De un grafiti a un reclamo en redes sociales, la percepción de que La Nación y otros medios de comunicación mienten, en lugar de decrecer, va en auge. Esto es motivo de celebración y de lamento.
Por un lado, es fundamental para el ejercicio de la democracia y la libertad de expresión que la ciudadanía analice, juzgue y fiscalice el trabajo de la prensa, porque al igual que los demás aspectos de la vida pública el periodismo ha de ser objeto de discusión, siempre.
En años recientes, este espacio de opinión de la Teleguía buscó hacer crítica mediática, sin que ello significara hacerse de la vista gorda con los errores de La Nación y sus medios aledaños.
Que este periódico tenga crítica y autocrítica genera dilemas internos, pero jamás vino un jefe a decir qué opinar o a quién criticar. Para estos columnistas, el salario y la estabilidad valen menos que la negativa a la censura.
Si La Nación (un medio histórico, poderoso y cuestionado) tiene un espacio para reflexionar sobre su labor y la de sus colegas, lo mismo debería de suceder en otros espacios de opinión, desde redes sociales hasta medios alternativos –o, bien, tradicionales–. Nunca será “demasiada” crítica a la prensa.
Pero, por otro lado, frases como “La Nación miente” pueden ser peligrosas para el buen juicio, en el tanto suponen y meten dentro de una caja a personas cuyos pensamientos son autónomos y cuyas decisiones son independientes.
Si partimos de que La Nación o Teletica o CRHoy mienten, y que todas sus informaciones venden gato por liebre, estamos desestimando el trabajo de periodistas que no juegan a ese juego.
Cosas por criticarle a la prensa las habrá todas las semanas, pero como público debemos de tener cuidado con la propaganda, desde todos los frentes.
Así como la línea editorial La Nación durante el TLC pudo considerarse propagandística, el lema “La Nación miente” también lo es. Ambos son mensajes políticos que dividen, generalizan y juegan con las emociones de los que también importan: el público (y los periodistas también somos parte de la sociedad; pagamos el fisco, vemos noticias y somos seres políticos).
Cuando aceptamos frases tan fáciles y comunes sin analizarlas, se vuelven evidentes nuestros problemas de comprensión de lectura. Si pensamos que todo lo que dice un medio es mentira o alimenta una idea, y decidimos no consumir su contenido, nos privamos de la oportunidad de criticarlo, pues sería juzgar algo que no conocemos.
Por esto en las clases de periodismo vemos a estudiantes que le achacan a los medios su falta de cobertura sobre un tema importante, pero una búsqueda en los archivos de los medios revelará que el contenido sí existió, pero pasó inadvertido, a las sombras de algún titular llamativo o algún escándalo que arrestó nuestra capacidad analítica.
Otros ejemplos de esta contradicción con la que se mira a la prensa son las columnas de opinión –como esta–, aplaudidas por algunos sectores cuando rezan lo que para ellos importa, pero vapuleadas por los mismos cuando las críticas los encuentran por aludidos.
Es extraño que si una opinión progresista sale en La Nación, los vítores son para quien la escribió; pero si un texto critica algo aparentemente progresista, toda la culpa es del medio.
Huelga decir que debemos separar las opiniones individuales de los medios que las publican, y leerlas solo como opiniones, con las que a veces coincidiremos y en otras disentiremos.
Criticar a la prensa es justo y necesario, pero debemos ser consecuentes entre lo que le reclamamos a los medios, lo que decidimos ver y las alertas que encedemos cuando gritamos al aire discursos que parten de la generalización, como decir que "La Nación" miente".
‘Zapping’ es una columna de opinión de la revista ‘Teleguía’, de La Nación, y como tal sus contenidos no representan necesariamente la línea editorial del periódico.