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Zapping: Se llama violación
Los únicos problemas que existen son los que tienen nombre. En 13 Reasons Why , una de las series que estrenó Netflix la semana pasada, los problemas que acosan a la protagonista suicida llevan el nombre de la amiga traicionera, el profesor indiferente, el compañero que la viola.
Sin ánimos de sacarles spoilers , en el último mes, he visto dos series que lidian con las consecuencias de agresiones sexuales hacia mujeres.
La última que vi fue 13 Reasons Why, adaptación de una novela juvenil corta que se publicó en el 2007 y que, en su momento, llegó al país para ser aplastada entre ejemplares de Crepúsculo.
La segunda historia que vi es Sweet/Vicious, una aventura de “súper héroes” que MTV estrenó en Estados Unidos el año pasado.
De esa, desconozco cómo sorteó la censura de sus productores ejecutivos porque presenta sanguinarias torturas en manos de dos muchachas admirablemente atléticas que, como Batman, ajustician las violaciones de su campus universitario por las noches.
Reviso las dos historias y las veo idiosincráticamente estadounidenses.
Ambas nacen durante un periodo efervescente de discusiones sobre género y, dentro de ellas, se unen a una conversación más focalizada en la inseguridad sexual de las mujeres jóvenes en sus centro de estudios.
Siempre es difícil traducir esos sentimientos a la realidad criolla porque experimentamos momentos culturales muy diferentes.
En 1999, la masacre de Columbine abrió un diagnóstico público sobre el acceso de los civiles estadounidenses a las armas de fuego y, con él, explotaron discusiones sobre la falsa sensación de seguridad –física y emocional– que viven las secundarias de ese país.
Definitivamente, las historias de violación en colegios y universidades se unen también a debates más actuales sobre el bullying adolescente y la desigualdad que enfrentan los hombres y las mujeres que, en sana teoría, estudian en las mismas condiciones.
Estos son debates que apenas se han asomado al pensamiento latinoamericano. La mayoría de chispazos de discusión provienen de los mismos discursos estadounidenses y son reproducidos por quienes consumimos medios internacionales (peor si no los contextualizamos a nuestra realidad).
No es por falta de historias que no tenemos un reflejo narrativo de la violación. No en vano tuvimos Password (2002) en el cine y brevemente, a La cualquiera (2014) en la tele.
Argumentaría que ni siquiera tiene que ver con plata aunque ya ni a las industrias audiovisuales más desarrolladas –México, Brasil– les sobra.
De forma más abstracta, tiene que ver con la claridad parar nombrar los problemas. Detrás de la violencia sexual que vimos pasar anónima en telenovelas o detrás de su supresión total, se escuda el mismo monstruo: se llama violación y tenemos que aprender a identificarla y escribirla.
*Esta es una columna de opinión de la revista Teleguía, de La Nación, y como tal sus contenidos no representan necesariamente la línea editorial del periódico.