Tan pronto terminé de ver el primer episodio de Luis Miguel: La serie crucé de Netflix a Youtube para algo que no hacía desde hace más de 15 años o más: ponerle atención al video de Cuando calienta el sol.
Así lo conté hace una semana ante una pequeña pero comprometida audiencia que se juntó en el bar El 13, en San José, para un foro sobre la serie. Sí, a ese punto hemos llegado desde que el servicio de streaming estrenó esta serie que se ha vuelto ineludible: desafiar un diluvio de viernes en la noche para juntarnos con otras almas que comparten nuestro odio contra el desgraciado de Luisito Rey.
En la larga lista de éxitos de Netflix, Luis Miguel: La serie es una feliz anomalía, pues por primera vez esa plataforma cuenta con un programa que es tema de conversación, debate y cobertura permanente. Piénselo: por más que nos gusten Stranger Things, 13 Reasons Why o Club de Cuervos, la mayoría de sus seguidores devoran la temporada completa en menos de una semana y luego pasan a otra cosa. El modelo de Netflix de lanzar todos los capítulos un mismo día apuesta más a la expectativa y al golpe fulminante.
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Con la serie de Luismi las circunstancias obligaron a que los episodios se liberen de uno en uno, luego de su emisión por Telemundo. Este modelo no es nuevo en Netflix, pues ya antes ha establecido tratos con otras cadenas de televisión para incluir en su oferta títulos a un ritmo semanal, una vez que se estrenan en cable o señal abierta, como sucede con Better Call Saul o Designated Survivor.
Sin embargo, Luis Miguel: La serie logró colocar a Netflix en un escenario en el que ya pocos logran competir: las discusiones semanales de fanáticos. En los últimos años, solo titanes como Games of Thrones y The Walking Dead –aunque esta última va en caída libre– despertaban pasiones capaces de mantener vivo el debate toda una semana, mientras llega el próximo episodio.
Sin duda que el mayor beneficiado de este fenómeno de masas es el mismo Luis Miguel. De repente, Micky vuelve a ser relevante, a ser el referente. Él, que en tiempos recientes era noticia por el sobrepeso, por sus líos financieros, por su pésima paternidad, por sus conciertos cancelados, recuperó el control de su narrativa. Él, que nunca grabará con reggaetoneros ni volverá a producir un éxito capaz de conquistar a los niños y adolescentes que escuchan Radio Disney, está de vuelta en el juego.
Luis Miguel revela en su serie lo que quiere, y con eso nos conformamos. El artista uso el programa no solo como un bálsamo a sus finanzas, sino también como su canal “oficial” para consolidar una versión única de una vida de la que se especuló siempre. Gracias a él, Luisito Rey tiene ahora puesto fijo en los listados de los villanos más sádicos y los peores padres de la televisión (al parecer bien merecidos, sin que nos importe que el señor ya no tenga voz para defenderse. Es problema suyo).
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Es indiscutible que Luis Miguel volverá pronto a los escenarios de América con una gira ambiciosa, y que mucho de su repertorio incluirá aquellos éxitos viejos que la serie ha vuelto a poner en circulación. No es casualidad que el playlist oficial de Luismi en Spotify empiece ahora con Culpable o no, canción cuyo trasfondo es la materia prima del episodio cuatro.
Hoy, mientras veámos el aguardado nuevo capítulo, pidámosle a la providencia por más Cadetes Tello en el mundo.
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Esta es una columna de opinión de la sección de televisión de La Nación, y como tal sus contenidos no representan necesariamente la línea editorial del periódico.