Lo primero es la metáfora. Es lo que nos hace posible sentarnos a conversar.
Nicoya no tiene una coloración distinta del resto del entramado patrio, pero, desde hace unos años, un cierto azul se ha apoderado de la imaginación local y extranjera.
Allá en la península florece una “zona azul” donde, por ingredientes aún indefinidos, las personas viven más. ¿Mejor? Depende de a quién se le pregunte, pero sí, nonagenarios y centenarios abundan, como en algunos rincones de Italia o Japón. Esa metáfora colorida revela tanto como oculta: sí, allí ocurre algo especial, pero qué no sabemos todavía. Eso es lo que investiga Nanda, protagonista de la nueva novela de Dorelia Barahona: Zona azul (Letra Maya).
Ella es una científica que ha trabajado por décadas explorando las posibilidades para vivir en el espacio. Ajena a todo pensamiento sobre Marte y distantes temas afines, reside en Nicoya una mujer llamada Emilia, a las puertas de sus 115 años. Así empieza una ficción que juega con las ideas de vida y muerte, nada menos, pero también con las visiones y texturas de la vida en Guanacaste. Entre tanto, a Nanda se le desbarata el mundo previo para hacer germinar una vida nueva.
Qué metáfora para iniciar: una zona de un color distinto donde es posible otra vida. Sin embargo, todas las novelas de Dorelia Barahona hasta ahora han sido sobre esa gran pregunta: cómo vivir. Nada menos.
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El secreto de la longevidad
Hace pocos días, a su regreso de presentar la novela en Guatemala y unas semanas antes de mostrarla aquí en la Feria Internacional del Libro, Barahona conversó sobre este nuevo libro y sobre las preocupaciones que dan forma a su literatura. Ella habla como escribe: pintando. Se sirve de cuanta metáfora tenga a mano para formar, de un brochazo, ideas que la inquietan todo el tiempo.
Desde De qué manera te olvido (1989) hasta ahora, en su quinta novela, Barahona ha sido una de nuestras narradoras más consistentes, de lenguaje flexible e ideas en constante movimiento. Es filósofa, al fin y al cabo, y el ejercicio del pensamiento da forma tanto a sus ficciones como a sus frecuentes ensayos.
De cierto modo, así empezó Zona azul. Barahona trabajaba en el sector del libro, en la Editorial Costa Rica, pero carecía de más tiempo para concentrarse en la escritura. Ahora, es profesora de cursos de estética y filosofía en la Universidad Nacional, pero su prioridad es la creación literaria. Los años han ido afinando los instrumentos con los que puede componer sus novelas, muchas veces centradas en la mirada y en la representación, como la pintura que tiñe toda Ver Barcelona (2013).
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Como otros de sus libros, Zona azul empezó con un personaje antes que con un argumento. “Yo no tengo planes claros de lo que voy a escribir, nunca. La primera página es la que inicia y la escribí tal cual”, dice. “Tenía un personaje que me estaba rondando, una mujer muy mayor, inspirada en mi tía, que vivió 97 años. Ella era feliz, con sus limitaciones. Siempre tenía una sonrisa. Aprender de eso, cómo se logra ante las vicisitudes de la vida, para mí fue una clave”.
“En el camino ocurrieron pérdidas en mi vida, muertes de personas que quise mucho, que me hicieron detenerme a pensar en la longevidad, por qué algunos duramos más y otros no”, explica la autora.
La longevidad, claro está, no es una aspiración neutral ni las investigaciones en torno a ella están desprovistas de intereses ajenos a la ciencia. También hay mucho de explotación comercial en la noción de vivir más, y allí reluce esa noción de una “zona azul”, sobre la cual es fácil proyectar nuestras ansiedades mortales. Si hay algo de especial allí, algo que nos haga vivir más tiempo, ¿cómo podemos extraerlo? ¿Cómo podemos replicarlo?
“Los intereses de la ciencia no siempre son buenos, no siempre son humanistas. El mismo hecho de plantearse la longevidad como un bien, como un valor de consumo…; hay muchos intereses mercantiles de por medio. ¿hasta dónde querés vivir autónomo o dependiente de un montón de medicamentos para ser longevo?”, se pregunta Barahona.
De este modo, Zona azul transcurre entre escenas íntimas de cuestionamiento personal y reflexiones filosóficas sobre el sentido de aquella investigación, del contacto entre nosotros, estos humanos pasajeros. “Hay personas que todo lo tienen y viven muy poco, hay personas autodestructivas, otras no tienen nada y viven poco, otras que tienen poco y viven mucho… ¿Cómo haría alguien que quiere la respuesta para buscar un camino entre esas posibilidades?”, dice Dorelia.
Cuando la muerte pasa cerca hace mella en algunas convicciones y reafirma otras. “He estado cercana a la muerte de varias formas, una en un accidente de tránsito terrible y también he perdido a gente muy cercana”, explica Barahona. “A cada quien lo cambia distinto. Pero tus enfoques se vuelven más amplios. Cambia la manera que uno tiene de seguir la ruta sabiendo que se está despidiendo de gentes en el camino y que en algún momento también se puede despedir uno”.
