Cristina Bruno Catania, actriz, productora teatral, mamá de María Paz y viuda del recordado y querido actor César Meléndez, parece tener los pómulos golpeados y rotos.
La combinación de los tonos rojos y morados del maquillaje con un toquecito de amarillo son tan realistas que aún a pocos centímetros de distancia no se distingue que fueron coloreados por ella hace una hora en el camerino del Teatro Espressivo.
El vestuario es el mismo que Meléndez usó durante los 17 años que personificó al Nica en la obra homónima de su autoría. “Costa Rica, pura vida”, se lee en el centro de la camiseta manchada de suciedad.
Las tenis que completan la vestimenta de La nica son rosados, por aquello de que el personaje no parezca tan masculino, dice Cristina, con su delgadez de vegana, altura espigada y cabellos rubios amarrados en una trenza larga que coloca a un lado, sobre el hombro.
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Ante la primera pregunta de la entrevista, Bruno suspira profundo una vez y hace silencio. Luego, envalentonada –o resignada– se anima: “¿Qué, arranco?”, dice con voz apenas audible. Silencio de nuevo, mientras la imagen nítida de aquel nica y su Cristo parecieran pasar por su mirada húmeda.
Y sí, Cristina arranca y habla.
El libreto, memorizado “de cabo a rabo” desde que Meléndez lo cargó consigo como bastión contra la xenofobia y en favor de la migración, Cristina lo pone en escena como El inmigrante, la nica en Teatro Espressivo.
Luego de que en diciembre del 2016 murió el amor de su vida –así lo aquilata ella– y colega del Teatro La Polea, fundado por ambos en 1999, guardó el texto durante un año en una cajón bajo llave, porque dolía.
Y no es que haya dejado de doler; sin embargo, pensó en custodiar la obra para que quedara ahí “en memoria mía y de la gente que había visto las más de 2.000 funciones. César, cuando estaba en sus últimos momentos, me decía: ‘No dejés El nica, seguí con El nica’, y yo le decía: ‘está bien’. Por supuesto que yo seguí con La Polea, pero cuando César ya no estaba, yo no podía seguir con El nica, porque para mí César es El nica y es emocionalmente muy fuerte”, recuerda Bruno.
Así fue como arrolló el texto en “lo profundo de su alma y corazón” para leérselo a su hija María Paz –ahora de 3 años– cuando fuera más grande. “Yo me imaginaba una cosa así, muy romántica”, reconoce divertida.
Al tiempo de haber fallecido César, muchos teatreros de Costa Rica y Nicaragua le pidieron el monólogo con el fin de montarlo; y “yo no, no, no, realmente no podía, porque recién estaba aceptando una situación de despedida de César”, contó.
Sin embargo, una mañana se despertó y lo sopesó mejor: “César en vida, cuando terminaba la función, me había dicho en broma a mí y a los compañeros de La Polea: ‘Chocho, falta que hagamos la nica, jodida. Y ¿si lo agarro, lo modifico un poquito y trato de buscarle esa esencia femenina de la migración de la que no se habla?”.
Con esto en mente, tomó el texto, lo modificó y le quitó escenas muy masculinas hasta que lo dejó listo.
Acto seguido hizo una función privada en homenaje a César para el círculo de amigos más íntimo, a la cual invitó a Steve Aronson, fundador del Teatro Espressivo, quien había acogido a El nica por una temporada de dos o tres años en el Teatro Dionisio Echeverría, ubicado en Café Britt en Barva de Heredia.
“Me sentí muy empoderada como mujer ante la situación que se me venía, porque la gente que había visto la obra me decía: tenés que hacerlo público, tenés que ir a colegios, seguí recogiendo fondos para bien social en las comunidades nicas. Me sentí con tanta fuerza que dije sí”.
Cristina se imaginó que con esa función iba a hacer catarsis, ya que no había podido hacer el duelo, sobre todo por María Paz; no obstante, aquella presentación le dio bríos. “Aquí estoy, vámonos con todo”, dijo Bruno, quien, entusiasmada, destaca que comunidades como Guápiles, Cartago, Quepos y Golfito la contactaron para que presente a su nica.
Corazón compartido
Bruno nació en Argentina hace 46 años en el seno de los Catania, familia de teatreros como su madre María y sus tíos Alfredo (Pato) y Carlos, quienes migraron a nuestro país y legaron su práctica y conocimientos al arte escénico nacional.
“Tengo 33 años de estar acá, y tengo el corazón partido en tres, entre Argentina, Costa Rica y Nicaragua”, afirmó.
En Santa Fe de Argentina, su madre tenía un programa de televisión para niños y, a la vez, giraba con obras infantiles por comunidades, y como Cristina era la hija menor, siempre la llevaban. “He mamado todo lo que son las giras, las comunidades, las obras; ayudar a mamá”.
A Costa Rica vinieron en 1985 gracias al ministro de Cultura, Juventud y Deportes, Hernán González, época en la que Pato Catania era director de Cultura. Después, ella ingresó al Taller Nacional de Teatro y posteriormente a la Escuela de Artes Escénicas de la Universidad Nacional, donde se graduó.
