esclavitud en Estados Unidos.
Según la profundidad de la mirada, el racismo se puede abordar como un problema individual –una persona es racista porque discrimina contra una raza– o se puede encarar a la macroestructura que se sostiene en los prejuicios que nunca se erradicaron, ni siquiera con la debida protección de los derechos humanos y civiles de minorías raciales.
Ese segundo es el abordaje de la serie Dear White People cuando presenta al campus de la Universidad Winchester (similar a instituciones de prestigio como Brown o Harvard).
Winchester funciona como universo y como muestra.
La serie admite que sus problemas ocurren porque la universidad opera de cierta forma –la educación privada en Estados Unidos se financia con donantes millonarios que suelen ser blancos– pero también da a entender que la incomodidad entre los estudiantes blancos y los negros es una muestra verosímil de lo que ocurre afuera, en el mundo “real”.
En la muestra hay de “todo”: blancos que no tienen consciencia de sus privilegios, blancos que sienten culpa por esa misma herencia, negros complacientes y otros que se arman de elocuencia en contra de la opresión. Todos le están sacando provecho propio al lujo de su educación superior.
La estudiante mulata Sam White –la ironía de que su apellido significa “blanco” no se pierde– es, usualmente, el rostro y voz de los activistas negros.
“Las personas negras no pueden ser racistas. Prejuiciosas sí, pero no racistas. El racismo describe un sistema de desventajas basado en la raza. Los negros no pueden ser racistas porque no nos beneficiamos de ese sistema”, sostiene.
En Dear White People abundan las discusiones interesantes pero la que argumentan con más gusto es la descripción de su sistema de desventajas.
La segunda temporada, estrenada a principios de mayo en Netflix, tiene breves “viajes” hacia otras épocas de la universidad, cuando los académicos usaban pseudociencia para defender la superioridad blanca y, después, cuando la abolición de la esclavitud los obligó a educar a los hijos de la servidumbre.
Aún cuando la comedia juega con la idea de que la resistencia de Sam siempre está al borde de la paranoia colectiva, queda claro que esos no son recuerdos anacrónicos sino paralelismos.
Es como en el famoso cuento de Augusto Monterroso de una única oración que no alcanza para un principio ni para un final. Cuando despertamos, el racismo todavía estaba allí.