Académicos que predicen el futuro, apoyo y oposición a un proceso revolucionario, el crimen que conmocionó a un país entero, izquierdas divididas frente a un gobierno neutral, miles y miles de migrantes a causa de las guerras, la aparición de una enfermedad desconocida, libros libres que circulan por una región en crisis y una revolución informática. No se trata de una nueva serie de Netflix ni del contenido de una novela.
Se trata de Ahí me van a matar. Cultura, violencia y guerra fría en Costa Rica (1979-1990), nuevo libro editado por los historiadores Iván Molina Jiménez y David Díaz Arias, publicado hace apenas algunas semanas bajo el sello de la Editorial Universidad Estatal a Distancia.
Esta obra de ocho capítulos, escritos por 10 investigadores costarricenses, ofrece una visión renovada sobre un período que hasta hace poco tiempo fue considerado una “década perdida” y responde muchas preguntas que se plantean quienes la vivieron o quienes nos hemos acercado a ese pasado por curiosidad o interés profesional.
Más allá de la crisis, de la división de la izquierda y del bipartidismo, la organización cronológica de los capítulos busca responder a qué pasó en Costa Rica durante la década de 1980 en términos políticos y culturales, cómo se posicionó el país frente a la convulsa Centroamérica, cómo fueron enfrentados los retos migratorios y de salud, cómo se combatía el comunismo durante la Guerra Fría y cuáles fueron los primeros pasos de la computación en Costa Rica.
Intelectuales
En momentos de crisis, el futuro es clave y vislumbrarlo es una esperanza. Para predecir cómo sería la Costa Rica del segundo milenio, intelectuales y políticos se reunieron en dos ocasiones durante los primeros años de los ochentas.
Esta original ocurrencia hizo que Molina Jiménez estudiara, en el primer capítulo del libro, la forma en que algunas de las personas más reconocidas del país para entonces, se aventuraron a imaginar el porvenir, a plantear escenarios, retos y soluciones para futuros posibles.
Bajo la amenaza del comunismo los Estados Unidos financiaron en Costa Rica un proyecto que editó decenas de libros de intelectuales, políticos y figuras mundialmente reconocidas, con el objetivo de promover la democracia y los valores del capitalismo en Centroamérica.
Dicha iniciativa, conocida como Asociación Libro Libre, es analizada en el sétimo capítulo por Diana Rojas Mejías, quien evidencia que una de las armas utilizadas durante la Guerra Fría fueron los libros de intelectuales, que circularon por toda la región.
Violencia
Desde finales de los setentas, el triunfo de la Revolución sandinista en Nicaragua puso en alerta a Washington y Costa Rica no escaparía de ese conflicto. El segundo capítulo, escrito por Leonardo Astorga Sánchez evidencia las cambiantes posiciones que adoptaron algunos periódicos costarricenses, que fueron desde el respaldo y la simpatía total, hasta la condena del proceso revolucionario del país vecino.
Frente a este conflicto, el gobierno de Luis Alberto Monge Álvarez (1982-1986) presentó la Proclama de Neutralidad Perpetua, Activa y No Armada de Costa Rica, que es investigada por Sofía Cortés Sequeira en el capítulo cuarto.
Cortés demuestra que el conflicto en ese país no se manifestó solo en la prensa: profundizó el desgaste en la izquierda costarricense, influyó en su división, creó incertidumbres sobre el papel que jugaba Costa Rica internacionalmente y lo posicionó como un actor central de la Guerra Fría.
En aquellos años, no solo Nicaragua estaba en guerra. El Salvador vivía un conflicto militar y muchos ciudadanos de ambos países decidieron migrar. Aunque su inclusión a la vida socioeconómica tardaría y los procesos migratorios serían desgastantes, Mónica Brenes Montoya explica, en el quinto capítulo, que en ese contexto, miles y miles de nicaragüenses y salvadoreños llegaron a Costa Rica, donde a pesar de la crisis, el Estado logró crear salidas institucionales para la incorporación de esas nuevas comunidades.
Si bien el país trató de diferenciarse de Centroamérica por su estabilidad, los costarricenses experimentaron escenarios de violencia. En 1981, cuando Viviana Gallardo Camacho fue brutalmente asesinada mientras estaba en prisión, el país entero se conmocionó con la noticia y ese acontecimiento hizo que la pacífica Costa Rica viviera un escenario propio de la Guerra Fría latinoamericana.
Escrito con especial sensibilidad por Díaz Arias, el tercer capítulo (que le dio portada y título al libro) estudia este crimen, pero va más allá al analizar la forma en que la joven es recordada y las dudas que su muerte sigue provocando tras casi cuatro décadas.
Científicos
Además del enfrentamiento ideológico y de la violencia, los albores de los ochentas retaron a los científicos del mundo entero con la aparición del VIH/sida. José Jiménez Bolaños y Mario Soto Rodríguez explican en el capítulo sexto cómo surgió esta enfermedad en Costa Rica.
También consideran la institucionalidad creada para combatirla, los estigmas sociales que surgieron con ella y la competencia de los científicos por tener el monopolio de la verdad sobre sus causas, formas de prevención y cura.
El octavo capítulo, de Ronny Viales Hurtado y David Chavarría Camacho, explora un proyecto político que buscó, mediante la incorporación de la computación en Costa Rica, simplificar tareas en instituciones públicas y privadas del país.
Al estudiar los actores sociales que impulsaron este proyecto y demostrar la red política tras la adquisición de los artefactos tecnológicos, los autores demuestran que los computadores no fueron simples objetos: con ellos, se creó una nueva visión de la sociedad y del Estado costarricense.
Generación
Como práctica poco común, las páginas de este libro no solamente están escritas por investigadores consolidados, sino también por estudiantes de posgrado e investigadores jóvenes, con lo que se evidencia el surgimiento de una nueva generación de historiadores e historiadoras en el país.
Este grupo no solo estudia temáticas en boga en los principales centros universitarios del mundo, sino que a la vez responde a cuestionamientos necesarios para comprender el contexto actual, algo que logra novedosamente, tanto por la diversidad temática como por el tratamiento de las fuentes que sustentan sus fundamentados trabajos.
Las personas que lean Ahí me van a matar encontrarán, aparte de las fortalezas antes referidas, un enfoque que expresamente considera Costa Rica mucho más allá de sus fronteras nacionales y posiciona al país como un actor central de la Guerra Fría. De esta manera el libro rompe con la perspectiva tradicional, que imaginaba a ese proceso global como una disputa ideológica solo entre la Unión Soviética y Estados Unidos.