Cuando la vida es plena no hay héroes; y cuando el estilo de vida es bueno no existe la idolatría. Esas quizá no sean las opiniones más populares pululando en el aire, pero muchos de los que se han cuestionado la necesidad humana de seguir a líderes han arribado a una conclusión similar: el peso de la existencia es más liviano sin dioses, sin íconos, sin héroes, sin ídolos.
La humanidad ha concordado –inconsciente y colectivamente– con esa línea de pensamiento en algunas etapas de su existencia, porque ese es un cordón que eventualmente se tiende a romper; una burbuja que todos en el fondo sabemos que va a estallar; un accidente que puede suceder en cualquier momento.
La era moderna vino aderezada con la cultura del espectáculo –una de las más efectivas formas de adormecer a la sociedad, para que nadie se dé cuenta de que se lo están llevando entre las patas– y la factura que recibiremos por ello –muy acorde a las épocas– la saldaremos a pagos.
La revolución que se aproxima no será material (del tipo quememos todo), sino ideológica. Una a una, desmenuzaremos a todas las deidades para volver a creer en nosotros mismos; en ese conjunto de átomos que, si se lo proponen, pueden explorar el espacio en comunión.
Durante muchos años nos hemos encomendado a prototipos humanos manufacturados para satisfacer nuestros vacíos. Hemos visto para arriba a quienes nos han inspirado mediante el arte, y aunque siempre nos recomendaron separar la actuación de la realidad, a la postre le otorgamos el papel de la ejemplaridad a muchos personajes de ficción.
Incapaces de cuestionar el poder moral, mediático y social que le dimos a las celebridades, condonamos sus acciones porque le permitimos al mundo que nos trate distinto a las personas importantes.
Pedimos justicia cuando conocemos la verdad de estas personas (que es que son humanos), sin todavía comprender que la justicia la haremos sumando estas experiencias para la construcción de un mundo tan bien estructurado que los tótems serán –al igual que casi todo lo que nos venden– necesidades inventadas. Pero pronto caminaremos los senderos que nos llevarán al mundo libre de la verdad.
Por ahora, vivimos en un velorio de paladines que resultaron ser fiascos, Bill Cosby siendo el ejemplo más reciente de ello: un comediante que formaba parte de la familia extendida de millones de humanos, a quien más de 15 mujeres acusaron en semanas recientes de abusos sexuales cometidos durante más de cuatro décadas. Nos da miedo su pedantería al no querer referirse al tema, nos da miedo que lo que se dice de sus artimañas sea verdad; tememos la caída de un héroe.
No más miedo: dejémonos inspirar por quien sea, en donde sea, pero no olvidemos nunca que nuestras musas son tan frágiles como nosotros, y que cuanto menos idolatremos a unos cuantos mejor será nuestro trato para con todos los demás seres con los que compartimos este planeta, sus frutos y su futuro.