A Marjorie Ross le fascinan los espías y los detectives: los primeros se volvieron terreno fértil para su literatura; los segundos marcan la agudeza de su mirada y los métodos para construir su prosa y personajes.
La prolífica y premiada escritora, poeta y especialista en gastronomía regresa a la historia para sacar al protagonista de su nuevo libro, La herencia del asesino (Euned), que novela la época ya crepuscular del espía que asesinó al revolucionario ruso León Trotski: el español Ramón Mercader.
Este es el segundo espía de la vida de Ross. El anterior fue Iósif Griguliévich, a quien persiguió por documentos, fotografías y otros materiales durante una década hasta descubrir sus diferentes caras y hacer una revelación inaudita: aquel hombre esquivo fue diplomático costarricense en Roma entre 1950 y 1953 y embajador de Costa Rica en Yugoslavia, bajo el nombre de Teodoro B. Castro. Toda aquella investigación se convirtió en el libro de no ficción El secreto encanto de la KGB: Las vidas de Iósif Griguliévich (Norma, 2004).
Griguliévich dirigió el atentado contra Trotski en México, estuvo en la Guerra Civil Española, lideró una red de agentes en la Segunda Guerra Mundial y coordinó operativos antinazis.
Fue durante la labor detectivesca para construir esas vidas del agente que la autora de Conjuro al olvido (Gráfica Génesis, 2009) y Entre el comal y la olla. Fundamentos de cocina costarricense (Euned, 2001) profundizó también en el personaje del magnicida del revolucionario ruso: usó una parte del material en ese momento y se prometió trabajar otro libro con el resto.
Ella es una mujer de palabra y ahora llega a las librerías con esta novela que muestra imágenes realizadas por el destacado artista Joaquín Rodríguez del Paso, quien murió en el 2016.
A juicio de Gustavo Solórzano-Alfaro, editor de la Euned y escritor: “La herencia del asesino es un relato ágil y envolvente sobre un personaje sin duda fascinante como Ramón Mercader. Marjorie Ross vuelve sobre temas de la historia mundial del siglo XX y lo hace con gran solvencia. Dentro de la literatura costarricense, habituada durante un siglo a la tendencia costumbrista-realista, matizada en las últimas décadas por las novelas de corte urbano centradas en la Gran Área Metropolintana, la narrativa de Marjorie adquiere un vuelo cosmopolita poco explotado, algo que en su poesía también aparece, como en Duelo por la rosa, un lamento lírico por el holocausto judío”.
En medio del bullicio de la ciudad y de un concurrido tiempo de almuerzo en la cafetería del Teatro Nacional, Ross, de 72 años, habló acerca de este texto que le dedica a Luciano, nombre que usó en la antigua Unión Soviética su amado esposo Rodolfo Cerdas (1939-2011), su pasión por los retratos detallados de los personajes, la novela negra y los espías, así como su adorada poesía.
–¿Cómo se relacionan El secreto encanto de la KGB: Las vidas de Iósif Griguliévich y La herencia del asesino?
–Después de la investigación de El secreto encanto de la KGB se me quedaron personajes en el tintero; además, yo allí tenía dudas muy grandes sobre las versiones oficiales de ciertos hechos, pero no tenía la comprobación fáctica para poder ponerlo y era un libro de no ficción. Incluso, hubo un momento en que tuve el impulso de convertirlo en ficción, pero la realidad era tan rica que no valía la pena; incluso fotográficamente tenía documentos valiosísimos y la historia se sostenía sola siendo real.
“Me quedaron cabos sueltos. Ramón Mercader me fascinó como personaje desde el inicio; sin embargo, en ese momento, él no era mi personaje, sino que era Iósif Griguliévich. Aunque ellos se entrecruzan de muchas maneras, y llegan a ser grandes amigos en la vejez, en la historia básicamente se relacionan en ciertos hitos. Entonces, yo podía tratar perfectamente a Mercader desde la realidad en el primer libro, pero quedaba insatisfecha porque, aunque la documentación no me daba para armarlas, yo estaba convencida de que había cosas que no eran así. Siempre dije: ‘Me queda Ramón Mercader para tratarlo como personaje en otro momento’.
“De hecho, guardé todo el material que no había utilizado; reformulé las hipótesis y, pasado un tiempo, ya decidí emprender otro libro como ficción.
“A la hora de clasificarla por género me cuesta porque yo misma no soy clasificable (ríe). Usualmente le ando huyendo a las etiquetas, y si me preguntan si es novela histórica, digo que no porque tiene ciertas características que no calzan con el esquema usual; me gustó una clasificación que me encontré, en inglés, hace algunos años que habla de faction; o sea, hechos con ficción. Eso me gusta más porque uso ficción, pero no todo lo es: hay personajes totalmente inventados, pero está el personaje principal que está construido con realidad y ficción; otros son personajes históricos, aunque no son absolutamente fieles a la historia”.
