no importa la edad que uno tenga,
lo que cuenta son las experiencias que haya tenido.
Alguien puede llegar a los cien años
sin haber tenido una sola experiencia
Kazuo Ishiguro
Como tantos otros buenos libros, El sonido de los cuerpos al bailar: Danza Universitaria 1978-2018, comienza por el final. Allí su autor, Alexander Jiménez, narra lo que podríamos llamar una escena de iniciación.
“En febrero de 1978 –escribe Jiménez– yo era todavía casi un niño y comenzaban las fiestas de Nicoya. Al final de la madrugada, mientras dormía en la casa de abuela Mercedes, me despertó una fuerte mezcla de gritos e instrumentos (…). Así que me levanté, abrí la puerta, y pude ver cómo, detrás de los músicos, avanzaba bailando casi todo el pueblo Y detrás del todo, cerrando aquella procesión pagana, venía el resto de mi familia (…). Venían saltando, cantando, gritando, abrazándose, como jóvenes dioses, bellas, bellos, ebrios, felices de estar juntos. Yo también fui feliz viéndoles bailar. Ese día, sin saberlo, comenzó mi fascinación con los carnavales y la danza. Ahí quizá comencé a descubrir el sonido de los cuerpos al bailar”.
Este episodio irrumpe a lo largo de El sonido de los cuerpos al bailar en más de una manera.
En primer término, la misma escena iniciática recorre el texto en la voz de muchos de los bailarines y bailarinas de Danza Universitaria. También ellos (a través de viñetas cuidadosamente distribuidas que, junto a una colección de sobresalientes fotografías, completan el texto) revelan el azoramiento de sus primeras veces frente a la danza. Muchas veces estos bailarines, arrebatados por una mirada infantil, refieren con fruición esa suerte de encantamiento que sintieron cuando Danza U llegó a sus vidas.
En segundo término, aquella madrugada de 1978 resulta central en el libro por cuanto Danza Universitaria aparece retratada siempre a partir de aquella mirada fascinada. En lugar de construir “un documento académico tradicional” para especialistas y minorías, Jiménez traza el retrato de esta compañía a partir de una devoción celebratoria.
Si los textos académicos tradicionales están signados por sus impostadas tomas de distancia respecto del objeto que estudian, acá lo que tenemos es más bien la radiografía de un objeto amado que, precisamente por esa condición, se alcanza a ver más y mejor.
Dicho de otro modo, El sonido de los cuerpos al bailar no quiere ser el espejo de una historia que, de todos modos, se resiste a la mirada aséptica del observador imparcial. El libro es, antes bien, el dibujo de un niño al que la misteriosa mezcla de la música y el sueño le abriera alguna vez un mundo.
Un texto ornitorrinco
¿Es El sonido de los cuerpos al bailar un libro de filosofía de la danza? ¿O se trata más bien de la historia íntima de una institución? ¿Cabe pensar el texto como una etnografía o sería mejor decir que esta es la crónica de una compañía viajera?
Es probable que el libro sea, a la vez, todas estas cosas. Acorde con la naturaleza de la propia institución retratada, Alexander Jiménez se niega a hablar de Danza U desde una sola perspectiva o apelando a un solo registro. El sonido de los cuerpos al bailar resulta, en este sentido, un libro que contiene en sus entrañas muchos otros libros.
Aún así, Jiménez no aspira a presentar esta compañía universitaria agotando todas sus aristas. Su intento es, más bien, unir unos fragmentos que el destino de la propia compañía se encargó de separar.
Para ello, por cierto, ha hecho falta una sutil selección de métodos. Destaca, en este sentido, la recurrencia del autor a instrumentos propiamente literarios. A partir de esos instrumentos, Jiménez resuelve varios problemas y desafíos de escritura que comportaba el libro. El principal de ellos: cómo hacer caber tatas voces disonantes en un mismo relato.
Es así que el autor convierte a los protagonistas de esta historia real en protagonistas similares a los de las historias literarias: individuos ambiguos, contradictorios, que actúan sin saber a ciencia cierta lo que hacen ni adónde van. Es que solo la literatura podía hacer justicia a unos seres tan fantásticos como los que desfilan a lo largo de este libro. El sonido de los cuerpos al bailar narra así una historia que, organizada de otro modo, no habría resultado factible.
No es que Jiménez transfigure a los bailarines de carne y hueso en productos de su imaginación, sino tan solo que la única manera de hacer justicia al tamaño de los sueños de los protagonistas de esta historia, de devolverle a los actos de estos bailarines su justa dimensión, era haciéndoles pasar por el tamiz de la literatura. Y es así como en el brillo de las palabras, en ese esfuerzo de Jiménez por escuchar los sonidos de los cuerpos al bailar, se revelan las verdades, siempre precarias y en movimiento, de la historia de Danza U.
