En el Paseo de los Turistas, en Puntarenas, se puede disfrutar de un platillo que sabe mejor entre la brisa del mar y el sol radiante: el vigorón.
Envueltos en una hoja de árbol de almendro, con repollo, yuca, chicharrones, pico de gallo (también conocido como el chimichurri) y adicionales de vinagreta o chile, los vigorones son un símbolo de la gastronomía puntarenense.
Así prepara los platillos Eda Soto Jirón, quien sale todos los viernes, sábados y domingos a vender su receta familiar, en un puesto que ha mantenido por 29 años.
A sus 62 años, sin excepción, la cocinera se levanta a las 4 a. m. para preparar cada uno de los ingredientes. Procura que todo esté fresco para mantener su calidad y fortalecer el lazo con sus consumidores, quienes vuelven una y otra vez a probar sus platillos.
“Todo acá es fresco; la yuca, la carne, el tomate. Nada tiene que venir añejo porque yo cuido a mis clientes, para que no les agarre dolor de estómago o se enfermen por mala manipulación de alimentos (...). El que lo conoce, sabe que es bueno. Se lo come una vez y lo vuelve a probar”, comentó la cocinera.
Desde que llega al Paseo de los Turistas y comienza a vender los vigorones, a eso de las 10 a. m., Soto permanece en su sitio hasta que se le vendan todos sus productos o hasta que termine la noche.
Amor por la calidad y cuidado en la cocina
Si bien es cierto que los vigorones se encuentran en decenas de puestos a lo largo de todo el Paseo de los Turistas, con precios que van desde los ¢2.000 hasta los ¢3.500, el puesto de doña Eda sobresale por su preparación, amabilidad y limpieza.
De acá viene su prioridad en la cocina: tener el mayor cuidado con los alimentos. Por ello es que, siempre, utiliza una malla para proteger su cabello, múltiples paños para no dejar la comida al descubierto y una taza para enjuagarse las manos cada vez que entra en contacto con un nuevo ingrediente.
Además, Soto nunca toma el dinero que hace de las ventas de los vigorones, para no contaminar la comida. Para esto cuenta con el apoyo de Brittany Palacios, de tan solo 16 años, quien recibe las ventas y aprende del negocio de la mano de doña Eda.
La cocinera porteña también mantiene una gran pasión y cariño por la cocina. Así es como ha llegado a vender hasta 100 platillos por día, en un negocio que mantiene vivo desde 1994.
“La verdad, a mí me gusta mucho mi trabajo. Me gusta hacerlo con amor y que se vea el aseo. Que se note la limpieza en mi cocina para traerle la calidad a los clientes”, agregó Soto.