Bruno confirma que la vida ha sido generosa porque trabaja desde siempre en lo que ama: “dar clases de teatro para niños, y hacer teatro y girar por las comunidades”.
En 1999, ocurre un punto de giro en su camino al ser llamada por el director Luis Carlos Vásquez para que interpretara a María Alejandrina en la adaptación teatral de Crónica de una muerte anunciada, de Gabriel García Márquez.
Vásquez también llamó a Meléndez para actuar al personaje de Santiago Nasar. “Ahí nos conocimos, ahí nos enamoramos. Siempre decíamos con César que nos conocimos en un escenario y no nos bajamos más”, menciona visiblemente conmovida.
Ya en La Polea, la obra El nica, basada en un artículo del escritor Rodrigo Soto titulado “Yo también soy nica”, fue enviada por César en el 2001 al certamen de monólogos de la Compañía Nacional de Teatro; entonces, la puesta en escena duraba 20 minutos y con el tiempo terminó en casi tres horas.
Las personas reservaban con un mes de anticipación pues las funciones se agotaban, asimismo giraron por todo el país y la llevaron varias veces al Teatro Nacional Rubén Darío en Managua, convirtiéndose en la obra que fue más representada en ese espacio emblemático.
–Entonces, ¿conocés El nica desde que nació?
–Sí por eso dije ¿por qué no yo? Fue un montaje casi conjunto, porque empezamos a crearlo juntos para la escena. La gente preguntaba cuánto (de funciones) llevan y cuando llegamos a 2.000, dijimos ya no digamos más. Una vez hicimos 27 funciones en el mes, casi una por día.
Migrantes somos
Bruno le agregó al título original el concepto del inmigrante porque expone lo vivido por estas personas en general. “Es una historia que nos abarca a todos”, aunque, en particular, las mujeres sufren mucha violencia y son más vulnerables.
En ese sentido, el texto incluye varias escenas donde se palpa la agresión, el acoso, la burla y el menosprecio, tanto que terminan “cachimbeándola” (pegándole), detalla Bruno.
En un punto de la obra, unas personas que están con el personaje le gritan “nica hijueputa”, y empiezan a maltratarla. Aunque la obra no visualiza la violencia sexual de manera explícita, sí se insinúa: “La nica le dice al Cristo: ya me pasó, pero no me va a volver a pasar, ya aprendí, no ves que este patrón si es honesto, y el Cristo le dice: tené cuidado... queda abierto si le pasa o no”, explicó la actriz.
De acuerdo con ella, el texto rompe con esas generalidades de que los nicas son malos, violadores y que asesinan, o que todos los patrones abusan, pues “este hombre (el patrón) le tiende la mano”.
Cuando la nica reacciona a los insultos, empieza a pedir disculpas por ser nica y mujer, ya que los ticos no entienden las razones por las cuales migran.
Bruno hace evidente esa desesperación de mujer, de estar atada de manos y del temor de no saber qué va a pasar mañana. “Por eso se agarra del Cristo, lo trata como a un hermano; se mantiene a través de la fe”. Ese Cristo con el que conversa es humano, amigo, comprensivo y justo.
La versión de Bruno también se contextualiza en la coyuntura actual que vive Nicaragua: “hay un texto que se refiere a eso: ‘perdónenme porque a nosotros nos hacían guerras de un bando y del otro de Somoza, donde nos metían en la cárcel y nos violaban’”, dice la nica. “Es lo mismo que está pasando ahora: el pueblo se enfrenta a la tiranía”.
Para esta artista, ese tipo de situaciones sacan lo peor de ciertas personas, sobre todo en lo concerniente a la migración pobre, de la gente más necesitada y vulnerabilizada. “El texto lo dice: yo regreso aquí porque el hambre regresa todos los días”, pues la pobreza obliga a los nicaragüenses a cruzar las fronteras para sobrevivir.
–¿Has vuelto a Nicaragua?
–César falleció en diciembre y le hicieron un homenaje oficial en febrero, después de eso no volví, pero quisiera volver por María Paz, para que conozca la tierra de su papá. Ahora que se enteraron de La nica quieren llevarme al Rubén Darío, pero vamos de a poquito.
–¿Sentís a César?
–Sí lo siento. En el camerino; cuando me maquillo (porque) es su caja de maquillaje, su ropita. Esto (señala la camiseta) para mí es tener a César encima, yo no me la quito. Tengo (en el camerino) los zapatos que él usaba en El nica, la gorrita y la foto de María Paz y César juntos.
En escena
- El inmigrante, la nica, producida por el Teatro La Polea se presenta en el Teatro Espressivo ubicado en el centro comercial Momentum en Pinares de Curridabat.
- Las funciones son los días 29 y 30 de agosto y 5 y 6 de setiembre, a las 8 p. m.
- Los boletos cuestan ¢10.000 (general). Se pueden adquirir por medio de la página https://boleteria.espressivo.cr/, la boletería física (segundo piso de Momentum Pinares) o con una llamada al número 2267-1818.