Las batallas inconclusas
Cierta tradiciones académicas tienden a comprender el pasado como el proceso mediante el cual se resuelven unas ciertas contradicciones. Este libro, en cambio, se aboca a historizar una institución que sigue gozando de saludables contrastes. Como escribe el autor, en Danza Universitaria “hay una batalla no resuelta por el sentido de[l] pasado. Y el futuro, antes de ser un horizonte totalmente abierto, va tomando formas más precisas”.
El sonido de los cuerpos al bailar se presenta, en consecuencia, como un texto que, antes que intentar resolver presuntuosamente complejas tensiones que han tenido lugar al interior de la Compañía de danza retratada, se dedica a trazar con mesura y precisión esas tensiones y a esbozarles sentido.
De ahí la vocación decididamente coral del texto. A saber: en el libro desfilan muchas voces, y en ellas se prolongan, como en un murmullo, muchas otras voces más. No podía ser de otra manera en una obra que intenta narrar unas peripecias colectivas: acá la voz cantante la llevan muchas voces. El lector puede sentir, a veces, que esas voces se trenzan unas con otras; también que chocan y arriban a puntos muertos. Lo notorio es cómo el autor logra dar con la música necesaria para que todas ellas encontraran un lugar dónde bailar.
Más aún: Jiménez consigue no ceder a la tentación de decretar un desenlace a una historia que aún no lo tiene. Es cierto que Danza Universitaria no posee un horizonte completamente abierto, pero precisamente en razón de los debates sobre su pasado que el libro cartografía, el lector sale del texto con una conciencia clara de los nudos y debates que estructurarán su futuro.
Nadie les quita lo bailado
La tensión central en la historia de Danza U remite al lugar de la creación dentro de la trama universitaria en la cual se ha movido la compañía. Se trata de un asunto que excede a esta compañía y que atañe a otros universitarios y funcionarios gubernamentales que, desde las letras, pero sobre todo desde las artes, riñen con lógicas institucionales que, a veces, parecieran incompatibles con el trabajo de crear.
La dicotomía posee cierto dramatismo, pues presenta dos alternativas con escenarios igualmente fatídicos: o permanecer en la institucionalidad cediendo a sus dinámicas burocráticas a cambio de cierta estabilidad y ciertas condiciones logísticas, o abocarse a procesos creativos con total independencia pero recursos precarios.
La historia de Danza Universitaria es valiosa, entre muchas otras cosas, por la forma en que consigue desestructurar esta falsa dicotomía. En otras palabras, Danza U fue, desde sus inicios, una criatura liminar que no se contentó con admitir pasivamente los lineamientos universitarios.
Desde su primer director (Rogelio López) hasta la actual (Hazel González), una conciencia sobre la capacidad de la danza de impactar la propia universidad recorre la historia de esta compañía. Danza U nunca se limitó a pensar qué ocurre con la danza cuando toma parte en la universidad, sino que siempre tuvo la inquietud de pensar también qué ocurre con la universidad cuando la danza toma parte en ella.
Resulta en este sentido valioso –en tiempos en los que la inversión en la educación superior pública se ha vuelto de pronto sinónimo de despilfarro– el modo en que, desde sus inicios, Danza Universitaria ha entendido el valor del baile como instrumento de transformación social y de desarrollo para las comunidades más vulnerables del país. A la vez, es significativo el que la UCR, con todo y las dificultades que han surgido en el camino, haya sabido hacer un lugar en su interior para que esta compañía irradiara su poderosa influencia hacia afuera de la universidad.
El museo imaginario
Según Alexander Jiménez, las coreografías de Danza Universitaria, a lo largo de estos 40 años, conforman un amplio museo imaginario. Se trata de una labor cuya importancia cultural es inconmensurable, pues estos bailarines han hecho de sus cuerpos, a lo largo del tiempo, el lugar de enunciación de dolorosas preguntas, el sitio de concreción de sueños inconfesables, el punto en el cual depositar nuestra mirada cansada.
Jiménez detalla que el “que una sociedad pueda contar con una población que hace de su vida la danza, es ya un síntoma de que las cosas no están tan mal”. Siguiendo su argumento, es probable que ver bailar a Danza U nos haya hecho, a lo largo de este tiempo, mejores a todos. Porque si lo que cuenta no es la edad sino la experiencia, lo que este libro celebra no son solo los 40 años de una compañía, sino los 40 años de las experiencias que, gracias a ella, hemos sabido tener juntos.
Libro celebratorio
El sonido de los cuerpos al bailar: Danza Universitaria 1978-2018.
Autor: Alexánder Jiménez Matarrita. Diseño: María Fe Alpízar. Editorial Master Litho. 250 páginas.