Aquel 15 de setiembre de 1993 fue un día feliz para el escultor Ólger Villegas. Después de dos intensos años, en que hubo muchas alegrías e incontables sufrimientos, por fin se inauguraba el Monumento a las Garantías Sociales. Recuerda el discurso de Rafael Ángel Calderón Fournier –entonces, presidente de la República–, los espectadores emocionados, lo bonito que fue; recuerda, por supuesto, su satisfacción y orgullo.
Con una inversión de ¢60 millones, el conjunto de nueve esculturas en bronce –organizadas en tres grupos– conmemoró el quincuagésimo aniversario de la promulgación de la Garantías Sociales. En lo alto de una fuente, que nunca llegó a funcionar, se ve al doctor Rafael Ángel Calderón Guardia, acompañado por un universitario –representación de la Universidad de Costa Rica– y un campesino con machete en mano –alusión al Código de Trabajo–. Un poco más abajo se halla una familia: una mujer amamanta a un niño apoyada sobre el hombre; este grupo trata acerca de la fundación del Seguro Social. Abajo, los trabajadores (madre, padre e hijo) levantan una columna de lo que será su casa; es el derecho a la vivienda digna.
Al principio, Villegas, escultor ramonense que vive desde hace décadas en Heredia, pasaba a menudo por aquel lugar, incluso cuando no le quedaba de camino, solo para contemplar su obra. El conjunto era imponente y el jardín alrededor estaba perfectamente cuidado: esmerados verdes salpicados con flores de colores.
Tras unos años, el descuido comenzó y el artista evitó la rotonda. La desidia le dolía… La desidia le duele.
Este setiembre, 25 años después de la inauguración, una tragedia vuelve los ojos del país sobre este punto neurálgico de la Circunvalación. La madrugada del domingo 23, Óscar Luis Vega Ruiz, de 33 años, murió al estrellarse contra el monumento; el tercer choque allí en menos de un años, el primero en que se perdió una vida. En el accidente, además, el conjunto escultórico de la familia que erige su vivienda resultó seriamente dañado: la del hombre perdió el brazo derecho, y la de la mujer tiene un golpe en brazo y hombro; ambos muestran agrietamientos en el bronce.
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Tras pensarlo unas horas, el ganador del Premio Magón 2010, máximo galardón que entrega Costa Rica a una vida dedicada al arte, accedió a visitar la obra y afrontar la mezcla de sentimientos que le produce el estado del primer monumento que hizo. Ida y vuelta a su casa herediana, un hogar lleno de piezas de sus amigos artistas y trabajos propios, la travesía duró unas horas de un miércoles de huelga, pero abarcó una vida entera: sirvió para recordar la historia no escrita del conjunto escultórico, repasar fragmentos de su vida y asimilar la grave situación de su creación.
La historia del Monumento
Los 20 kilómetros que separan su casa del Monumento a la Garantías sirven para modelar la historia de esa obra, que comenzó mucho antes de que Calderón Fournier llegara a la presidencia de la República, el 8 de mayo de 1990.
A finales de la década de los años 70, Ólger Villegas ya tenía una bien ganada fama como escultor y como maestro de artes plásticas en diversas instituciones. De hecho, en esos años ganó dos de los tres premios Aquileo J. Echeverría que suma en su carrera: uno en 1975 y otro en 1979.
Su don para los retratos era admirado de boca en boca y sus dibujos de Francisco Orlich y la cabeza de Otilio Ulate lo acercaron a las esferas políticas costarricenses y a Calderón Fournier, ministro de Relaciones Exteriores entre 1978 y 1980. “Un día se me ocurrió visitarlo y proponerle un posible monumento de Calderón Guardia. Él me dijo: ‘Si algún día se puede, vos le vas a hacer el monumento a mi papá’”, cuenta Villegas, a quien no se le escapa subrayar que el desánimo lo atrapó al llegar a su casa y le dijo a su esposa, Mayela: “Son puros proyectos”.