–¿Por qué esa pasión por los relatos con espías?
–Siempre me ha fascinado el mundo del espionaje. Soy aficionada a las novelas de espías; soy fanática de John Le Carré. Siempre me han encantado las novelas de espionaje; es un mundo que me ha parecido sumamente interesante, incluso cuando ha sido visto desde el humor. La metodología de la investigación me atrae muchísimo. El espionaje implica una serie de instrumentos y elementos que tienen que ver con la ciencia, el teatro, la ficción, las historias… Toda esa construcción siempre me ha parecido muy literaria.
“Antes de haber empezado la investigación de El secreto encanto, ya quería escribir una novela de espionaje. Cuando apareció el tema, me apasioné y duré 10 años metida en eso, no únicamente porque también escribí otros libros en ese tiempo. Y se me quedaron demasiados cabos sueltos, también insertados en un mundo de espionaje, que tenían que salir por alguna parte”.
–¿Tiene todo esto que ver con su fascinación por la novela negra?
–Ah, claro. He leído a autores completos de novela negra. Soy amante de varios detectives, que ya son figuras de mi imaginario personal. Además, esa sistematización que tiene la novela negra, me atrae muchísimo. Por ejemplo, el elemento sorpresa a veces lo quiero meter hasta en los poemas.
“Soy un poco estructurada; me desestructuro en la poesía hasta cierto punto. La estructura me persigue; en la cocina, hemos llegado a la mayor estructuración; en el espionaje, también, cualquier cambio en una pequeña pieza del relojito es una catástrofe, y en la novela negra es lo mismo: la sorpresa anticipada puede echar a perder el final. Manuel Vásquez Montalbán es uno de mis más admirados escritores porque políticamente, en determinadas fases de su vida, me identifiqué mucho; también con su detective Carvalho, que es un amante de la cocina; luego porque era poeta, he leído todo lo que publicó. Fue uno de los autores con los que me sentía cercana”.
–Ramón Mercader es un personaje que ha sido bastante tratado desde la literatura. ¿Cómo hizo para asimilar o rehuir lo que se ha escrito acerca de él? Por ejemplo, el escritor cubano Leonardo Padura publicó la novela El hombre que amaba a los perros que precisamente trabaja sobre Mercader y Trotski.
–Le voy a hacer una confesión. Empecé la novela de Mercader mucho antes de que apareciera El hombre que amaba a los perros. Cuando salió esa novela, iba por la mitad o dos tercios del primer borrador; un amigo me llamó de Nueva York, me dijo que le recordó El secreto encanto, lo cual no me preocupó mucho, y agregó que el tema central era Mercader; yo me petrifiqué, casi me muero. Le dije a mi esposo: ‘Rodolfo, se me cayó la novela’. Me preguntó por qué y le conté. Él, que no era muy atarantado, me dijo: ‘No hay temas, sino tratamientos; a vos qué te importa que Padura haya escrito eso; nunca lo va a hacer como vos’. Duré unos días muy golpeada; después, decidí que no la iba a leer; Rodolfo la leyó y me dijo: ‘no es lo mismo; estás en otra onda’. Me lo regalaron y allí lo tengo, con el papelito que me lo dieron y todo; no la he leído.
“No es como con Griguliévich que solo era mi espía (ríe)... Tocar a Trotski, tocar a Mercader, pues evidentemente hay mucho escrito”.
–Fue un asesinato que marcó una época...
–Marcó una época, llegó en un momento muy particular; ha sido muy utilizado, desde el punto de vista de la Guerra Fría, para hablar sobre las contradicciones entre grupos políticos. Hay un meollo allí efervescente que no se ha apagado a pesar de que fue hace tantos años.
–Entonces, ¿cómo trabajar con un personaje del que tanto se ha escrito?
–Cuando yo lo tuve que trabajar en El secreto encanto, yo lo disecté. Él me apasionó, en todo sentido. Hice una investigación muy profunda y sentí que había llegado a conocerlo muy bien; incluso, desde el punto de vista de aplicarle las mismas reglas del espionaje a la documentación del asesinato, a los momentos posteriores donde entra Silvia Ageloff a funcionar… Yo sabía que era una de las pocas personas que había armado el juicio de una manera distinta a como se dio en la prensa, legalmente, etc. El papel que yo pongo a Silvia a jugar es el papel que estoy convencida que ella jugó, que es el que Mercader le reprocha. Entonces, no me dio ningún miedo repetirme porque yo sabía que había aplicado métodos de investigación serios.
