Escribo estas líneas cuatro días antes de que se publiquen, los mismos cuatro días que faltan para que HBO emita el capítulo final de la sexta temporada de Game of Thrones. Heme aquí, preso de una extraña nostalgia: la que precede al final de los ciclos.
Este sexto año ha estado marcado por esa misma sensación desde el principio. Tan pronto se estrenaron los nuevos episodios comenzaron a correr los rumores de que al programa solo le quedan dos temporadas, y que serán más cortas de lo usual.
Esto sumado a lo ya dicho: la primera temporada en la que la historia sobrepasa la contada en los libros de George R. R. Martin; una temporada marcada por reencuentros y resoluciones, por dragones adultos y batallas para el recuerdo.
Todo ha contribuido a marcar un decidido aire de rápido –bueno, más o menos– avance hacia el final, y heme aquí preso de la nostalgia. Es lo que pasa con las grandes historias, sean contadas en forma de series de televisión, de películas, de libros, de videojuegos: queremos, sobre todas las cosas, conocer el final, sin percatarnos de que eso implica también despedirnos de personajes y situaciones que hemos aprendido a amar.
Durante ya seis años –¡más de la mitad de una década!– hemos querido saber qué pasará en Westeros. Qué pasará cuando Daenerys finalmente cruce el mar. Cuando sepamos quiénes son los padres de Jon Snow. Cuando los White Walkers lleguen al Muro.
Con buena razón nos hemos sentido frustrados en varias ocasiones porque la historia parece estar un poco estancada, el arco narrativo de la serie negándose a avanzar a buen ritmo. Hace tan solo un par de semanas llevábamos a redes sociales la ira ante giros narrativos que no parecen ser más que relleno para la trama.
Sin embargo, ahora que estamos a pocos días –cuando esto se publique, serán horas apenas– de presenciar la conclusión de la sexta temporada, no puedo evitar la nostalgia de pensar en un futuro sin la serie Game of Thrones.
Si comprendemos la serie como una sola larga historia, y si en verdad quedan solo dos temporadas más, entonces estamos a punto de presenciar el giro del tercer acto. Después de este, solo quedarán la resolución del clímax y la conclusión. Así funcionan todas las historias del mundo.
Siendo este el destino que nos espera, en el futuro es posible atisbar un domingo de mayo sin Game of Thrones , una vida sin episodio nueve, un almuerzo en el trabajo sin discutir las teorías de cada uno.
Henos aquí, presos de la nostalgia.