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La idea durmió más de una década y la revivió el propio hijo del doctor. “Un día me llama Rafael Ángel y me dice que había la intención de hacer un monumento a su papá, a las garantías sociales, que quería que yo lo hiciera. Fue una conversación preliminar; me dijo que me pusiera de acuerdo con Rina Contreras, quien estaría a cargo de la obra”, rememora aún con emoción.
La primera propuesta era un enorme conjunto escultórico de 16 figuras, en que se incluía no solo a Calderón Guardia, al universitario, al campesino y a las dos familias, sino también a Manuel Mora, a Víctor Manuel Sanabria y a otros protagonistas de las reformas sociales logradas en los años 40. La idea era ambiciosa y muy costosa. El diseño íntegro no prosperó –le dijeron al artista que no había suficiente dinero– y, al final, decidieron hacer las nueve esculturas que vemos hasta la actualidad.
Mientras el gobierno de Calderón Fournier recogía los ¢60 millones requeridos para el trabajo, por medio de la Asociación de Seguridad y Embellecimiento de Carreteras Nacionales (Asecan), ya que una ley la facultó para recibir aportes de instituciones públicas, Villegas estaba trabajando durísimo, “como un loco”, en tres fundiciones en México. Fueron dos años de intenso corre-corre entre talleres ubicados en diferentes partes de ese país –su segunda casa, donde creció como escultor de la mano de grandes maestros–, fueron dos años en que acumuló muchas experiencias. “Fue una época increíble, llena de cosas desagradables, pero también de momentos muy bonitos, de gran aprendizaje. Ese fue mi primer monumento, una experiencia inolvidable”, dice.
Cuando estaba por entregar la obra, la vida lo sacudió: su madre estaba gravemente enferma y él ni siquiera podía dormir en paz del susto de que una llamada le anunciara la muerte de su progenitora. Después de que su padre (maestro y calderonista) desapareciera en la guerra de 1948 –“nunca apareció, nunca supe dónde lo tiraron”–, doña Edelmira, su mamá, dejó San Ramón con toda su prole y se vino a buscar plaza como maestra a San José; aquel giro del destino los llevó a Alajuelita. Posteriormente, vinieron los años en que él afinó sus conocimientos en escultura con Manuel Zúñiga y Néstor Zeledón Varela, y comenzó a estudiar en Bellas Artes de la Universidad de Costa Rica.
Su madre murió el 13 de junio de 1993, cuando él ya estaba en suelo nacional, en una misa dominical.
Los dramas no acabaron con el arribo al país de las esculturas; algunas sufrieron por el inadecuado embalaje, en especial el bronce del doctor Rafael Ángel Calderón Guardia que llegó con una mano desprendida; aquí fue soldada, cuenta el artista.
El 15 de setiembre de 1993, como parte de la celebración de los 172 años de vida independiente, Calderón Fournier inauguró el Monumento a las Reformas Sociales –nombre en la tarjeta informativa que repartió Asecan– con la obra de Villegas y el diseño arquitectónico de la rotonda y de los jardines a cargo del arquitecto paisajista Carlos Jankilevitch como un homenajea a la figura de su padre. En su discurso, el mandatario recordó que la promulgación de las garantías sociales dividió la historia social y política de Costa Rica en un “antes y después de la gran reforma social pacífica”. Recope, el Instituto Nacional de Seguros, el Banco Agrícola de Cartago y el Banco de Costa Rica pusieron dinero en el proyecto.
Aquel 15 de setiembre fue un día feliz para Villegas, este 26 de setiembre, en cambio, fue doloroso, desalentador. Pasó un cuarto de siglo y se nota.
“No es justo que un trabajo así sea desechado”
Cuando Ólger Villegas llegó al conjunto escultórico dañado en el accidente, se apresuró a observar cuidadosamente las lesiones en las figuras de bronce. Ya suficientemente cerca, acarició el metal tibio. Fueron apenas unos segundos; era el reencuentro.