“No estoy prometiendo realidad: estoy dándoles la ficción; mi versión de lo que pasó”.
–En El secreto encanto usó no ficción, que requiere mucho rigor. ¿Aplicó los mismos métodos de investigación en La herencia del asesino? ¿Cómo es su método de trabajo?
–Por ejemplo, en la novela que estoy escribiendo ahora, estoy aplicando lo mismo. Todo empezó con El secreto encanto; lo anterior había sido gastronómico o el libro sobre mi suegro (La otra vanguardia), que era un personaje muy completo y muy cercano: lo tenía a él y lo grabamos…; era muy diferente. Cuando comencé con El secreto encanto, quise aplicar herramientas más novedosas: mapas conceptuales, cronologías y un programa para poder detectar cambios faciales y estudiar fotografías para ver cuál era el que yo buscaba; de otra manera, no podía manejar el material. Empecé y no tenía claro nada; no se sabía quién era el espía, solo sabía que había existido y que había llegado a ser diplomático. Si yo no manejaba eso desde una gran rigurosidad, no lo podía construir; era construir de la nada. El engranaje era muy complicado.
“Para ver quién era el que yo buscaba fue complicado. Primero, duré un tiempo entusiasmada con un polaco que había sido cónsul de Costa Rica en Europa y así fui desechando opciones mediante el contraste fotográfico. Comencé pensando que era un cónsul o agregado; me estudié todos los agregados y cónsules de una década hasta que descubrí que era un embajador. Eso para mí fue un éxito terrible, pero, a la vez, un temor muy grande a equivocarme. En 1995, ya tenía un borrador.
“Después de que apareció ese libro, salieron varios que ya lo mencionan porque coincidió con un momento en que se abrieron varios archivos en Moscú, pero al momento se cerraron. Sin embargo, ya empezó a salir más información”.
–¿El secreto encanto le marcó la vida como escritora?
–Yo diría que sí. Primero porque en el momento en que lo escribí no estaban tan desdibujados los géneros como están ahora y también allí hubo una lucha a la hora de decidir si mantenía la no ficción o, sencillamente, guardaba las fotos y lo convertía en una novela.
“Tuve que decidir muchas cosas. Había comenzado a escribir prosa muy joven; de hecho, lo primero que escribí a los 14 años fue en prosa (el que destrozó un jesuita que me enseñó que las alegrías y tristezas no eran esenciales, ríe); después seguí escribiendo poesía; en la universidad, volví a escribir cuento y no lo publiqué. Seguí con la poesía y la investigación gastronómica. Vino el libro de mi suegro y me encantó escribir prosa otra vez.
“Me gusta mucho la construcción de personajes, eso es algo que me apasiona. En cuanto al método, para cada personaje, hago un archivo con el color del pelo, cómo tiene las cejas, le busco los gustos hasta de cosas que no van a salir en la novela (qué le gusta comer, si le gusta la lluvia, la montaña o el mar); yo lo construyo completamente, antes de hacer un diálogo o ponerme a jugar con la mente del personaje. No soy capaz de inventarlo de la nada; necesito un paso previo en el cual lo dibujo”.
–Claro, así pasó en este libro (La herencia del asesino): primero fue el personaje de Ramón Mercader y, luego, la novela.
–Exacto. Igual en la que estoy ahora. Un amigo vio el tratamiento de personajes y me dijo que eso estaba muy interesante. Claro, lleva mucho trabajo, pero a la hora de escribir facilita muchos las cosas y así me cuido de las incongruencias, que encuentro en las novelas de otros autores, quizá por esa mirada un poco detectivesca.
“A mí me gusta mucho la filigrana, el buscar el detalle; la pincelada por aquí y por allá me da placer”.
–¿Cómo cambió usted entre estos dos libros?
–Mucho porque han sido dos décadas en que la sociedad ha cambiado tremendamente; incluso la nuestra que cambia tan despacio. La gente que leyó El secreto encanto ya es grande; los jóvenes no lo han leído porque es del 2004. Yo no soy la misma en muchos sentidos, he pasado cosas fuertes que no había vivido antes. Tengo la suerte de estar cerca de gente de generaciones más jóvenes y he tratado de no quedarme atrás en el uso de la tecnología, en el acceso a la información, y eso es bueno para un escritor, a menos de uno quiera seguir escribiendo como en el siglo pasado. Hay otro lenguaje, las cosas se dicen de una manera diferente.
“Siento que para muchos esta novela va a ser una sorpresa porque tal vez me tienen estereotipada. A pesar de que soy multifacética, y eso sí que todo el mundo lo dice, tal vez era una multifacética del siglo pasado (ríe)... Habrá temas que toco allí que quizá no es lo que se espera de mí (por ejemplo, los pecados de un cura, un personaje cisgénero que se traviste, la hija con libertad total sobre su cuerpo…). Los personajes de El secreto encanto eran gente de los años 40 y 50; en este momento, ya es otro mundo.