Al final, la cuestión es de medida: cuánto de olvido y cuánto de memoria hay que guardar para vivir mejor. Por lo demás, no sabemos cuántas veces sorteamos el fin. “Todos los días abofeteamos a la muerte aunque no nos demos cuenta”, afirma la escritora.
Vida transformada
Desde la primera novela de Dorelia Barahona, De qué manera te olvido (1989), pesa en su literatura la conciencia de la fugacidad. Sobre sus mujeres pende la nostalgia por lo que eventualmente pasará. Se aferran, como Nanda en Zona azul, al contacto directo con lo que la materia ofrece: las formas y las texturas de un mundo en perpetuo cambio. Lo que ha cambiado es el acercamiento de la autora misma a los problemas de sus personajes, que han crecido con ella.
“De qué manera te olvido me encanta. Tiene unos pasajes bellísimos del inicio de la vida y la juventud, y ahí empieza el tema de la muerte. Pero el narrador se arriesga poco y ahora me arriesgo más. Hago una señora de 115 años y la pongo a hablar, la recreo. Antes los personajes eran más cercanos a mí”, describe Barahona.
En su trabajo y en su vida, se mezclan la reflexión y la textura de la vida cotidiana. “Yo soy una persona muy sencilla con una cabeza muy complicada", afirma Barahona. "He aprendido a ser cada vez más sencilla para darle más tiempo y posibilidades a esa parte. Entre menos uno se llene de artificios, más libre será la mente para poder crear cosas”.
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Parte de ese proceso fue dedicarse solo a dar clases, concentrarse en el mundo de las ideas. “Pensaba que iba a ser terrible para mi literatura, que me iba a castrar. No obstante, conforme ha pasado el tiempo y me he domesticado con el rol de profesora, más bien encuentro posibilidad de darle muchas vueltas a los temas, y como doy clases de cosas que me encantan, me recuerdan constantemente qué debe tener la literatura para que sea buena”, confiesa.
Esa atención a la ficción no distrae, sin embargo, de una labor ensayística también frecuente y prominente (el próximo año se publicará Cartografías de la belleza, con textos suyos sobre la belleza en la actualidad). Es una labor que procura darle a la literatura el espacio que puede tener en una sociedad ávida de cambios, pero a veces reacia a comprender sus implicaciones.
“El papel del arte, la literatura y la ficción es fundamental en una cultura si tiene los canales adecuados para ser comunicado”, asegura Barahona. “La ficción mueve ideológicamente a la mayoría. La ficción mueve las pasiones de la gente, lo ha hecho a lo largo de la historia. Abre ventanas, abre mundos desconocidos para gente que no sale de sus casas, porque no puede o no quiere. Si le das El barón rampante a una persona que está en la cama, le abrís un mundo”. La metáfora, así, es revolucionaria: entre más ricas, complejas y variadas, mayor libertad se toma con el lenguaje quien las pronuncia, mayor libertad reclama para sí.
Si la ficción puede transformar así la materia –nuestra materia–, ¿se puede decir que escribir Zona azul la cambió de alguna manera? Escribir tanto sobre la permanencia y la muerte, ¿la cambió?
“Tengo una percepción mucho más enriquecida. Uno tiene que sacarle brillo a la vida. Como decía E. M. Forster, la literatura se dedica nada más a las horas pasionales, que es lo que registramos: los celos, el amor, la desolación. Pero las horas grises no las registra el arte, las vivimos. Una de las transformaciones importante es tratar de que no existan zonas grises, que existan colores primarios en la vida, de alguna forma”, considera Barahona.
“Solitos podemos vivir también porque no estamos solos: tenemos la luna, los árboles, las nubes… Somos parte de un sistema vivo. Esa curación la tuve con la novela. El arte es un alivio para poner las cosas en orden. Le di un orden nuevo al tema de la muerte y al tema de la vida”. Pensar en lo que no existe le abre espacio aquí, entre nosotros, atados a lo que tenemos al lado. La belleza, si tiene sentido hoy, es de algún modo la aspiración a hacerlo más duradero. Se parece a la verdad.
“Vivir de la manera más verdadera posible es una buena receta para rescatar la vida de la muerte”, dice Dorelia. De modo que quizá no hay secretos en Nicoya: los tenemos aquí al lado.
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Cómo leer ‘Zona azul’
La novela Zona azul, editada por Letra Maya, se presentará en San José en la Feria Internacional del Libro (del 24 de agosto al 2 de setiembre). La cita es el jueves 30 de agosto a las 5 p. m., en la Casa del Cuño de la Antigua Aduana (barrio La California). Comentarán la novela el músico Jaime Gamboa y la editora Sofía González Barboza.
Si desea adquirir el libro, puede encontrarlo en Librería Andante, Libros Duluoz y Librería Universitaria.