Resiento el hecho de que Kanye West no estuviera presente a mis 12 años, cuando les hablé de mis aspiraciones de vida a dos compañeros del colegio que no dejaron de reír hasta que me vieron cumplirlas. Pero celebro que cualquier persona de 12 años ahí afuera tenga la oportunidad de escuchar Good Morning y sentir que el mundo es suyo.
Es inevitable que ese discurso suene cajonero, porque vivimos en una sociedad que reprime a los soñadores y luego los celebra cuando llegan a la cima. Les pasa a deportistas y a economistas por igual. Les pasa a los que no le permiten a nadie gobernar sus vidas. ¿Pero qué sucede cuando alguien llega a la cima y no está conforme y quiere más? Los volvemos a bajar. Ese es Kanye.
“La peor cosa es decirle a alguien ‘loco’. Es despectivo. ‘No entiendo a esta persona, entonces está loca’. Eso es basura. Esa gente no está loca. Es gente fuerte en un ambiente que tal vez es un poco enfermo”, manifestó en algún momento el comediante Dave Chappelle, hablando sobre su experiencia, similar a la que West ha vivido recientemente.
No podemos negar que el rapero ha cometido su buena cuota de errores, pero el nivel de atención ha generado la típica oleada de odio que no nos deja ver nada claramente. ¿Por qué publicamos decenas de notas acerca de sus errores pero no hablamos sobre su música o su charla en la Universidad de Oxford?
La semana pasada, cuando West fue a esa institución académica, su discurso finalmente encontró la elocuencia que tantas veces le faltó. “No debería existir un suéter de $5.000. ¿Saben qué debería de costar $5.000? Un carro. ¿Y saben quién debería hacer el carro? La misma gente que hace los carros de $500.000”, dijo ese día. “El mejor talento del mundo debe trabajar para el pueblo. Podría pelear por este concepto al frente de cualquiera, porque yo tenía 14 años y era de la clase media; yo sé cómo se siente no tener lo que ahora tengo”.
Kanye West se levanta todos los días con ganas de mejorar el mundo, por más patético que esto suene para quienes no sueñan. Hace un año, todavía se veía a sí mismo como el niño de Chicago que subió escalones desde la clase media hasta el tope del mundo, solo para no conformarse nunca. “Sigo soñando en voz alta. Sigo tocando la puerta. Las puertas pueden ser más pesadas, pero prometo que las derribaremos”.
No existe un solo disco de Kanye West que no haya partido las aguas de la música hip-hop y de la cultura occidental. No hay tantos artistas capaces de crear obras que definan el futuro de sus escenas casi que instantáneamente. Aún así, Kanye no está contento con lo que ha logrado, porque quiere más.
Lo que es peor: muchos quisieran verlo muerto, solo porque insultó a un artista al que sí respetan, sin darse cuenta de que ese artista al que tanto aman también adora a Kanye –su persona, sus ideas y su música–, al tipo que canta sobre trabajar duro e inspira a sus fans a luchar por sus sueños, a tomar sus propias decisiones y a no dejarse caer nunca por el peso del mundo.