
Con el propósito de urdir una travesura que adereza las líneas del pentagrama con una obra musical histórica, hace varias semanas Manuel Francisco Jiménez Navarrete viajó con su esposa, Ana Elena Salazar Luconi, a Costa Rica, provenientes de Alabama, Estados Unidos, donde residen, a la casa de su madre, Flory Navarrete Ortiz, en el barrio Pilar de Guadalupe, Goicoechea.
El plan de visita y “travesura” era interpretar en un solo de guitarra el vals Flory, composición del recordado maestro Jesús Bonilla Chavarría, quien creó y dedicó esta obra a Flory en diciembre de 1953, cuando ella tenía 18 años de edad. En aquella ocasión la orquesta de Gilberto Murillo estrenó el vals en el Club Unión con motivo de la graduación del grupo de bachilleres del Colegio Nuestra Señora de Sion, al que Flory pertenecía.
Gloria de la música nacional, autor de creaciones como He guardado, Luna liberiana, Pampa y el Himno a la Anexión del Guanacaste, entre otras, don Jesús Bonilla concibió y escribió este vals destinado para orquesta y no para guitarra, de modo que la partitura inicial consta de un arreglo para banda con escritos para piano, sax alto, sax tenor, trompeta, cornetín, trombón y contrabajo.
Médico de profesión, lector incansable, idealista, estudioso de biografías de personajes que cambiaron el mundo y gran admirador de su madre, Manuel Francisco es también un experimentado bajista, vocación que desarrolló desde la niñez y adolescencia cuando formó parte del Clan de Mamá, junto con sus hermanos Marianella, Jorge Arturo y Alfonso Jiménez Navarrete, los cuatro hijos de doña Flory y don Manuel Jesús Jiménez Chavarría, de grata memoria.
LEA MÁS: El maestro Jesús Bonilla
La “travesura” –en realidad, el desafío— que afrontó Jiménez Navarrete consistió en adaptar la pieza orquestal a la guitarra y sorprender a su progenitora. En función de su cometido, estudió a fondo la partitura original -cedida gentilmente por Jenny Bonilla, hija de don Jesús Bonilla-, y ensayó durante meses su ejecución solitaria, proceso en el que contó con el invaluable apoyo de Jorge Salazar Luconi, diestro intérprete de las cuerdas.
Luego del prolongado tiempo de ensayo, minucioso y detallista, como suele ser, Manuel Francisco optó por sufragar una suma extra de dinero y traer su propio instrumento y, con tal de que no sufriera el menor rasguño ni alteración en la sonoridad, la guitarra viajó al lado de Manuel Francisco y Ana Elena, en asientos que ocuparon los tres en el avión: el intérprete, su esposa y esa mítica dama de alma y madera que se toca tan cerca del corazón.
Sobremesa de sentimientos
Después del café vespertino en la residencia de los Jiménez Navarrete, familiares y varios cómplices de la sorpresa que se acercaba, nos congregamos en la sala de la casa, donde a lo largo de tantos años ensayó el Clan de Mamá sus propuestas bailables y todavía reciben lecciones de canto, guitarra y piano, discípulos (as) de la maestra Navarrete.

Silencio, curiosidad, expectativa. Posiblemente, por la mente de doña Flory no pasaba otra impresión que la del arranque de una velada colectiva con canciones de todo tipo. Sin embargo, fue Manuel Francisco quien tomó la guitarra. Pausa, inquietud, nerviosismo. Las primeras notas del vals instrumental crearon paulatinamente una especie de alquimia entre las vibraciones de las cuerdas de nylon y las fibras en cada espíritu. En lo ignoto, se percibía el genio creador de Jesús Bonilla; en el entorno inmediato, la emoción contenida y el semblante de gratitud de una mujer ejemplar. Al concluir la magistral interpretación del artista, en medio de aplausos y lágrimas, presenciamos el abrazo entrañable de Manuel Francisco, Marianella, Jorge Arturo y Alfonso con doña Flory, en el centro de la sala.
Aunque han transcurrido varias semanas del acontecimiento en mención, esta crónica de una travesura se publica hoy, 27 de abril, fecha del cumpleaños 89 de Flory Navarrete, la musa que inspiró un vals que lleva su nombre.