“Habrá gente que diga que es ‘antiesto’ o ‘antiotro’, pero no es antinada. Es un libro que no miente porque no se trata de decir la verdad, porque es ficción, pero que, al mismo tiempo, no juzga ni siquiera a Mercader”.
–¿Estos libros son una forma de reconciliarse con esa época?
–Claro, cuando uno ha militado con la izquierda, realmente ha creído en la utopía y ha dado todo por la utopía. Después uno se hace preguntas: ¿habrá valido la pena? ¿Fue una locura? ¿Sirvió de algo? ¿Qué responsabilidad tiene cada uno de los que militó en esa línea con los muertos? Todo eso, en primer lugar, para no cargar culpas ajenas (...).
“Yo nunca milité en el partido comunista; ya nací antiestalinista, así que esa culpa no me atañe. Uno sabe que había partes del pensamiento de izquierda con el que uno se identificaba que han probado ser realmente inconducentes".
–Algunos de los personajes lo van diciendo y van haciendo esa evaluación de lo vivieron, por qué lo vivieron...
–Sí… ¿Y para qué? Así es. En Conjuro al olvido, lo que hago es intentar salvar todas las monstruosidades que ocurrieron en esa época en el recuerdo, para que no se olviden. Alguien me decía: todo eso está enterrado. Sin embargo, no lo está en los dos campos: tanto por el ascenso de los fanatismos de la derecha y la absoluta locura del neonazismo como por el desvío de la izquierda hacia sistemas dañinos para el pueblo; tampoco es que todo eso voló, sino que allí está. Ojalá que en un plazo corto, encontremos un sistema más humano y menos lleno de pedacitos de pasado como los actuales; ojalá podamos dar un salto, como ha pasado en la tecnología y la comunicación, y sea aplicable a la política.
–Usted tiene muchos años de estar publicando en diferentes ámbitos y hay una pregunta que sigue siendo actual: ¿cómo es ser escritora en Costa Rica, en esta época?
–Muy interesante. Hay más posibilidades actualmente. Hemos logrado hacernos nuestros espacios. Fui fundadora de la segunda etapa de la Asociación Costarricense de Escritoras y la dirigí por ocho años; nos costó mucho y todo había que pelearlo. Veo un gran cambio: veo a mujeres escritoras que son reconocidas, que tienen su público, que las editoriales las ven con buenos ojos y ya no hay que llegar a rogar que publiquen; las mujeres nos construimos como escritoras nuestro nombre y nuestra identidad, ya no somos como huerfanitas que tenían que dar muchas luchas paralelas al escribir.
“Se ha ganado bastante y no sé si hablo desde una posición de privilegio porque para mí es más fácil que para una muchacha que publica su primer libro. Aún así, siento que la tecnología está de su parte de las jóvenes que están escribiendo ahora porque tienen otras maneras para publicar, ir a las redes, tener su propio blog. Espero que estas herramientas les dé lo que todas hemos querido: brincarnos las montañas del Valle Central. Eso es dificilísimo. Publicar solo en Costa Rica es una especie de condena a no ser reconocido y publicar afuera sigue siendo muy difícil. La gran posibilidad es que estas muchachas, por medio de Internet y las redes, puedan generar contactos y otras opciones; es decir, brincarse esas montañas.
–Ha dicho que si tuviera que definirse con una palabra, sería poeta. ¿Sigue pensando así?
–Sí, sigo pensando así. Hoy venía con un versito en la cabeza, que dice: Eso es lo que hago: hablar. Soy poeta, una gota cósmica que se condensa en la palabra; sigo respondiendo a esa definición, a veces incluso en la prosa trato de no perder el carácter de poeta, no escribiendo poesía en prosa, sino logrando la síntesis que uno debe tener en la poesía.
“Ser poeta no es hacer versos; ser poeta es buscar la esencia de los procesos, de las cosas, de la razón hasta por la que estamos aquí. Es ir al fondo, y uno puede ser poeta y no escribir nunca un poema en versos endecasílabos”.
Presentación en la Feria del Libro
Como parte de la Feria Internacional del Libro, la novela La herencia del asesino, de Marjorie Ross, se presentará el sábado 1.° de setiembre, a las 2 p. m., en la sala de ensayos de la Compañía Nacional de Teatro, ubicada en el segundo piso del Teatro de la Aduana (San José). Los comentaristas del libro serán la poeta Silvia Castro, la periodista Rocío Fernández, el editor Gustavo Solórzano-Alfaro y el artista Manuel Zumbado.