En su voz, el recuento de los daños se mezcló con las remembranzas sobre la creación del conjunto. Y allí, al pie de la obra, acompañados por el zumbido constante de los carros que no cesaban de tomar la rotonda, confesó que el grupo escultórico de en medio es un poco más pequeño que los otros dos. “Fallé en la escala”, reconoce.
Su mirada vuelve a los bronces dañados y dice: “Están gravemente heridas. Además del problema en el brazo (en el trabajador de la vivienda digna), se torció hacia adentro la estructura interna que soporta la escultura. Esta restauración será muy cara y debe hacerla alguien que verdaderamente conozca y sepa lo que está haciendo; no es cualquiera”.
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Con sus 84 años caminando por la orilla de la base del grupo, también movida por el impacto del auto, llegó al otro lado. “¿Vieron este niño? ¡Qué hermoso! Tiene como nuestro tamaño”, expresa con emoción.
Sus manos encontraron grietas en el metal, donde la soldadura que unía las diferentes piezas cedió ante el golpe. Las señalaba y seguía su evaluación. “Me atrevería a decir que casi es mejor hacerlo de nuevo. Sin embargo, ya el restaurador dirá; cada quien en su profesión”.
¿Asesoraría o participaría en el proceso de restauración que será necesario? “Participaría como asesor. Ya uno no es un chiquillo de 18 años, ya lo viste. Todavía tengo vitalidad, aunque también una serie de limitaciones físicas propias de la edad”, explica mientras volvía a ver, con orgullo, al doctor Calderón Guardia, al campesino y al universitario. “Esa figura me costó un bigote”, agrega entre risas.
“El abandono en que ha estado este monumento no es de ahora, tiene muchas administraciones. Al principio estaba espléndido; el abandono empezó tiempo después de que se inauguró. Ver esta obra tan abandonada me genera una sensación de frustración. Es muy difícil describirte la gama de sentimientos encontrados que tengo. Siento menosprecio hacia la obra”, afirma el artista.
Villegas no entiende cómo el país ha descuidado durante tanto tiempo un trabajo que recuerda uno de los hechos más relevantes en nuestra historia, que recuerda al doctor Calderón Guardia al cual le guarda especial respeto. “No sé qué pensar. Ojalá que sí lo vayan a restaurar. No es justo que un trabajo así sea desechado; no es justo”.
En medio, le viene un pensamiento que lo enoja: una vez, asegura, lo pintaron. “Pintaron el bronce. ¿Puede creerlo?”. Por eso, insiste mil y una veces en que debe ser un buen profesional en el campo de la restauración.
De regreso a su casa, no paramos de conversar. ¿Ha sido muy duro envejecer? Para responder recurre a un dicho mexicano: “El espíritu no muere, el cuero es el que se arruga”. Ha sido un proceso difícil de asimilar y triste en ocasiones porque siempre quiere estar al 100%, pero ya no es lo mismo. “He perdido un poco la visibilidad, pero uso más el compás y el plomo mientras estoy trabajando para que todo esté correcto. Antes no necesitaba nada de eso: tenía mirada de águila llanera”.
¿Qué pasó después del Magón? El escultor reconoce que fue una alegría enorme sentirse compensado por el trabajo de toda la vida en el arte; sin embargo, le llegó “un pero” inimaginado. “Vino una época en que nadie me buscaba. Como que me olvidaron y me entró una gran frustración. Sentí que me habían pensionado. Yo no me dejé y seguí trabajando, seguí peleando. Yo le pido al divino creador energía, sentirme feliz, sentirme capaz porque yo quiero seguir trabajando”.
Y es cierto; él sigue trabajando: está modelando sueños que, si se los encargan y compran, lod pasará al bronce. Este último miércoles no fue un día feliz para Ólger Villegas, pero sí uno en que recordó que ha esculpido su camino con alegrías, dramas, tristezas, experiencias enriquecedoras y muchas anécdotas.